Oriente Próximo vive un terremoto geopolítico de resultado incierto: el peor conflicto en Israel y Palestina en medio siglo, la peor crisis humanitaria en Yemen, revueltas en Irán… Los acontecimientos se suceden, y los principales actores de la región tratan de navegarlos sin perder el rumbo que habían fijado, pero rehenes de las viejas alianzas y enemistades. Arabia Saudí, dictadura petrolera, intenta mantener un equilibrio casi imposible entre la guerra (Yemen, Gaza) y la búsqueda de la paz (con Irán e Israel). El objetivo de Riad es ganar unas décadas de estabilidad regional que le permitan diversificar su economía antes de que se terminen sus reservas de petróleo.
Arabia Saudí es sinónimo de oro negro. Por eso ha tratado sin éxito de boicotear las conclusiones de la cumbre del clima COP28, presionando para eliminar todas las referencias al fin de los combustibles fósiles. Riad, que de facto lidera al grupo de los países productores de petróleo OPEC, presionó a Emiratos Árabes Unidos, que presidía la cumbre, para que quitara ese compromiso del texto final de la cumbre. Finalmente, se ha acordado «acelerar los esfuerzos para reducir el uso».
El de la COP28 ha sido solo el último de los pulsos con Arabia Saudí en el centro. El anterior comenzó el pasado 7 de octubre, cuando el grupo islamista Hamás llevó a cabo el mayor ataque contra Israel, en el que mató a al menos 1.295 personas. Entre otras cosas, para parar el acercamiento de los saudíes a los israelíes.
«Hamás tenía dos objetivos: devolver la cuestión palestina al centro de la agenda internacional y frenar el proceso de normalización de relaciones entre Arabia Saudí e Israel», asegura desde Riad a este diario Bernard Haykel, profesor de Estudios de Oriente Próximo de la Universidad de Princeton (Estados Unidos).
El grupo islamista consiguió ambas cosas. El todopoderoso heredero al trono y gobernador de facto de Arabia Saudí, el príncipe Mohamed Bin Salman, ordenó congelar las negociaciones con Tel Aviv. No podía haber aproximación con un país que está bombardeando civiles (hay ya cerca de 20.000 muertos) y reduciendo la Franja de Gaza a cenizas. No habrá por el momento embajada israelí en Riad, ni sus ciudadanos podrán viajar al país facilmente. Y eso a pesar de que, en realidad, Riad no está del lado de Hamás.
«Los saudíes consideran a Hamás como un grupo terrorista, y fueron muy claros desde el comienzo: condenaron las muertes de los civiles de ambos lados, al tiempo que mandaron a Tel Aviv el mensaje de que la ocupación y la degradación de las condiciones de los palestinos eran una fórmula para la radicalización política«, añade Haykel. «Ahora insisten en que hay que pedir un alto el fuego y volver a las negociaciones, usando como base la Iniciativa de Paz Árabe de 2002 que ellos lideraron: reconocimiento mutuo y normalización total de relaciones, a cambio de un Estado palestino».
Ataques de los yemeníes
Una de las derivadas del conflicto de Gaza ha sido un movimiento imprevisto y sin precedentes: los rebeldes hutíes yemeníes han decidido lanzar operaciones de castigo contra Israel para defender a sus «hermanos» palestinos.
Los hutíes son un grupo chií, una de las dos ramas principales del Islam, que ha tomado el control de la mitad oeste de Yemen, un país muy pobre al sur de Arabia Saudí. El conflicto estalló como golpe de Estado y guerra civil en 2014. El país se dividió en dos: una parte, incluida la capital, Saná, está controlada por los hutíes; y el resto, con sede en Aden, controlada por el presidente despuesto Al Hadi.
Arabia Saudí intervino a favor de este último y en contra de los hutíes, que además de ser chiíes están controlados por su eterno rival, Irán. Riad formó una coalición para atacar a los rebeldes. Nueve años después, ha habido alrededor de un cuarto de millón de muertos y se ha desatado una de las peores crisis humanitarias del momento.
En medio de ese desastre total, las milicias hutíes han decidido atacar a los barcos que atraviesan el Mar Rojo y el estrecho de Bab el-Mandeb. Han secuestrado un gran carguero, que mantienen en su poder, y bombardean con misiles o drones todos los que ponen a tiro. El último, este mismo martes.
El objetivo es crear tensión en las rutas comerciales globales y crear un alza en los precios, para elevar el coste del apoyo a Israel por parte de países como Estados Unidos o Reino Unido, según ha apuntado a este diario Yago Rodríguez, experto en innovación militar de insurgencias. Irán estaría detrás de esta estrategia. Algunos de los misiles usados (los Asef y los Tankil) serían de origen iraní o desarrollados a partir de ellos.
Relación Irán – Arabia Saudí
Hay siempre en ese hervidero geopolítico un doble juego. A pesar del apoyo de Irán a los rebeldes yemeníes contra los que lucha Arabia Saudí, ambos gigantes regionales se están, de hecho, acercando.
A principios de año, Teherán y Riad sellaron el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas gracias a las gestiones de China. Y está funcionando. Han abierto embajadas, han reanudado los vuelos entre ambos países. El presidente iraní fue a Arabia Saudí para la cumbre de la Liga Árabe y la Organización de la Conferencia Islámica. Ahora, se espera que el propio Mohamed Bin Salmán visite Teherán el próximo año. Sería algo inédito, y apuntaría a una suerte de final al eterno pulso entre el llamado «creciente chií», dominado por Irán, y el mundo suní, con Arabia Saudi como su máximo exponente y guardián de los lugares santos como La Meca.
Riad trata también de mantener el equilibrio entre el sur global, Occidente y los estados repudiados por la comunidad internacional como Rusia. El pasado 5 de diciembre, Mohamed Bin Salman recibió a Vladímir Putin, un paria para Occidente, en su palacio Al Yamamah de Riad. El todopoderoso príncipe heredero y el presidente ruso se coordinaron como miembros del cartel petrolero OPEC+ y fijaron visiones sobre la guerra de Oriente Próximo y la invasión de Ucrania.
Arabia Saudí está inmersa en una estrategia de modernización y diversificación de su economía, que consideran que no es sostenible: por la vulnerabilidad a la subida y bajada de precios y por la guerra global contra los combustibles fósiles. La gran apuesta para conseguirlo es un fondo de inversión, Visión 2030, con el que pretenden elevar las exportaciones de productos no petrolíferos desde el 16% actual hasta el 50% en los próximos siete años. Han liberalizado algunos sectores de una economía profundamente estatalizada y controlada desde Palacio. Quieren llevar la contribución del sector privado hasta el 65% del PIB antes de 2030. No quieren que nada les distraiga. Se estima que sus reservas de petróleo durarán unos 90 años más, a lo sumo. La preocupación es de qué vivirán sus 35 millones de habitantes después.