El día más duro en la vida política de Nadia Calviño coincidió con la última moción de censura del hoy verdugo Santiago Abascal. Cuando Pedro Sánchez promocionó a la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz para replicar al trasnochado Ramón Tamames, en el discurso que supuso el lanzamiento estelar de la creadora de Sumar, la vicepresidenta primera y económica se retorcía en su sillón del Congreso. Su gran rival para convertirse en la primera mujer que llegaba a La Moncloa recibía la encomienda de cantar las glorias del Gobierno de coalición.
La autoestima de Calviño no habrá mejorado al verificar su papel episódico en Tierra Firme, la gloriosa autobiografía de los cinco años de presidencia de Sánchez. La cerebro económico del Ejecutivo solo recibe una mención al desgaire, para consignar que «dedica enorme empeño» a «la inclusión de todos» en la transición digital. Más de uno preferiría un insulto en condiciones a esa alabanza bobalicona. Ante las humillaciones reiteradas, a nadie puede sorprenderle que la hija del ultramilitante José María Calviño recibiera la noticia de su nombramiento al frente del Banco Europeo de Inversiones con la firme voluntad de ejercer hasta el último día «de vicepresidenta primera del Gobierno». Donde el énfasis llamativo por innecesario es en «primera», frente a la segundona Díaz.
El énfasis en la «primera» confirma que la titularidad del BEI arruina las invenciones de la derecha sobre el repudio de la Unión Europea a Sánchez, pero supone una degradación para las ambiciones de la futura presidenta bancaria. Para el común, la primera vicepresidenta se marcha a Luxemburgo sin desvelar el nombre de su supermercado, el único de España donde han bajado los precios tal vez por tenerla como distinguida clienta. El presidente primero consigue un doble golpe de efecto, coloca una pica en Europa y se desembaraza de una rival peligrosa. La única presidencia que añoraba Nadia Calviño es la del Gobierno, se había entrenado duro para aprender a traducir la economía a personas, que ahora podrá comprimir de nuevo a cifras implacables.