El Dépor ha convertido en cotidiano lo indigno. Es interminable la lista de equipos honrados y voluntariosos que pocas veces soñaron con jugar en Riazor y que esta temporada han rascado puntos de sus visitas a A Coruña. Es como mover un cadáver con un palo. Y no es lo peor, es esa sensación de ver a un Dépor paralizado que sigue ahondando en su desgracia y que no hay nada ni nadie que sea capaz de pararlo en su despeñamiento. Esa versión mortecina fue la que le regaló un punto al Sestao River (1-1) y la que pone en la picota a Imanol Idiakez, que puede estar viviendo sus últimas horas como entrenador del Deportivo. Si un equipo habla por su entrenador, el vasco tiene un futuro marcado y en negro, sobre todo porque cuando los pitos arrecian en un estadio, el palco se pone en alerta. Porque el sonido de viento también les señalan a ellos. El empate, sin el más mínimo argumento futbolístico de un equipo entregado y sin rumbo, deja el ascenso directo a nueve puntos. Esa enorme distancia es el menor de los males de un conjunto y de un proyecto que hacen aguas por todas partes. No va haber tanto salvavidas para librarlo de tal naufragio.

Victoria en Barcelona, gran ambiente ante el Tenerife, regreso de Irureta… Soplaban vientos de cambio o eso era, al menos, lo que deseaba y pregonaba Idiakez. El Dépor, acostumbrado a las siestas y a los encasquillamientos en Riazor, tenía que lidiar con un horario a contranatura. Su técnico tenía dos dudas, dos futbolistas a preservar: Yeremay y Jaime. El canario jugó, el andaluz se quedó en el banquillo, mientras Dani Barcia era el acompañante de Pablo Vázquez ante la baja de Pablo Martínez. El canterano sacaba su zurda a pasear por Riazor, lo que se lleva esperando muchos años en Abegondo.

El Dépor jugaba, además, con la ventaja de que había tenido un día más de descanso que su rival, el Sestao River, en puestos de descenso. Toda esa ventisca que debía proyectarle se convirtió pronto en viento que hacía pequeños remolinos sobre su eje. Como el juego del Dépor, de poco alcance.

Desde los instantes iniciales era palpable que el duelo iba a hacia el riego que había marcado el Sestao River. Mezclaba el repliegue con la presión arriba tras pérdida, blindaba su portería por dentro y le ofrecía las bandas a los coruñeses. El Dépor era la lentitud en persona, ni siquiera había logrado que los vascos se sintiesen intimidados por Riazor. Ese Dépor que pretende recuperar las bandas con Yeremay siguió siendo inofensivo en esa parcela y su juego interior era lento, lento. Estaba sin ideas. Cada pase de un jugador blanquiazul iba precedido de un fax. Era desesperante. Pronto lo percibió Riazor, que pitaba, mientras los visitantes cada vez se soltaban más, llegaban más. ¿Por que no iban a ganar en Riazor?

Cuando el sonido de viento ya se había instalado en la grada con Salva Sevilla como principal blanco de las críticas, llegaron las tres jugadas que marcaron la primera parte. Una de las primeras caídas de Lucas a banda acabó finalizando con un centro que a punto estuvo de embocar Villares en el segundo palo. Minutos 26. Dos después llegó el gol de los vascos. Gran contra de Guruzeta y Aranzabe, que batía a Parreño ante la pasividad de la cobertura coruñesa. El Sestao jugaba mejor y ganaba. Lo lógico.

El enfado de Riazor se multiplicó y el Dépor no dio síntomas de una mejora en su fútbol ni de tener arrestos para empatar por empuje. El equipo coruñés era un barco a la deriva al que rescató una gran jugada, aunque fuese aislada dentro de su horizontalidad. Otra caída de Lucas habilitaba a Salva, que buscó a Balenziaga en el segundo palo. No falló. 1-1, minuto 35. Era la tercera. Llegaba el gol antes que el fútbol. El pivote andaluz respondía a los pitos con una asistencia, justo después le daría una mayor réplica con un caño. El Dépor respiraba y calmaba Riazor camino del descanso. Tregua, tensión, todo por decidir.

La segunda parte es la que debía servir, en teoría, para que el desfibrilador hiciese revivir al Dépor. Poco a nada enseñó un equipo que parecía entregado a su suerte. Un par de escaramuzas en los primeros minutos en las que aparecieron Villares, Lucas y Davo y poco más. El equipo coruñés se fue ahogando en su propia inutilidad. Nadie tiraba un desmarque, el balón parecía medicinal y las ideas eran plomo puro.

Esta vez Idiakez no tardó tanto en hacer los cambios, pero no valieron para mudar la cara al equipo. Solo para acabar construyendo un Frankestein al que no salvó ni una jugada aislada. Con Valcarce y Cayarga como últimos recursos, antes entraron al campo Mella, fuera de sitio, y Kevin Sánchez, además de un inexistente Hugo Rama. Si un equipo pudo marcar en todo ese último rato fue el Sestao River, ya muy cansado, al que solo le faltó creérselo un poco más y que, en varias ocasiones, topó con las últimas defensas de Pablo Martínez y, sobre todo, Dani Barcia.

El entrenador vasco hasta sacó del campo a Lucas Pérez, lo impensable, aunque no fuese merecido, porque el coruñés es una sombra del jugador que fue, a pesar de haber participado en el primer y único tanto de los blanquiazules. Quien sí seguía en el terreno de juego era Yeremay Hernández, con la lengua fuera y la luz justa que a veces hasta llegaba. El canario era un clavo ardiendo para un Idiakez, al que salvo sorpresa le tocará despedirse de A Coruña. El Dépor quería apostar por la continuidad en los banquillos, pero lo primero es elegir (al que dirige y a los juegan) y luego no hay nada peor que la inacción. Y el Dépor es un equipo paralizado, abandonado a su suerte y deriva.