«Hermanados de manera irrevocable en la batalla cultural y política por la libertad y contra la ruina izquierdista«. Santiago Abascal no habló solo en su nombre en Buenos Aires. La llegada de Javier Milei a la presidencia argentina es una victoria sentida como propia por el líder de Vox y otros ultraderechistas como Jair Bolsonaro, quien constituyó esa avanzada ideológica en América Latina en 2018, el mexicano Eduardo Verástegui y el chileno José Antonio Kast, todos de cuerpo presente en Buenos Aires. La capital argentina se ha convertido en un inesperado centro de irradiación para los sectores más radicalizados de Iberoamérica, nucleados en el Foro Madrid. La presencia del húngaro Viktor Orbán en la toma de posesión muestra que las simpatías hacia el anarco capitalista exceden a España en Europa.
La asunción de Milei es hija lejana del trumpismo, el Brexit y las fuerzas que se desataron a nivel global en los últimos años. Le dieron una legitimidad y un mundo de relaciones que se hicieron notar en esta ceremonia de traspaso de mando. La victoria electoral de La Libertad Avanza ahora funciona como una usina que promete alimentar a otras experiencias e ilusiones políticas del mismo signo.
Al subir al pequeño escenario montado a espaldas del Congreso, Bolsonaro, sobre quien pesa una inhabilitación de ocho años para ejercer cargos públicos por haber sembrado dudas sobre la transparencia electoral en Brasil, y es actualmente investigado como presunto instigador del intento de golpe de Estado contra Luiz Inacio Lula da Silva, el pasado 8 de enero, tuvo su breve aunque elocuente baño de masas. Esa aclamación da cuenta de un nuevo ideario político en Argentina. Si bien, como ocurrió en el vecino país con el mismo Bolsonaro, no todos los votantes de Milei comparten sus posiciones más extremas, y pueden cambiar pronto de opinión, se ha constituido en este país una activa minoría política que se expresará en el Gobierno y, como viene ocurriendo, en las calles.
Palabras inéditas en el espacio público
En 1996, Rodolfo Barra tuvo que abandonar la cartera de Justicia cuando se conoció su pasado nazi y fue divulgada una fotografía con el brazo derecho alzado. Casi tres décadas más tarde se han creado las condiciones políticas para que retorne a un Gobierno encabezado por un ultraderechista que llamaba a sus adversarios cucarachas y ratas. Lo hará al frente de los abogados del Estado.
El episodio es apenas uno más de una cadena inquietante que se viene extendiendo desde hace unos años y que cuenta con declaraciones de dirigentes o figuras de La Libertad Avanza (LLA) de corte antisemita, un anticomunismo que habría resultado exagerado incluso durante la Guerra Fría e, incluso, lindantes con el terraplanismo. La diputada electa Lilia Lemoine no solo duda de la redondez del planeta. Ha calificado de patriota a un dirigente que usaba una casaca con las SS hitlerianas.
El presidente no podría ser emparentado con el nazismo. Su simpatía con Israel y su dirigencia es elocuente, y la volvió a demostrar este domingo. «Si hay alguien filonazi acercándose a nuestro espacio, le diría que tiene un problema ideológico grave. El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo. No tiene nada que hacer un nazi en esta estructura. Está fuera por definición», llegó a decir previamente. Su definición no ha impedido la banalización o la defensa de la última dictadura militar (1976-83) ni la aparición de simbologías del Tercer Reich o amenazas de escarmiento a los «zurdos de mierda«. Cuando Patricia Bullrich disputaba la presidencia argentina en el primer turno dijo que en actos de LLA «estaban los skinheads que usan esvásticas«. Milei no tuvo pruritos de designarla al frente del ministerio de Seguridad.
Numerosos ataques
De acuerdo con el Registro de Ataques de Derechas Argentinas Radicalizadas (Radar), un proyecto de la revista Crisis que cuenta con el apoyo del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels), durante los últimos tres años se registraron 220 acciones consideradas «ataques de odio» que involucran no solamente a simpatizantes de Milei. La mayoría de esos hechos apuntaron contra «símbolos y lugares» relacionados con la memoria de la dictadura. Un 20% de los mismos fueron de «hostigamiento e intimidación» y otro 20% restante «atentados contra la integridad física y la vida».
Este espíritu de época que tanto celebra Abascal no ha nacido en Argentina por generación espontánea. Los primeros indicios se pudieron detectar en 2018 durante las discusiones parlamentarias de la ley de despenalización del aborto. El antifeminismo se mezcló con arengas contra toda clase de propuestas progresistas. La pandemia es considerada una suerte de parte aguas. La extendida cuarentena dio rienda suelta a discursos insólitos como el de la «infectadura«. El tono de las intervenciones fue creciente. De las redes sociales paso a las calles y se subió a la ola que empezaba a arrastrar a Milei a la presidencia. El 17% de los votos obtenidos en la ciudad de Buenos Aires en los comicios legislativos de 2021 documentó los cambios que se harían más drásticos. Pero antes, el 1 de septiembre de 2022, las palabras estuvieron a segundos de pasar a los hechos cuando Sabag Montiel trató de disparar dos veces en la cara de Cristina Fernández de Kirchner. Las balas no salieron del arma que sostenía en su mano. El fallido magnicidio fue lamentado en el espacio virtual aunque por la ineficacia del victimario.
Los analistas coinciden en que estos discursos habrían caído en el vacío de no ser por la crisis económica y social que ha hundido a millones de personas en la pobreza o sumidos en la desesperación social. El alimento de la radicalidad no es la ideología sino la economía. La posibilidad de repetición de la experiencia argentina produce por esas razones entusiasmo en los socios internacionales de Milei y, a la vez, pavor entre quienes observan en la región la inédita mutación de este país.