El pasado 2 de diciembre, una treintena de autocaravanas desfilaron lentamente desde el párking de Vielha, en el Valle de Arán, hasta Baqueira, para protestar por las condiciones en las que viven los temporeros de la nieve: trabajadores que suben a las montañas en invierno para emplearse en las pistas y que viven en furgonetas ante la imposibilidad de alquilar un piso por la escasez de vivienda y sus altos precios. No obstante, esta situación no se circunscribe solo al Pirineo catalán. En los valles aragoneses el panorama no es mejor. Y el peligro es que las comarcas de alta montaña acaben convirtiéndose en Ibiza: muchos turistas y pocas casas para los locales.
«No es algo nuevo. Es la normalidad en la que llevamos instaurados desde hace por lo menos ocho años. Los párkings de las estaciones de esquí se llenan de caravanas en las que viven los trabajadores que suben a hacer la temporada de invierno. Aquí decimos que son las favelas del Pirineo», cuentan desde CCOO Huesca. ¿El por qué? «Te cobran una salvajada por el alquiler y los sueldos no están en consonancia», explican fuentes del sindicato.
Junto a los sueldos y la precariedad del trabajo estacional al que condena la dependencia de la nieve, la falta de vivienda es el otro gran escollo con el que se encuentran los trabajadores en el Pirineo. Se construyen nuevas promociones, sí, y además la mayoría se destinan a segundas residencias. Y el alquiler para uso turístico se ha disparado. Los propietarios prefieren alquilar sus pisos un fin de semana a través de AirBnB que un mes para un alquiler estable porque la rentabilidad es mucho mayor y el papeleo es menos trabajoso.
Los números lo demuestran. Desde el año 2016, según los datos del Instituto Aragonés de Estadística, el número de viviendas de uso turístico en las comarcas pirenaicas que cuentan con pistas de esquí se ha disparado. En La Jacetania había 42 hace siete años. Ahora la cifra asciende hasta las 448, lo que supone un crecimiento de casi el 1000%.
Ocurre lo mismo en el Alto Gállego, donde se sitúan Formigal y Panticosa –que se jactan de ser el dominio esquiable más grande de España–: de 191 viviendas en 2016 se ha pasado a 652 en 2022. Y en Ribagorza, en ese mismo lapso temporal, el número de viviendas turísticas ha crecido de 151 a 480. Todos estos pisos y casas son viviendas que se sacan del mercado regular y a las que ya no pueden acceder ni los vecinos del entorno ni los trabajadores que suben al Pirineo en los meses en los que el turismo repunta. Y a esta situación se suma la incertidumbre, porque el inicio de la temporada invernal lo marca la nieve. Este año, sin ir más lejos, todavía no ha llegado.
«Los que alquilan pisos a trabajadores lo hacen por la temporada completa, de diciembre a marzo. Tienes que pagar cuatro meses más la fianza. Y a veces pasa, cada vez más, que llegas y empiezas a abonar el alquiler, pero no has empezado a trabajar porque todavía no ha nevado. Así que te pegas un mes pagando y sin cobrar. Es lo que tiene que la nieve sea el único recurso», exponen desde CCOO.
No obstante, hay ayuntamientos que están empezando a moverse para frenar la proliferación de viviendas para uso turístico. Desde este año, en Jaca se exige un permiso de la comunidad de vecinos o una entrada independiente al piso para turistas. En Aínsa han limitado su número máximo en los 60. Y en Canfranc, donde hay unas 70 licencias concedidas (en una población con poco más de 600 habitantes), se están planteando ya algún tipo de regulación. En Benasque, sin embargo, el pleno del consistorio votó en contra de limitar este tipo de negocios particulares.
Los números no salen
«El de la vivienda es un problema serio en muchos pueblos donde la presión turística es tan alta. Y se suma a la precariedad laboral, porque hay gente cobrando poco más de 1.000 euros al mes. Si tienes que pagarte un alquiler de, como mínimo, 550 euros y por un cuchitril, imagínate lo que te queda. Todo esto está impidiendo que se asiente población en el Pirineo», explica Juan Antonio Rodríguez, concejal del Ayuntamiento de Canfranc.
En este municipio, el consistorio ha impulsado la creación de una bolsa de viviendas en alquiler. Los propietarios las ceden a cambio de un arrendamiento sin riesgos puesto que el ayuntamiento se encarga de todas las gestiones y aporta un seguro de impago. «En solo un mes hemos conseguido ocho pisos», dice Rodríguez. Y en el medio plazo el plan es construir viviendas con precios tasados para conseguir atraer población fija.
Pero eso será parte del futuro. El presente y la realidad hoy es que hay personas viviendo en su furgoneta mientras trabajan en las pistas de esquí. «Tiene que haber inversión en vivienda social y con el apoyo de las empresas que contratan», piden desde CCOO.
Y al coste de la vivienda hay que sumarle el de la calefacción, indispensable en invierno, y el de la vida. Todo ello con sueldos que rondan los 1.300 euros. Porque en el Pirineo, debido a la presión turística, todo es más caro: desde hacer la compra hasta tomarse una caña.
Las víctimas de la masificación turística
Según un estudio de Holidu, una plataforma de alquiler de alojamientos turísticos, varios pueblos aragoneses se sitúan en top 10 del ránking de «víctimas de la masificación turística». Son Albarracín, que ocupa el segundo puesto, Sallent de Gállego, en cuatro lugar, y Benasque, en octavo. En el caso de Sallent, por ejemplo, cada año lo visitan más de 32.000 turistas cuando su población asentada es de 1.500 personas. Son más de 20 turistas por habitante, una ratio superior a la que presentan poblaciones como Salou.
Pero sin turismo habría menos oportunidades laborales aún. Y la falta de vivienda es un problema que afecta no solo a los empleados de la zona, sino también a los empleadores, que cada vez tienen más complicado encontrar trabajadores.
«Las viviendas de uso turístico, las legales y las ilegales, encarecen mucho los precios del mercado del alquiler. Hay hoteles que se reservan habitaciones para sus empleados porque si no sería imposible contratar a nadie, pero la vivienda es el gran reto que tenemos por delante. Y habrá que ponerle coto de alguna manera», pide Jesús Pellejero, de la Asociación Turística del valle de Tena.