Cada vez que los niños del campo de refugiados de Yenín van a la escuela, dejan a sus espaldas un solar. Un solar que, en los últimos meses, ha tomado un nuevo sentido. Bajo la tierra húmeda, yacen los cuerpos sin vida de algunos de sus compañeros o hermanos. En el recién estrenado cementerio de los «mártires», hay agujeros cavados en el suelo, aún vacíos, para estos alumnos. «Aquí los niños dicen que, cuando sean mayores, quieren ser luchadores o mártires«, lamenta Salwa Abughali de Médicos sin Fronteras (MSF). Las fechas de sus muertes, o su «martirio» como dicen en Palestina, son recientes y cercanas entre ellas. Algunas coinciden. Antes de que caiga la noche, bajo las nubes de algodón de azúcar que ha regalado la lluvia, varios jóvenes se reúnen para hablar con sus amigos. Pero ellos no pueden responderles. Les hablan mimando sus altares con flores, caricias y banderas palestinas. A las puertas de una escuela cerrada, saben que tal vez este también sea pronto su lecho.
Ahmed Sadi hace semanas que no duerme en su cama. «Es demasiado peligroso«, explica este niño de 12 años, señalando su habitación completamente revuelta, como el resto de su casa en la calle principal del campo. La tarde anterior, las tropas israelíes volvieron a irrumpir en las callejuelas del campamento en la enésima incursión ilegal del año. Desde el 7 de octubre, se han multiplicado. «Vienen un día sí y otro no, a veces por la mañana, otras por la tarde; parece una telenovela turca«, denuncia el padre de Ahmed, Jaled, con los ojos llorosos al observar su maltrecho hogar. Es la quinta vez que entran. En la última planta, la casa de su hermano también ha sido puesta patas arriba. Cerca de la ventana, hay una silla de plástico. «Aquí es donde se sienta el francotirador«, señala Ahmed, apuntando a la amplia visión de la castigada calle.
«Cuando los israelíes vienen y lo revuelven todo, buscan pruebas para usar contra nosotros y meter a los adolescentes y a los niños en prisión«, denuncia a EL PERIÓDICO en un inglés perfecto. «Es el primero de su clase», celebra su padre, combatiendo el llanto inminente con una sonrisa de orgullo. Hace cinco meses, uno de sus cuatro hijos fue detenido con 18 años y no saben los motivos. No quiere que le quiten a ninguno de sus otros críos. Por eso, pasan sus noches lejos del campo, convertido en uno de los principales bastiones de la resistencia palestina. Gran parte de los más de 270 asesinatos por parte de las fuerzas israelíes en los últimos dos meses han tenido lugar en estas callejuelas y en el interior de estas casas. Cada día a las siete de la tarde, los Sadi conducen hasta una casa en la montaña sobre Yenín. «Aún está sin pintar y no tenemos electricidad, pero ponemos unas sábanas en el suelo y es suficiente para nosotros», cuenta Ahmed. Es su refugio más seguro.
Baluarte de la resistencia
El campo de refugiados de Yenín ha sido históricamente uno de los baluartes de la resistencia armada palestina en toda la Cisjordania ocupada. «No quiero normalizarlo, pero la gente de Yenín está acostumbrada a toda esta violencia porque desde que nacemos, desde que somos niños que está ahí», constata Abughali, del equipo de salud mental de MSF. Salwa también es refugiada, aunque no vive en el campo. En el último año de continuas agresiones del Ejército israelí, los luchadores de Yenín no han bajado la guardia, y civiles y milicianos han pagado su precio por ello. Alrededor del 66% de los palestinos muertos desde el 7 de octubre en los territorios ocupados han fallecido en «operaciones de busca y captura» de las tropas hebreas en Yenín y la cercana Tulkarem, según Naciones Unidas.
«La resistencia en Yenín se ha formado específicamente para combatir cada incursión israelí, no se van a luchar o a atacar fuera», señala Irene Huertas, coordinadora de MSF en esta ciudad palestina. «Es un grupo de gente que decide armarse para no ponérselo fácil a los israelíes, pese a saber que ellos van a convertirse en objetivos y que muchos de ellos van a morir», reconoce a El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica,. Antes del 7 de octubre, el campo de refugiados de Yenín ya había sido escenario de los ataques israelíes más letales desde la Segunda Intifada. También en esta urbe norteña de los territorios palestinos ocupados es dónde este 2023 se han vuelto a usar, por primera vez desde hace 20 años, drones contra casas o mezquitas para arrasar con varias vidas al instante.
Estado de guerra
Pese a que la ofensiva a gran escala se concentra en la Franja de Gaza, el ambiente en la Cisjordania ocupada es de guerra. La multiplicación de incursiones israelíes en lugares como Yenín no están dando resultados. «Cada vez que entran, hay tres personas más que se unen a la resistencia; con cada asesinato, hay más apoyo a Hamás o a cualquier otro grupo que defienda mejor sus intereses», constata Huertas. Entre el desorden de su hogar, Jaled Sadi se desploma sobre una silla abatido por el dolor. «Intentan mostrarles al mundo que nosotros somos los terroristas y ellos son los rehenes, pero, ¿qué podemos hacer?», pregunta, con desolación. «Todo el mundo está contra nosotros, incluso los árabes», lamenta a este diario. Los antepasados de los Sadi ya fueron expulsados de su tierra, una aldea en la montaña que ya no existe pero que pueden ver sus restos, tomados por colonos, desde su casa en el campo.
«Este es nuestro país, estas son nuestras tierras, vinimos en 1948 y estamos aquí como un asilo temporal hasta que podamos regresar», recuerda Jaled. Habla alto y fuerte, convencido, para que le escuche su hijo. El amor por su tierra es la única herencia que los palestinos pueden transmitir a las siguientes generaciones. «Cuando oigo que los niños quieren ser luchadores o mártires, como palestina, no sé si sentirme orgullosa o triste«, reconoce Abughali. «Sé que es sólo una idea, pero, como padres, como hermanas y hermanos, ¿cómo podemos evitar esto? Cuando los perdemos, nuestra comunidad se ve afectada», lamenta esta educadora de 33 años.
Antes de llegar al cementerio de «mártires», quedan los restos de una rotonda que ha sido destrozada. A sus pies, aún se distinguen los nombres de aquellos que dieron su vida para defender el campo durante la invasión israelí de 2002 en plena Segunda Intifada. Algunos pedazos de sus retratos desgastados han sobrevivido al embiste israelí. «Los símbolos de Yenín están siendo arrasados en esta campaña más extensa de aterrorizar a todo el mundo y minarles la moral«, denuncia Huertas. Por ahora, no lo han conseguido. Ni la lluvia ni el barro ni las carreteras levantadas por los bulldozers israelíes impiden a los jóvenes del campo de refugiados de Yenín acercarse a hablar con sus muertos, sus héroes. El cielo envuelve su duelo y su orgullo con nubes de algodón de azúcar como promesa de su lucha por un mañana de libertad.