Rubén Baraja ha ganado muchos partidos desde que debutó en el banquillo del Valencia aquel 20 de febrero de 2023 en el Coliseum. Seis la temporada pasada y siete este año contando los de Copa. Trece en total. Su victoria más importante no es ninguna de esas. Su gran triunfo es volver al estadio donde empezó todo hace diez meses con la satisfacción de haber generado «un cambio de expectativa» en el equipo. Así lo explicó el Pipo ayer en sala de prensa. Y no le falta razón.
El técnico ha conseguido en todo este tiempo darle al equipo una identidad propia, recuperar el compromiso y la competitividad del grupo, quitarle los miedos a los jugadores y devolver una mínima esperanza a una afición que al menos ahora se motiva con los chavales. El Valencia aquella noche en Getafe era un equipo perdido, inseguro y asustadizo. Por la cabeza de nadie pasaba ganar. Faltaba unión en el vestuario y ambición en el campo. Hoy todo ha cambiado gracias a él. Y su gran mérito es que lo ha conseguido con una plantilla sensiblemente peor que la del año pasado.
El equipo da para lo que da, pero suele competir siempre. Lo hizo en Sevilla, en Mallorca, en Bilbao, durante la primera parte del Bernabéu y hasta el minuto 80 en Girona cuando se le acabó la gasolina a los titulares. Seguro que también compite en el Coliseum. Aquel Valencia de febrero en Getafe no creía. Este de ahora, a pesar de sus limitaciones, sí cree. Es la gran diferencia. Es la suerte de tener al Pipo. Menos mal.