¿No es la vida una sucesión de revanchas? ¿Esto no va de levantarse y sonreír con cara de niño a quienes te vieron perdido?
João Félix levitó. Se subió a la valla. Dio la espalda al campo. Miró a la grada, con más cemento y plástico que personas. Ytambién al horizonte. Fue esa su manera de cerrar un pasado doloroso y recrearse en un presente donde no se siente un incomprendido. Porque ha encontrado el portugués en el Barça un lugar donde expandir un fútbol demasiado rebelde para los grilletes de Simeone y demasiado osado para un converso como Griezmann. Un espacio donde hacer de la revancha fubolística y vital un modo de vida.
Cuando João Félix se elevó sobre la montaña de Montjuïc, con los brazos bien abiertos, acababa de ajusticiar a un Atlético donde el chico espera no volver. Después de que el Barça mostrara a los rojiblancos el buen gusto de una transición coral, con Pedri, Koundé y Raphinha como piezas fundamentales en una acción nacida en los pies de Iñaki Peña, João Félix fue en busca del paraíso. Nahuel Molina se hizo pequeñito ante el avance del portugués. Y el 14 del Barça, con la confianza propia de quien ha enterrado los complejos, pero también los miedos, salvó la salida de Oblak con una caricia parabólica.
Lucidez azulgrana
Fue ese 1-0 el momento culminante de ese Barça que, con Xavi Hernández al frente, pocas veces había mostrado tantísima lucidez en el juego. Presionó con tanto orden como convencimiento y se ordenó con el balón, no con las piernas. Incluso se mostró valiente tramando duelos al sol individuales con sus rivales. Y ese Atlético que llegaba a Montjuïc tras semanas de propaganda por un presunto cambio de registro, vivió encerrado frente al área de Oblak a la espera de nadie sabe bien qué.
Xavi tuvo el punto de partida claro. También Joan Laporta, que después de dejarse fotografiar en Palamós con el presunto heredero al banquillo, Rafa Márquez, aprovecha cualquier ocasión para organizar publirreportajes el camerino del primer equipo. Unos días con americana de señor, y otros con cazadora de borreguillo canallita. Y Xavi, consciente de lo necesarias que son para el entorno las carantoñas de quien sube y baja el pulgar, buscó la seguridad. Es decir, poco más o menos que el mismo once inicial que le sirvió para tumbar al Oporto en la Champions. Apenas tuvo que variar un par de cosas. Tuvo que borrar a Iñigo Martínez, con molestias, y recuperar a Christensen. Aunque el reajuste determinante tuvo que ver con Koundé, que se desplazó a lateral derecho mientras Araujo volvía al centro de la defensa.
Las alianzas de Koundé
Y Koundé, aliado con Raphinha y Pedri en el triángulo de su zona, se acostumbró a ser el punto de partida. No lo pasó bien Rodrigo Riquelme, abrumado hasta que fue sustituido al descanso junto al otro carrilero sufriente, Nahuel Molina, y Giménez, amenazado con una tarjeta.
A Simeone no le quedó otra que darle la vuelta al calcetín en todas sus líneas con el ingreso de otro central, Azpilicueta, otro carrilero, Lino, y otro delantero, Correa. Luego asomarían también Saúl y el ex azulgrana Memphis. Simeone, a falta de 25 minutos del final, ya había hecho todos los cambios.
Y el Barça, que sólo tuvo que lamentar que Lewandowski no aprovechara ninguna de las cinco ocasiones que le brindaron sus compañeros –hubo desde remates con la cara y con la tibia–, procuró no perder los nervios. Ni dejarse llevar por las insinuaciones de caos propuestas por un Simeone desesperado.
Quizá porque Gündogan, Pedri y De Jong, al menos, hasta el último cuatro de hora, controlaron tiempo y espacio. Sin que importara que el Barça no lograra ampliar su ventaja. Raphinha lo hizo casi todo bien. Sólo le faltó orientar bien los pies en el golpeo. Uno de ellos concluyó en el palo.
Las manos de Iñaki Peña
Un niño se las apañó para llegar hasta el centro del campo para pedir la camiseta al crepuscular Lewandowski en pleno partido. Araujo negó el paso a Griezmann con la misma determinación con la que lo hizo De Jong cuando le tocó salir a su paso. Y, sobre todo, Iñaki Peña sacó dos de las manos de su vida a tiro de falta de Memphis y ya en el ocaso ante Correa. El Atlético no llegó porque, esta vez sí, el Barça sí se reconoció.
Y João Félix, en noche cerrada, buscó el abrazo de sus compañeros, protagonistas de una obra coral propia del Meridiano de sangre de Comarc McCarthy. «Lo que une a los hombres no es compartir el pan sino los enemigos».