El desventurado bufón Rigoletto regresó a Madrid este sábado en una polémica versión sin un ápice de comedia. El retrato de la mujer como mero objeto de deseo sexual y el pavor de esta al género masculino está presente desde el primer compás en este nuevo montaje que fue castigado con abucheos por el público que se dio cita en el estreno.
Un Teatro Real repleto, como cabría esperar de un clásico de esta magnitud, dedicó un caluroso aplauso a reconocer el gran trabajo de los intérpretes sobre el escenario y en el foso, pero la propuesta escénica de Miguel del Arco despertó severas críticas por su crudeza y violencia soterrada.
La puesta en escena arranca con el grito de pánico de una mujer en el patio de butacas, huyendo de una ‘manada’ de captores disfrazados. Lograrán alcanzarla ya sobre el escenario, donde la despojan del vestido violeta – el color elegido remite inevitablemente al movimiento feminista – y simulan una violación. El mismo tono violeta acompañará más tarde a la inmaculada Gilda, la víctima del libreto.
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En adelante, una vez comenzada la fiesta del duque de Mantua – encarnado esta vez por el tenor mexicano Javier Camarena -, las silentes bailarinas se convertirán en la verdadera voz de esta versión de Rigoletto. Son ellas quienes, con sus simulaciones de actos sexuales y convulsiones, transmiten durante toda la función el mensaje de opresión patriarcal que Del Arco ha querido llevar a las tablas.
El relato pasará entonces de la fiesta del duque, con ambiente de Nochevieja actual, a las afueras de Mantua, donde un Rigoletto sin joroba representado por el barítono Ludovic Tézier mantiene encerrada a su hija Gilda, a la que da vida una magistral Adela Zaharia. Encerrada, concretamente, en una burbuja que la aísla – la retiene, según esta propuesta – de una sociedad corrupta y desagradable.
El duque romperá la burbuja, enamorando a Gilda. La ensoñación de la protagonista, casi estática rodeada de cuerpos desnudos, cobró una espectacular viveza en un aria en la que Zaharia alcanzó posiblemente la cumbre de la función. Así lo reconoció el respetable, que ovacionó largamente al filo del ‘bis’ – como ocurriese con ‘Nabucco’ la temporada pasada. La magia se diluiría poco después, cuando Rigoletto pase a sostener una escalera de juguete, perdiendo el elemento de participación del bufón en el rapto de su propia hija.
Los dúos entre Tézier y Zaharia de los dos primeros actos lograron transmitir la intimidad de los personajes, con la preocupación obsesiva y controladora del padre y las ansias de libertad y amor conyugal de la hija. Esas dos secciones fueron las únicas treguas para el espectador en medio de un montaje de dos horas en total (tres, con los descansos) construido en un clima de acoso y tensión constantes.
Incluso la pieza cumbre de la obra, ‘La donna è mobile’, está marcada por la polémica. La posada del libreto original se ha convertido aquí en un prostíbulo en el que un ebrio duque canta esos versos que, más tarde, conducirán a Rigoletto a abrir la mortaja para descubrir que es su hija a quien ha asesinado el sicario que él contrató – representado en el estreno por el bajo surocreano Simon Lim.
La dirección musical ha vuelto a correr a cargo de Nicola Luisotti, que ha visto reconocida con un intenso aplauso su visión de una de las obras magnas de Verdi, al igual que ha ocurrido con la ejecución de sus músicos.
La representación de este ‘Rigoletto’ a lo largo de 23 funciones durante el próximo mes hará que esta trágica historia vuelva a ser la más representada en la larga vida del Teatro Real, adelantando a ‘Aída’ – que pasó por las mismas tablas con una aplaudida producción hace un año.
Es obvio que resulta imposible llevar sobre el escenario un ‘Rigoletto’ como el que grabase la RAI hace más de una década, en villas italianas reales y paisajes naturales, con Zubin Metha a la batuta y con Plácido Domingo en el papel del bufón. Pero parece indudable que el público sigue prefiriendo las adaptaciones más cercanas a la realidad histórica de su época, más conservadoras. O, al menos, sin la representación constante y espasmódica de una agresión sexual.
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