La física dice que sorber y soplar son dos acciones imposibles de realizar al mismo tiempo. La política es, muchas veces, el arte de conseguirlo. En ello están, desde posiciones distintas, Carlos Mazón y Ximo Puig, líderes de dos partidos de gobierno atrapados en medio de una aguda división que se les impone tanto desde arriba (las cúpulas de sus organizaciones) como desde abajo (la calle).

A esa radicalización se refirió el president Mazón en su intervención del pasado lunes en el Foro de Municipalismo que por cuarto año organizó INFORMACIÓN. Y lo hizo deslizando por dos veces una afirmación cuanto menos llamativa: «Vivimos -dijo- un momento de polarización, de la que sin querer formo parte». ¿Cómo «sin querer»? Al margen de la política de pactos de Pedro Sánchez con el independentismo catalán, que lógicamente rechaza, ¿con qué más cosas está en desacuerdo Mazón? ¿Con las algaradas callejeras a las puertas de las sedes socialistas? ¿Con la estrategia de oposición que marca Feijóo? Y, si es así, ¿por qué no lo dice, en vez de contribuir a la escalada de tensión con errores como el del vídeo señalando a los diputados de la izquierda o como el de permitir que Vox utilice el Parlamento como caja de resonancia de su extremismo?

Sorber y soplar. Es lo que hemos visto esta semana en el caso de Moreno Bonilla, que con una mano firmaba un acuerdo con el Gobierno para dar salida al conflicto de Doñana y con otra alentaba a los andaluces a tomar las calles para no ser ciudadanos de segunda frente a los catalanes. Y es lo que intenta hacer también Mazón llamando a los partidos de izquierda a una reunión para pactar un «frente común» en los asuntos de importancia para la Comunitat Valenciana que dependen del Ejecutivo de Sánchez. «Con profundas diferencias, con amnistía o sin ella, si no ponemos pie en pared en los temas importantes para la Comunitat no estaremos haciendo nuestro trabajo», fue otra de las frases que Mazón pronunció en su discurso del pasado lunes ante decenas de alcaldes, miembros de su gobierno y la presidenta de la Federación Valenciana de Municipios.

No creo que se pueda discrepar del planteamiento. Pero él sabe mejor que nadie que hoy por hoy es una convocatoria condenada al fracaso. Y por mucho que proclame en las Corts que la seguirá repitiendo hasta que «el infierno se congele», también sabe que no se dan las circunstancias para que su oferta pueda ser aceptada. No, mientras la tensión esté en máximos, las ejecutivas del PSOE tengan que celebrarse de forma telemática por miedo a agresiones y quienes tienen las herramientas para rebajar esa crispación no hagan nada por amortiguarla, sino que la alimenten por acción u omisión. ¿Es difícil sustraerse a la dinámica de enfrentamiento que se ha instalado? Sí. Pero en eso consiste el liderazgo.

Comprendo que Mazón no lo tiene sencillo. Señalado por la cúpula de su propio partido como el principal causante del insuficiente resultado cosechado por Feijóo el 23J por haber sido el primero que firmó un pacto con Vox (un argumento perverso, porque no le reprochan que gobierne con la ultraderecha, sino que lo hiciera público antes de las elecciones), el jefe del Consell no está para muchos desmarques. Tampoco el PP de la Comunitat Valenciana que él preside ha logrado entrar en el «núcleo duro» de Feijóo, aunque al menos la diputada alicantina Macarena Montesinos, «madre» política de Mazón, sí ha sido elevada a la secretaría general del grupo parlamentario en el Congreso, un puesto relevante.

Pero empezar a asentar un discurso autónomo, pasando de las palabras a los hechos, es algo que a Mazón le conviene. Primero, porque no conseguirá el respeto de Madrid mientras se le vea como un sí es no es entre Moreno y Ayuso. Segundo, porque abrir el abanico, siendo capaz de mantener cauces de diálogo con la oposición, le permitiría contener mejor a Vox. Tercero, porque al centro derecha no le renta a medio plazo mantener la agitación en las calles. Puede que piensen que eso es pan para hoy, pero la historia demuestra que es hambre para mañana.

Algo de ello pudieron empezar a verlo el pasado día 24, cuando miles de personas se manifestaron contra la amnistía convocados por el «blaverismo» indígena. Supongo que el equipo del Palau reparó en que los Sentandreu y compañía acabaron eclipsados por los venidos de fuera, entre ellos personajes como Marcos de Quinto así como buena parte de la guardia pretoriana de Abascal. ¿Quiere la ultraderecha revivir la batalla de València? No sé. Pero ha visto aquí hueco. Y a quien menos le interesa que el monstruo siga engordando es a Mazón.

Tampoco a los socialistas esta situación les lleva a buen puerto. Es obvio que mientras reciban insultos y amenazas no pueden sentarse a negociar nada con el PP. Lo de «frente común» en este contexto no puede estar peor traído. Pero la excusa de Vox tampoco les vale. Tiene razón en ese sentido Mazón cuando dice que no se puede pretender dialogar con un gobierno exigiéndole antes que se desmantele. Las elecciones dieron el resultado que dieron y el Consell es el que es. Se pueden y se deben combatir con la mayor dureza las políticas lesivas para los ciudadanos, pero será difícil convencer a los votantes de que el camino más efectivo para ello sea que un partido que aspira a recuperar la mayoría no participe de los grandes asuntos que nos afectan a todos ni tenga una estrategia propia, reconocible y diferenciada. ¿Creen los socialistas que Compromís es, en estos momentos, un compañero fiable? Basta con que miren la Mesa de las Corts para responderse.