Esquivar al tiempo no es tarea fácil. Aceptar su paso, tampoco. Hay quién ve en la cirugía estética su solución. Otros simplemente acatan y acarician con mimo sus arrugas. La ventaja es que los humanos somos conscientes de ello y podemos tomar una decisión u otra. Los cuadros no. Envejecen y algunos lo hacen bien y otros, no tanto. Es ahí, en este segundo supuesto cuando se abre la ventana a una segunda oportunidad. Es ahí, cuando entran en juego los equipos de restauración de los museos.
Entrar en el el Departamento de Restauración del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid es visitar una máquina del tiempo. Saltar del siglo XIII hasta el XX sin moverte de una sala en la que el arte se respira en cada rincón, y en la que los detalles sí importan. Por eso, cuando a Ubaldo Sedano, director del equipo, le preguntamos cómo es una jornada de trabajo no sabe ni por dónde empezar. Lo que sí tiene claro son los valores que le acompañan desde que, hace ahora 30 años empezara a trabajar en el museo: «Las obras de arte son insustituibles. Son nuestro patrimonio y memoria. Tenemos que cuidarlas y mantenerlas para que llegue en el mejor estado posible a las generaciones futuras».
Así que cada día se ponen manos a la obra. Pinceles, pinturas de todas las tonalidades, pan de oro y guantes se mezclan con máquinas de rayos X, microscopios, escáners y todo tipo de artilugios que te llevan a pensar que en vez de estar en una galería de arte te encuentras en un centro médico. «Funcionamos como un hospital, tanto que uno de nuestros componentes más importantes es el laboratorio donde se toman muestras de las obras para analizarlo absolutamente todo», explica Ubaldo. Al frente de él está Andrés Sánchez Ledesma, encargado de informar en qué estado se halla obra desde la superficie hacia el interior y cómo puede reaccionar ante los tratamientos que los técnicos le van a hacer. «El objetivo es que se realice siempre sobre una base científica», señala a El Periódico de España
Funcionamos como un hospital, tanto que uno de nuestros componentes más importantes es el laboratorio»
Licenciado en Bioquímica en la Universidad de La Habana (Cuba) llegó a España en 1980 gracias a una beca de la UNESCO y, unos años más tarde el destino, le brindó la oportunidad de trabajar en el Thyssen. «Siempre me había interesado el arte y, después de 30 años en el departamento sigo aprendiendo todos los días. Cada obra es un mundo, incluso las de un mismo pintor son muy diferentes», añade. Otra de sus funciones es la de investigar sobre nuevos materiales: «A día de hoy todavía no existen empresas que se dediquen expresamente a fabricar materias para la restauración y esto es muy importante, ya que todos los procesos tienen que ser reversibles. Para ello, resulta imprescindible que se utilicen elementos que no provoquen cambios en las obras», explica.
Después del informe de Andrés es el turno de los técnicos. Ellos son los encargados de dar una nueva vida a las pinturas. Un trabajo en el que la paciencia y el cuidado minucioso de los detalles son la base y en el que la presión y la responsabilidad de que el resultado sea el esperado también. «Al fin y al cabo estás tocando un objeto que es insustituible y toda intervención conlleva un riesgo», cuenta Susana Pérez, responsable del departamento.
Ella lleva trabajando aquí 23 años y a lo largo de todo este tiempo ha experimentado con cientos de cuadros y esculturas: «Una de las más difíciles que recuerdo es una escayola realizada por un artista del grupo de los realistas de Madrid. Era la primera vez que manipulaba una obra cuyo autor estaba vivo, ya que en la mayoría de los casos son tan antiguas que ya han fallecido. Por ello, impresiona mucho restaurar una pieza que sabía que iba a ver su creador».
Para ella, la magia del arte de la restauración reside en algo tan básico y a la vez tan difícil como la concentración. De ahí que, sea curioso verla trabajar sobre la obra que reina en la sala principal del departamento. Se trata de ‘La Virgen y el Niño con las santas Margarita y Catalina’, de Michael Pacher, artista de la Escuela de los Alpes. Llama la atención no solo porsu dimensión, sino por la historia que hay detrás de ella, «allí es uno de los iconos», cuenta Susana. Esta no es la primera vez que se somete a una intervención y, precisamente, el fin en esta ocasión es devolverla a su estado natural. «Antes las restauraciones era más pictóricas, se usaba más material del debido, así que ahora lo que estamos haciendo es ir retirando la pintura de la primera intervención y recuperar las capas originales», añade.
La tecnología ha llegado para quedarse
En esta carrera a contrarreloj contra el tiempo hay un elemento que está siendo clave: la tecnología. Lejos de ser una competidora, es más bien una aliada. «Lo ha cambiado todo. Ahora tenemos una seguridad que hace unos años era impensable porque antes trabajábamos más con prueba y error, pero hoy es una maravilla poder disponer de estos avances», explica Ubaldo. Pero ¿podría la inteligencia artificial sustituir este trabajo? Cuesta creerlo, sobre todo por la importancia que adquiere el criterio humano en cada una de las intervenciones. «El respeto y rigor científico es lo único que no puede cambiar: el de la mínima intervención, que todos los materiales que usemos sean reversibles, y ahí somos indispensables», añade Susana.
Lo que sí ha cambiado es la forma de hacer llegar los museos a la población, donde las redes sociales juegan un papel muy importante. Cada vez son más las instituciones de este tipo que han encontrado en plataformas como Instagram o TikTok una oportunidad para conectar con el público más joven. «Las nuevas tecnologías lo han invadido todo y más a las nuevas generaciones porque han nacido y crecido con ellas. Pero eso no quiere decir que a ellas no les interese el arte», cuenta Ubaldo. De hecho, el Museo Thyssen cuenta con más de 20.000 seguidores en TikTok y el Museo del Prado se ha convertido en la galería más potente de la plataforma asiática con medio millón de fans.
“El criterio de respeto y rigor científico es lo único que no puede cambiar»
Otro de los aspectos que también ha evolucionado a mejor es la profesionalización del sector. «Antes era mucho más complicado formarte para esto. Ahora, sin embargo, vemos como cada vez los estudiantes que vienen a realizar prácticas o becas con nosotros están más preparados», dice Ubaldo. Pero, al igual que en la mayoría de las carreras universitarias, falta conexión con el mundo laboral: «No tienen la experiencia, pero es normal, no es lo mismo cuando tienes delante una obra y puedes tocarla y olerla».
Implicación de la sociedad
Lo que no ha cambiado es la concepción de estos departamentos como la parte más desconocida para la sociedad. «Falta esa implicación por parte de los ciudadanos porque muchos de ellos no son conscientes del trabajo que hay detrás para que una obra tenga el estado adecuado», señala Andrés. Es por esta razón por la que desde hace unos años buscan la participación de la población a través del ‘crowdfunding’, es decir, una campaña de micromecenazgo en la que todo aquel que lo desee pueda ayudar al cuidado y conservación de las obras maestras de la colección permanente.
El último cuadro en unirse es el ‘El puente de Waterloo’ de André Derain, que necesita una limpieza para recuperar sus colores originales y un estudio técnico que permita conocer más a fondo todos sus secretos. Para ello, han instalado una tablet al lado del cuadro para que quienes quieran puedan hacer su aportaciones.
La meta, tal y como explica Susana, es “que la gente sienta que colabora y que forma parte de él y de esta manera también hacer una cultura sostenible». Esta es la tercera vez que se apuesta por este formato: primero se hizo con ‘La plaza de San Marcos en Venecia’, de Canaletto; y después con ‘Porcelana china’ con flores, de Jacques Linard.
Diversidad de criterios
La pregunta que nos podemos hacer llegados a este punto es si todas las obras necesitarán una revisión periódica. La respuesta es sencilla: no. Tal y como explica el director del departamento, los criterios son muchos y muy diversos. «Hay algunas que sufren el paso de los años, por lo hacemos una selección de las que son más urgentes. También tenemos en cuenta si tienen que viajar o no, ya que si han sido solicitadas por algún museo, les damos prioridad porque nos tenemos que asegurar de que está estable y lo suficientemente bien para soportar el traslado», cuenta.
En una carrera donde el tiempo es el mayor enemigo o el aliado (según se quiera ver) es importante pararse a pensar si hay un periodo estimado para cada restauración. No existe un manual, es decir, cada una tiene unas necesidades diferentes: «En este caso, es lo que menos nos importa, suele ser de unos cinco o seis meses, incluso nos solemos poner en contacto con otras pinacotecas que tienen obras parecidas y compartir los hallazgos y contrastar”.
Cuando sales del reciento tienes la sensación de que el reloj se ha detenido. Que pasado, presente y futuro confluyen en una única línea del tiempo en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, mientras el ruido de la ciudad nos recuerda que a diferencia, de los cuadros y esculturas, nosotros sí tenemos que seguir el calendario.