Hace nueve años que a Pedro (nombre ficticio) le cambio la vida de forma radical. Ese verano, tras varias semanas con una fiebre y malestar general que no disminuía, le confirmaron que era seropositivo. Un diagnóstico, el del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), que le cambió la vida. Ahora, tras casi una década su miedo al rechazo social y en su entorno laboral sigue latente.

«Fue un mazazo. Me quedé helado en la consulta y no paraba de llorar. Pensé que mi hora había llegado, que iba a morir y no iba a poder hacer todos los planes que había soñado». Así describe Pedro (nombre ficticio), de 42 años, universitario y vecino de Las Palmas de Gran Canaria, el día que su médico de cabecera le confirmó que era seropositivo. Con motivo de la celebración, hoy, del Día Mundial de la Lucha contra el Sida, este canario quiere dar su testimonio para concienciar sobre la importancia de la prevención y del largo camino que queda aún para erradicar esta pandemia. Lo hace bajo seudónimo y sin dar la cara públicamente por miedo al rechazo social que aún persiste.

«Si se enterasen en mi trabajo no se cómo reaccionarían o qué podría pasar. Ese pavor sigue, la gente aún tienen muchos perjuicios y siguen creyendo en mitos y bulos que ya no tienen sentido», explica.

Su historia se remonta al verano de 2014. Un día de mediados de julio su mundo se derrumbó ante sus ojos plagados de lágrimas. Era la confirmación de una sospecha que llevaba meses rondándole la cabeza. Pese a estar en pleno verano, llevaba varias semanas con fiebre y malestar general. Una especie de gripe incurable que le llevó a pedir un análisis de sangre completo, incluyendo serología.

«Algo sospechaba, pero la verdad es que por miedo no había acudido al médico para hacerme un chequeo», recuerda. Y es que, esta es una de las grandes asignaturas pendientes en la lucha contra el VIH, la falta de prevención y concienciación entre la población vulnerable. Desde el primer momento contó con el total apoyo de su familia y de su pareja sentimental. «Sin ellos, sin su apoyo no habría salido adelante. Mi pareja en aquel momento fue otro pilar y siento que estaré toda mi vida en deuda con él», subraya.

Gravedad

Pero no solo fue la confirmación de su infección: Pedro había desarrollado la enfermedad, sus defensas estaban gravemente tocadas y su vida pendía de un hilo. El conteo de CD4, que es una prueba de sangre que mide la cantidad de linfocitos CD4 en la sangre, estaba bajo mínimos. El VIH ataca y destruye los linfocitos CD4. Sin tratamiento, el virus puede destruir tantos linfocitos CD4 que el sistema inmunitario puede tener problemas combatiendo infecciones. Enseguida fue citado en el Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín para comenzar con el tratamiento. «Recuerdo la primera cita que tuve con el especialista de Medicina Interna. El trato fue extraordinario. A partir de ese momento comencé a verlo todo con algo más de optimismo», señala.

Ese miedo a morir, como habían fallecido miles de personas, sobre todo, hombres del colectivo LGTBI, durante finales de la década de los 80 y principios de los 90, empezó a desvanecerse. «Me dejó claro que con los tratamientos actuales y llevando una vida sana y ordenada podía salir adelante. Pero me costó», relata.

Entonces, Pedro tenía un aspecto visiblemente desmejorado. Había perdido mucho peso, empezó a perder el pelo, no tenía fuerzas y le costaba comer. De hecho, durante varias semanas vomitaba todo lo que ingería. Una situación que encendió todas las alarmas entre su familia.

Una de esas noches calurosas de aquel verano no aguantó más. Los vómitos no cesaban y su estado de salud no mejoraba. Una caída en su domicilio familiar, tras un desvanecimiento, le terminó llevando al Hospital Universitario Doctor Negrín de Gran Canaria. Era el momento de actuar o podría ser demasiado tarde.

Tras pasar por Urgencias y realizarse una Tomografía Axial Computarizada (TAC) ingresó en el citado centro hospitalario, en la planta de Medicina Interna. Durante los siguientes días se sucedieron las pruebas, los análisis de sangre y un monitoreo continuo. A todo esto se sumaban las dos pastillas diarias, un tratamiento que debería tener de por vida, precisamente para garantizar que siguiese con su existencia.

Poco a poco su estado de salud fue mejorando, recuperó algo de peso y sus analíticas prosperaban y las copias de linfocitos T4 subían. El tratamiento comenzaba a dar sus frutos. Tras una semana, Pedro recibió el alta hospitalaria. Comenzaba así una nueva etapa. El objetivo: seguir mejorando, aumentar la presencia de linfocitos T4 y acorralar el avance del virus.

«Me daba vergüenza mirarme al espejo o sacarme fotos. De hecho, no guardo ninguna de aquella época. Decir que toqué fondo es quedarse corto. La suerte es que puedo contarlo, y ahora ya sin lágrimas», destaca. Las semanas dieron paso a los meses y el tratamiento, que tenía que ir a recoger cada mes al Hospital Negrín, seguía dando sus frutos. Cada vez ganaba más peso, ya no se le caía el pelo y su estado de salud mejoraba por días. «Creo que después de algo más de un año de tratamiento un día en la consulta mi médico me comunicó que la primera batalla la había ganado, ya era indetectable», relata.

Una palabra que le abrió un mundo. Se había logrado evitar la replicación del virus y su cantidad en sangre había disminuido hasta niveles que no pueden ser detectados por análisis convencionales.

Indetectable

Alcanzar ese estado no significa haber eliminado el virus, pero cuando una persona con VIH en tratamiento mantiene una carga viral indetectable durante al menos seis meses, no existe posibilidad de transmisión del virus por vía sexual. «Salí de consulta exultante, hacia meses que no me sentía tan seguro de mi mismo, incluso feliz», apunta. El siguiente paso fue pasar de dos pastillas al día a una. También empezó a recoger su tratamiento cada dos meses. Con el paso del tiempo esto se espació y solo acudía una vez cada tres meses. «Desde el primer día el personal de Farmacia Ambulatoria me trató de forma cercana, siempre con una sonrisa y con calidez», dice.

Y es que Pedro solo tiene palabras de agradecimiento al personal sanitario que de una forma u otra ha pasado por su vida en estos nueve años. «Sin duda la mejor noticia llegó a principios de este año», apunta. Y es que en plena primavera le comunicaban un nuevo cambio de tratamiento. Dejaría las pastillas por el novedoso tratamiento inyectable.

«Ahora voy cada dos meses a ponerme dos inyecciones. Ya no tengo que estar pendiente de sí me tomé la pastilla o no; puedo viajar sin problemas y no tengo que esconderme para tomar mi tratamiento. Me ha cambiado la vida, me he quitado un peso de encima», concluye.