A Dickon, un niño inglés nacido en Cambridge hacia finales del siglo XIV, le tocó de vivir en un tiempo de miseria y desastres. De joven tuvo que hacer frente a la peor hambruna registrada en la Europa medieval y que se desarrolló entre 1315-1320. Durante ese periodo, las cosechas se perdieron y murió entre el 10-20% de la población de Inglaterra. Aunque la falta de alimentos condicionó su crecimiento —apenas medía 1,60 metros—, desarrolló brazos fuertes y musculados debido a un trabajo que requería de un intenso esfuerzo físico. Entrado en la cincuentena, perdió la mayoría de sus muelas y la artritis afectó a sus codos, costillas y a la rodilla izquierda.

Dickon vivió sus últimas décadas en la parroquia de All Saints by the Castle, una zona periférica de una ciudad habitada aproximadamente por 5.000 personas y varios centenares más de universitarios y religiosos. Un día empezó a sufrir fiebre, espasmos y delirio, convirtiéndose en una víctima más de la peste negra, la epidemia que barrió Europa entre 1347 y 1351 y golpeó a Cambridge con virulencia en 1349, matando a más de la mitad de la población. La zona de la localidad en la que vivía este individuo, que a pesar del caos social desatado por la enfermedad fue enterrado con cuidado en el cementerio de la iglesia, se vio tan afectada por el brote que quedó parcialmente abandonada.

Esta es una de las «biografías óseas» que integran el proyecto After the Plague, desarrollado por investigadores de la Universidad de Cambridge y cuyos resultados se pueden consultar en su página web desde este viernes. El objetivo es transmitir las microhistorias de 16 de anónimos habitantes pertenecientes a diversas clases sociales de esta plaza situada al norte de Londres y su vida diaria en las décadas que la peste negra se extendió por todo el continente. La vasta información se ha registrado gracias a análisis genéticos, de isótopos y osteológicos, como los traumas que presentaban los huesos, de cerca de medio millar de esqueletos excavados en la ciudad desde la década de 1970 y datados entre los siglos XI y XV.


Ilustración que recrea los últimos momentos de vida de Dickon.

Mark Gridley

«Una osteobiografía utiliza toda la evidencia disponible para reconstruir la vida de una persona antigua», explica el investigador principal del proyecto, el profesor John Robb, del Departamento de Arqueología de Cambridge. «Nuestro equipo utilizó técnicas empleadas en estudios como el del esqueleto de Ricardo III, pero esta vez para revelar detalles de vidas desconocidas, de personas de las que nunca sabríamos de otra manera». «La importancia de utilizar la osteobiografía en gente corriente en lugar de en las élites, que están documentadas en fuentes históricas, es que representan a la mayoría de la población, pero son aquellos de los que menos sabemos», añade Sarah Inskip, de la Universidad de Leicester.

Una de las zonas en las que han salido a la luz más restos humanos es en la necrópolis del antiguo hospital de San Juan Evangelista, una institución fundada hacia 1195 que ayudó a los «pobres y enfermos» hasta ser reemplazada en 1511 por el Saint John’s College. Las excavaciones realizadas en 2010 identificaron unos 400 individuos. Los resultados de los análisis científicos publicados ahora en un artículo en la revista Antiquity muestran que los internos eran más bajos que los vecinos del pueblo, tenían mayor probabilidad de morir más jóvenes y de contraer tuberculosis. Aunque presentan las tasas más bajas de traumatismos corporales, en sus huesos quedó registrada la impronta de una dura infancia marcada por el hambre y las enfermedades.

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«Como todas las ciudades medievales, Cambridge era un mar de necesidades», describe John Robb. «Algunos de los pobres más afortunados consiguieron alojamiento y comida en el hospital de por vida. Los criterios de selección habrían sido una mezcla de necesidad material, política local y mérito espiritual«. El estudio revela el verdadero espectro de pobreza durante la época de la peste negra y ofrece una mirada interna a cómo funcionaba un «sistema de beneficios medievales». «Sabemos que los leprosos, las mujeres embarazadas y los locos tenían prohibido su acceso, mientras que la piedad era imprescindible», añade el investigador. Los internos debían rezar por las almas de los benefactores de la institución para acelerar su paso por el purgatorio: «Un hospital era una fábrica de oraciones».

Recreación del mercado de Cambridge en época medieval.


Recreación del mercado de Cambridge en época medieval.

Mark Gridley

Primeros universitarios

Otro hombre llamado Wat —todos los nombres utilizados en el proyecto son seudónimos escogidos mediante un análisis estadístico tras indagar en los registros escritos del periodo— fue uno de los afortunados que logró sobrevivir a la peste negra. Sin embargo, murió a causa de un cáncer en el hospital, probablemente a donde llegó tras quedarse sin recursos. Anne, que vivió hasta los 45-60 años en las décadas previas a la epidemia, sufrió numerosos accidentes que fracturaron muchos de sus huesos y tenía la pierna derecha más corta, lo que le provocó una inusual cojera. A Edmund, que nació hacia el siglo XI, lo inhumaron en All Saints by the Castle, y lo llamativo de su historia es que tenía lepra. Contrario a los estereotipos, no vivió aislado y fue sepultado en un raro ataúd de madera.

En la necrópolis del hospital también se han identificado restos óseos de niños, probablemente huérfanos que presentaban signos de anemina y lesiones en las costillas, síntoma de enfermedades respiratorias como la tuberculosis. Además de los pobres que lo habían sido durante toda su vida, hasta ocho residentes de la institución presentaban niveles de isótopos que indicaban una dieta de menor calidad en su vejez, lo que podría convertirlos en ejemplos de «pobres avergonzados»: aquellos que cayeron en la indigencia tal vez después de quedarse incapaces para trabajar.

Wat, un vecino de Cambridge que sobrevivió a la peste negra.


Wat, un vecino de Cambridge que sobrevivió a la peste negra.

Mark Gridley

Otro de los hallazgos más significativos de la investigación es la posibilidad de haber documentado los esqueletos de algunos de los primeros alumnos universitarios de Cambridge. Casi todos los habitantes de la ciudad tenían los brazos asimétricos como resultado de un agotador esfuerzo físico diario. Sin embargo, los húmeros de una decena de hombres datados a finales del siglo XIV y principios del XV, procedentes del este de Inglaterra y desenterrados en el cementerio del hospital eran simétricos y no presentaban signos de crecimiento limitado o enfermedades crónicas.

«Estos hombres no realizaron habitualmente trabajos manuales ni artesanales, y vivieron con buena salud y una nutrición digna, normalmente hasta una edad avanzada. Parece probable que fueran los primeros estudiantes de la Universidad de Cambridge», valora John Robb. «Los clérigos universitarios no contaban con el apoyo de las órdenes religiosas. La mayoría de los alumnos se mantenía con dinero familiar, ganancias de la enseñanza o patrocinio caritativo. Los menos acomodados corrieron el riesgo de caer en la pobreza una vez que las enfermedades o dolencias se apoderaran de ellos. A medida que la institución crecía, más estudiantes habrían terminado en los cementerios de los hospitales».