Me telefoneó un amigo al que su mujer acababa de abandonar. Estuve a punto de no atender la llamada porque Rodolfo, que así se llama, es un pesado, pero yo siempre respondo (no me canso de decirlo) por si es Dios el que llama. Llevo toda la vida esperando esa llamada. Dirán ustedes que Rodolfo no podía ser Dios, pero lo cierto es que Dios se puede presentar bajo cualquier apariencia, incluso bajo la de un teleoperador. Por eso respondo también a los teleoperadores y hablo con ellos el tiempo preciso para comprobar que solo me quieren vender algo, que nunca es, por cierto, la vida eterna.  En esta ocasión, Rodolfo resultó ser Rodolfo. Dijo que yo era el primero al que llamaba, lo que sin duda era mentira. Habría sido más correcto decir que era el primero que le atendía. Bueno, su mujer se había ido de casa.