En el fútbol del siglo XXI, hubiera durado dos suspiros. Es imposible comprobarlo, pero la corrección táctica, la pulcritud y el cartesianismo del fútbol actual muy probablemente hubieran aplastado a René Higuita.
Él fue todo lo contrario al purismo o a lo estandarizado: un portero iconoclasta, rompedor en todos los sentidos, capaz de lo mejor y de lo peor.
Alma de delantero y cuerpo de portero, el colombiano protagoniza ‘El camino del escorpión’, el documental que Netflix acaba de estrenar sobre su vida y que invita a repasar su figura y su contexto.
De Higuita quedó un recuerdo parcial: el del excéntrico que salía con el balón jugado cuando no tocaba, o el que despejaba balones a media altura de la manera más extravagante posible: haciendo el escorpión.
O lo que es lo mismo, su error en Italia’90 ante Camerún (era la primera vez que Colombia jugaba unos octavos de final de un Mundial); o su increíble manera de rechazar un balón bajo los palos; el escorpión, nada menos que en Wembley.
(Conviene recordar, eso sí, que el partido en el que sacó a relucir el escorpión era un amistoso, y que la jugada estaba invalidada por fuera de juego. Pero su gesto permanece en la memoria de los aficionados: lo había ideado meses antes, durante el rodaje de un anuncio televisivo junto a unos niños).
El paso del tiempo ha hecho que el foco se centre en sus extravagancias o en su relación de amistad con Pablo Escobar. Se pierde de vista, en cambio, que Higuita fue fundamental en un día histórico para el fútbol colombiano: en mayo de 1989, el Atlético Nacional de Medellín ganó la Copa Libertadores.
Fue el primer equipo colombiano en hacerlo. Y ganó con épica, remontando el 2-0 del partido de ida ante Olimpia Asunción: ya en la vuelta, en Bogotá, en la tanda de penaltis decisiva, Higuita detuvo cuatro penaltis y marcó uno. Fue el héroe.
Un gran goleador
Higuita salía con el balón jugado de una manera maravillosamente caótica. Se olvidaba de todo y jugaba como si estuviera en el patio del colegio. Nunca se había visto algo así. Podría pensarse que para desespero de sus entrenadores. Pero ‘Pacho’ Maturana siempre lo defendió. «Nosotros jugamos así», decía el seleccionador colombiano.
Sus excentricidades opacaron también otra de sus grandes virtudes: fue un excelente lanzador de faltas. Marcó más de 40 goles a lo largo de su carrera. Junto a Chilavert y Rogério Ceni, ocupa el podio de porteros más goleadores de la historia, aunque a Higuita le corresponde el honor de haber abierto camino.
También para Jorge Campos, el irreverente portero mexicano de las camisetas imposibles, que aparece en el documental y admite ser deudor de Higuita.
El de 1990 fue un Mundial aburrido y espeso: el tiempo de juego efectivo fue el más bajo de la historia del torneo. Entre otros motivos, porque una de las jugadas más habituales fue la del defensa que cedía el balón a su portero. Y el portero atrapaba el balón con la mano. El ritmo se hacía lento, insufrible para el espectador.
Muy pocos se atrevían a romper esa dinámica: entre ellos, Higuita. Le gustaba salir con el balón jugado, recortar a un rival en la frontal, incorporarse al ataque, jugar como en el barrio.
Ajeno a los convencionalismos, él no era de los que esperaba la pelota de sus compañeros y la recogía mansamente con las manos. Por algo le llamaban el ‘Loco’. «Yo era el libero del equipo», decía.
La ‘Ley Higuita’
Decía también Higuita que la FIFA cambió la normativa pocos meses después inspirada en su ejemplo. «Por eso se llama ‘Ley Higuita’: estoy orgulloso de haber dejado ese legado», proclama el colombiano.
Probablemente sea mucho decir, pero lo cierto es que la norma se cambió: en 1992, se prohibió a los porteros coger el balón con las manos si se lo cedía un compañero con el pie.
En el documental de Netflix, Higuita presume de haber activado ese cambio en la normativa, para hacer el fútbol más ágil. En realidad hubo otros motivos, y otros personajes, pero Higuita -siempre espectacular, siempre llamativo- contribuyó al cambio.
Higuita derrochaba carisma: sus camisetas, su pelo largo y rizado, su sonrisa perenne. Cuando Colombia cayó eliminada del Mundial de 1990 por su error ante Camerún, pidió salir en rueda de prensa. «Si acepto los elogios, también tengo que aceptar las críticas».
En el regreso del equipo a Colombia, Higuita fue el más aclamado. Y eso que en aquel equipo jugaba otro futbolista especial de peinado inolvidable, el ‘Pibe’ Valderrama, el ’10’. «El mejor jugador de la historia de Colombia», puntualiza Higuita.
Nueve meses en la cárcel
En 1993, Higuita intercedió para liberar a una niña secuestrada por los narcotraficantes. La operación tuvo final feliz y la familia de la niña premió al portero con una gratificación de 50.000 dólares, que a Higuita le salieron muy caros: la justicia colombiana lo procesó.
Le aplicaron la ‘Ley 40’, que penalizaba a cualquiera que participase de alguna manera en un secuestro, o que teniendo conocimiento del mismo, no informase a las autoridades.
Higuita fue torturado: la policía le dejó claro que si informaba sobre el paradero de Pablo Escobar, podría salir en libertad.
Vio desde la cárcel cómo sus compañeros de la selección colombiana lograron una de las grandes gestas de su historia: 0-5 ante Argentina en la clasificación para el Mundial de 1994. Al término del partido, los jugadores colombianos clamaron por su libertad.
Solo la muerte de Pablo Escobar, abatido por la policía en diciembre de 1993, permitió liberar a Higuita. Fue absuelto de todos los cargos, pero no llegó a tiempo de participar en el Mundial de 1994, al que Colombia llegaba incluso como candidata al título mundial.
Regresó a la selección en 1995. Fue entonces cuando protagonizó su acción más conocida: en un amistoso ante Inglaterra, en Wembley, despejó un balón haciendo el gesto del escorpión, suspendido en el aire y con el talón de ambos pies.
«Cuando llegó el descanso, yo pensaba que los ingleses nos querían matar, por ese gesto del ‘Loco», confesaba Valderrama. Nadie mató a nadie, y esa acción de Higuita sigue viva en la memoria de los aficionados.