Cuenta Pilar Aymerich que, al igual que Robert Doisneau, ella nunca sale a cazar fotos, sino a pescarlas. “Mi técnica siempre ha sido la misma: llegar muy pronto al sitio donde pasarán los hechos, comprobar la luz, intentar ser invisible y después esperar”. También explica que siempre llevaba una polvera en el bolso en las manifestaciones y que cuando la policía empezaba a cargar, “me ponía en un rincón a pintarme los labios y siempre pasaron de largo”. “He sustituido la fuerza por la delicadeza”, confiesa la gran fotógrafa de los movimientos sociales de los 70 y los 80 en Cataluña. Ahora reúne 50 años de instantáneas, retratos icónicos, recuerdos y alguna que otra confesión íntima en ‘La Barcelona de Pilar Aymerich’ (Comanegra, hoy en librerías). También estrena exposición, ‘Los vintage de Pilar Aymerich’, en la Galería Rocío Santacruz. 

¿Cómo ha sido la experiencia de reunir 50 años de fotografía en un libro?

Todos los que nos dedicamos a la fotografía tenemos un lado posesivo. Con los años, acabas teniendo los cajones llenos de fotos de gente a la que has querido. También te das cuenta de que has hecho un trocito de historia de país. A mi me pasó con los que volvieron del exilio, tuve la suerte de poderlos retratar. La mayoría fue despareciendo poco después. 

¿Tiene alguna fotografía favorita?

Ha sido emocionante reencontrarme con Montserrat Roig, Fabià Puigserver y los tres deportados de los campos nazis: Ferran Planes, Joan Pagès y Joaquim Amat-Piniella. Cuando les hice posar en fila, como en el campo, su rostró cambió por completo en apenas unos segundos. Me sentí mal por hacerles pasar por ese dolor, pero creo que la foto habla por sí sola del enorme sufrimiento que resurgía 40 años después. La fotografía de Montserrat embarazada, descansando, mientras estaba escribiendo el ensayo sobre los deportados también es una de mis favoritas. Ella tenía miedo de que los horrores que le contaban los supervivientes afectaran al bebé. Si viera hoy a su hijo, Roger, estaría muy orgullosa. 

Defiende la fotografía hecha desde la delicadeza y hecha “con ojos de mujer”. 

Sí, que no son mejores ni peores que los de un hombre. Pero mi mirada es distinta porque he sido educada de forma distinta. Cuando uno hace fotos, está escogiendo qué parte de la realidad elige enseñar. Es un trabajo delicado porque jugamos con las personas. La fotografía siempre tiene algo de violencia, es una agresión que yo intento suavizar. Para fotografiar tienes que ser fiel a ti mismo y no dejarte llevar por una imagen que, aunque pueda ser bonita, no se ajuste a la realidad. Es importante recordar que los fotógrafos tenemos el poder de cambiar la realidad. 

En el libro cuenta cómo aprendió a revelar con su tío, en Francia.

Sí, él me enseñó a respetar la fotografía, trabajaba el color de una manera muy especial. Era muy técnico y eso lo heredé: todos mis negativos están impecables, siempre he sido muy cuidadosa con el revelado. Yo venía de vivir en una buhardilla en Londres, donde descubrí lo que era la libertad. Quería dirigir teatro. Me marché de Barcelona muy perdida, aquí no tenía ningún estímulo, el panorama era muy gris. La ciudad era muy deprimente.

Montserrat Roig, retratada por Pilar Aymerich. PILAR AYMERICH


Muchas de las instantáneas que tomó del movimiento feminista en la Transición se han convertido hoy en iconos, como la de la madre con su hijo pequeño y el cartel con la frase ‘Jo sóc adúltera’, ¿recuerda aquella manifestación?

Perfectamente. Todas las manifestaciones son como obras de teatro, tienen un punto culminante, sobre todo si te metes dentro. Seguí a esa madre y a su hijo durante un buen rato y al final salió esa imagen cómplice que explica una realidad y un momento. Por entoncesy, al adulterio de la mujer estaba penado con seis años de cárcel, no era ninguna broma. 

La imagen de las presas de la Trinitat también es muy potente. 

La hice poco después de que las monjas de Cristo Rey se marchasen de la cárcel. No dejaban a las presas llevar pantalones ni leer la prensa, les censuraban las cartas… era una especie de tortura psicológica, las infantilizaban. La mayoría estaba en la cárcel por adulterio o haber abortado. Organizamos manifestaciones para exigir funcionarias de prisiones y en el 78 conseguimos que las monjas se fueran. Se llevaron las llaves de todos los armarios, no había ni sábanas. Las presas se autogestionaron y fue un momento precioso ver cómo se organizaban en los turnos de cocina, los talleres, la limpieza…

La fotógrafa Pilar Aymerich, en su casa. FERRAN NADEU


La fotografía tiene poderes curativos, asegura.

Sí, cura porque le devuelves a alguien su identidad. Es algo que vi retratando a las presas y he vuelto a sentir fotografiando a niños en el campo de refugiados de Shatila, en Beirut. O retratando a los primeros transexuales que venían a Barcelona a operarse, como un camionero de Córdoba que conocí en la Cúpula de Venus. Estaba cambiando de sexo y le propuse que se pusiera guapa para hacerle unas fotos que nunca salieron publicadas porque, claro, era 1979. Para hacer cosas así hay que ir con calma, que las personas vean que no las agrederás y que no vas a ridiculizarlas. Siempre me gustó mostrar mundos que eran marginales, desconocidos. 

Presas en la cárcel de la Trinitat, en 1978. PILAR AYMERICH


¿Cómo está viviendo la nueva ola feminista?

El feminismo se desinfló como un ‘souflée’ en los 80 y durante décadas, las únicas que salíamos a manifestarnos éramos pocas y viejas. Por eso me emocioné cuando el 8 de marzo de 2018 vi a miles de mujeres llenando paseo de Gràcia. Subí al Palau Robert a hacer una foto porque no me lo creía. Pensé: bueno, al menos todas las luchas durante tantos años no fueron para nada, hay una generación que continuará. Queda mucho por hacer. Para empezar, que no nos maten. 

Sus fotografías de las Jornadas de la Mujer también son históricas.

Pues me las han pedido décadas después. Cuando se celebraron, el feminismo no le interesaba a nadie y mucho menos a los periódicos. Montserrat Roig siempre contaba que cuando decía que era feminista se hacía un silencio a su alrededor. Se sentía como un florero cuando, a partir de la muerte de Franco, en todas las mesas redondas progresistas y de izquierdas la llamaban porque necesitaban a una mujer. Todavía continúan haciéndolo. 

¿La fotografía era un mundo de hombres cuando empezó?

Sí. Pero en mi caso, por ejemplo, me fue bien porque la policía nunca pensó que una mujer pudiera dedicarse a esto. Yo iba a a las manifestaciones bien vestida y maquillada. Nunca me detuvieron y me podía colar en sitios en los que un hombre no hubiera podido entrar. 

Como en casa de Josep Pla, ¿no?

Sí, aquello fue cuando él ya estaba muy mayor. Montserrat Roig le había ido a entrevistar y al final de la conversación, ella le pidió un consejo para escribir. Él la miro de arriba a abajo y le dijo: ‘Señorita, con esas piernas, no hace falta que se dedique a escribir’. Días después me colé en su casa y me hice pasar por una admiradora que venía a traerle unos libros para fotografiarle.

La fotógrafa Pilar Aymerich, en su casa. FERRAN NADEU


¿Cómo está viviendo el resurgir de Montserrat Roig?

Después de su muerte parecía que su figura había quedado un poco abandonada… pero ahora hay toda una nueva generación de jóvenes que se sienten muy identificada con ella. Hay chicas que me llaman para decirme que han leído uno de sus libros, es algo que me sigue impresionando. 

¿Qué le falta por fotografiar?

¡Muchas cosas! Siempre digo que moriré con las botas puestas. Me gustaría fotografiar a los niños inmigrantes porque son el futuro de este país. 

¿Qué tal se lleva con Instagram?

Soy un desastre, por falta de tiempo. Y por pereza. Sólo uso una aplicación y es para ver fotos y vídeos de gatos, que me encantan.