A Herminia le bastaba una sillita de madera para ser feliz. Cada tarde, cuando los rayos del sol dejaban de golpear las persianas, la sacaba a la puerta. Era un acto de lo más común en Sagrillas, pero en su caso guardaba un arrojo considerable. Con la mirada siempre alta, la abuela de Los Alcántara combatía los cuchicheos con dosis de entereza. Hasta este rincón se desplazó Merche para curarse del cáncer de mama. El mismo rumbo que tomó Inés tras acusarla de pertenencia a ETA. O cuando Carlitos tuvo que desintoxicarse de la cocaína. Frente a los rumores que levantaron estos sucesos, la matriarca daba la cara. Al fresco. Y abanico en mano. Quizá, en un gesto para airear el bochorno que los vecinos habían provocado. Esta tierra, de fuerte arraigo para Antonio, se convirtió en un refugio en tiempos de crisis y un oasis en épocas de bonanza. El pueblo donde el amor lo curó todo en Cuéntame cómo pasó existe de verdad, aunque responde a otro nombre.

En la plaza de San Andrés se han rodado escenas míticas de ‘Cuéntame’, como la reciente boda de María Alcántara. ALBA VIGARAY


Arahuetes se encuentra a 43 kilómetros de Segovia, bastante más lejos del Albacete que mencionan a lo largo de 413 episodios. Tiene 32 habitantes y, pese a que sus calles están casi desiertas, hay muchísima vida en cada recoveco. Hace tres meses, por ejemplo, Ana DuatoImanol Arias, Pablo RiveroMaría Galiana Irene Visedo se reunieron en su iglesia de San Andrés para celebrar la boda del personaje de Carmen Climent. Aquí se grabó igualmente el capítulo protagonizado por Ricardo Gómez que este miércoles cierra la serie más longeva de la televisión patria. “¿Qué hacéis ahí pasando frío?”, resuena una voz en la distancia. Desde su jardín, Eusebia Fernández interrumpe el cuidado de sus gallinas para ofrecer a unos desconocidos un café con galletas. Al enterarse de que este reportaje va sobre Cuéntame, los ojos empiezan a brillarle: “He vivido momentos preciosos con ellos… Dadme cinco minutos, doy de comer a los perros y os cuento”.

Eusebia posa en la fachada de la casa rural que Los Alcántara han empleado a modo de camerino. alba


Al regresar, y tras enseñar el puñado de fotos que llena su teléfono, desvela que ella ha sido la encargada de hallar localizaciones y figurantes durante las 23 temporadas. “Aún recuerdo la mañana en la que llegaron. Estaban tiritando, así que salí rápido a ofrecerles un caldo calentito. Desde entonces, tras cada jornada de trabajo, venían a mi casa para relajarse”, narra Eusebia, que además ha aparecido en escena en diversas ocasiones. Tiene las paredes anegadas de carteles, claquetas y utensilios. Sus habitaciones se han transformado a menudo en el camerino de los actores, así como en los apartados de peluquería y vestuario. “Nos dieron mucho cariño, por lo que intentamos devolvérselo como pudimos. Decían que venir a Sagrillas era una fiesta para ellos… y, en el fondo, para nosotros también. Son grabaciones peculiares y, como tal, se sueltan la melena”, sostiene antes de enseñar un libro especial para ella.

La plaza Mayor, decisiva

Se trata de Ficción y realidad, el homenaje que Sol Alonso y Teresa Peyrí editaron con textos e imágenes de los rodajes. Rápidamente, va a la página 124… ahí, en una esquinita, está ella flanqueada por quienes ya considera amigos. Es tal el fervor que siente que, cada vez que un turista pisa su aldea, no puede evitar contarles los secretos que atesora. “Por esta carretera han circulado coches míticos como el Seat 600”, dice de camino a la plazuela donde la fotógrafa la inmortalizará para el artículo. De repente, se reconoce en uno de los pasquines que llevamos para completar la postal. “Esta soy yo. La que está detrás del cura. No me lo puedo creer”, suelta. Y no sólo eso: “¿Veis la maleta? Es mía. Se la presté porque perdieron la suya”. Mientras tanto se coloca delante de la fachada de Los Alcántara. Pertenece a unos particulares, pero hasta ella han llegado cientos de visitantes preguntando por La Seca y El Parriba.

Tras las últimas grabaciones, Eusebia decidió dejar el cartel que presidía el camerino de María Galiana. ALBA VIGARAY


El nombre de Sagrillas, de enorme sonoridad castellana, fue una invención de los guionistas Patrick Buckley y Eduardo Ladrón de Guevara. Este cosmos rural nació con la intención de mostrar la evolución de la sociedad española a través de las vivencias de una familia que, obligada a emigrar a Madrid en busca de un porvenir, han sufrido los vaivenes que cualquier ciudadano entre 1968 y 2001: la caída de las Torre Gemelas, la euforia de los Juegos Olímpicos, la muerte de Franco, la llegada del hombre a la Luna, la victoria de Massiel en Eurovisión… Incluso el coronavirus en el salto temporal con el que se arriesgaron en la temporada 21. La primera entrega que transcurre a este lado del país pertenece a la tercera tanda: bajo el título Crónicas de un pueblo, se recoge el viaje en el que recorrieron los 300 kilómetros que se extendían desde el barrio de San Genaro. “Todo nos llamaba la atención al principio”, subraya Pedro Francisco Blanco, alcalde de Arahuetes.

Pedro Blanco lleva al frente del Ayuntamiento de Arahuetes desde 1999. ALBA VIGARAY


Lleva al frente del Ayuntamiento desde 1999, dos años antes de que la producción echara a andar. Las negociaciones con la dirección han sido una constante en su mandato. Tras inspeccionar otras pedanías de la comarca, Ganga se decantó por ésta al descubrir la inmensa plaza que alberga. En ella podrían desplegar la vasta maquinaria que necesitaban para las secuencias que realizarían fuera de los estudios de Pinto. “No me ha gustado que, en alguna toma, nos disfrazaran de lo que no somos. Hemos tenido huertos, motos y trajes de fiesta que nada se han reflejado en el guion”, apunta a la vez que Juan Tapias, el teniente de alcalde y uno de los siete locales que habitan la villa de modo permanente, asiente. Reunidos en la asociación de vecinos y templados por un chato de vino, rememoran las veces que Imanol les hacía una visita: “Adoraba el cafelito cremoso que preparábamos. Me dio un abrazo que aún siento”.

Vivir en la España olvidada

A la conversación se suman David Santos y Pedro Pastor, alguacil y arquitecto respectivamente. Ambos destacan los beneficios de vivir alejados de las grandes urbes: “Me gusta la tranquilidad, la belleza del entorno y poder dejar el vehículo donde queramos”. Virtudes que conquistaron al equipo que se encargó de registrar las vacaciones, las vendimias, los incendios y los secuestros que han marcado a Toni, Paquita, Clara y compañía. No es extraño que, de vez en cuanto, vacas y ovejas hagan acto de presencia por el asfalto. De hecho, las que se dejan ver en pantalla son autóctonas. Como los higos que Pedro Sampedro cultiva en el campito al que tanto le gustaba acudir a Ana. “Han sido generosos conmigo. Como tenía un tractor, me llamaban cada dos por tres para preguntarme qué podíamos hacer”, asegura dichoso. Está terminando de abonar el terreno para afrontar el invierno. Tal vez, ya en primavera, le dé tantas mieles como la serie.

A la higuera de Pedro Sampedro ha acudido Ana Duato cada vez que ha visitado el pueblo. ALBA VIGARAY


La historia de Los Alcántara es fiel reflejo de la de numerosos españoles que, en plenos 60, pusieron rumbo a la capital para tentar al destino. Con poco más que lo puesto y los bolsillos repletos de esperanza, se plantaron en un Madrid que crecía a la par que las Castillas se marchitaban. “Cuando empecé a gobernar éramos 85 habitantes y, en la actualidad, apenas superamos la treintena”, manifiesta Pedro. Es imposible que, a esta altura de la conversación, no aparezca la tan fría como injusta expresión España vaciada. Momento en que el edil, que se remueve en su asiento, realiza una pequeña reflexión: “Una cosa es eso y otra bien distinta, la España en la que no vive nadie”. En esta última, los días están marcados por las ausencias. “Antes teníamos un bar, pero ya no nos queda ni eso. Sólo tenemos este cuartito a mano, que nos sirve para todo”, explica rodeado de botes de encurtidos, sillas de plástico y botellas de tempranillo.

Juan enseña la última fotografía que se tomó con Imanol Arias en Arahuetes. ALBA VIGARAY


Tampoco hay tiendas donde comprar ropa, alimentos o medicinas. El pan lo reciben a diario, mientras que la fruta, la carne y el pescado llegan de manera alterna. Una situación que, en consecuencia, ha encarecido los precios. Ahora bien, aunque la barra pueda alcanzar los 1,5 euros, la adquieren con gusto. “Es de calidad, como las de antes”, subraya Juan. Si quieren ir al médico, el asunto se complica. El único consultorio que hay opera una vez al mes, por lo que en caso de urgencia tienen que desplazarse hasta Pedraza, ubicado a una hora y media a pie. Algo similar sucede con el colegio: “No tenemos porque el más joven es David, que ronda los 40”. Éste, sonriente ante el chascarrillo, pone la guinda final al debate: “Me fascina mi pueblo. Próximamente, me casaré y… quién sabe si llegarán los niños”.

Un museo de Los Alcántara

La mayoría replicó los pasos de Merche y Antonio. Y, con suerte, lograron ahorrar lo suficiente como para construirse una segunda vivienda aquí. “Muchos vienen a pasar el verano”, declara Pedro, que enseguida es interrumpido por un entusiasmado Juan. “Si, cierto. En agosto, nos reunimos en torno a 200 personas”. Él mismo, tras una larga estancia fuera, decidió regresar a Arahuetes. Como su compañero de charla, que se ha dejado la piel en el pequeñísimo Consistorio que lidera. “Me ha salido caro, ¿eh?”, puntualiza. El resto lo reafirma devotamente. Y, tras un leve carraspeo, continúa relatando su experiencia: “Siempre me sale a pagar… de ahí que nadie quiera encargarse”. En la entrada, tres gatos maúllan. Es la hora de comer y, a falta de campanas, no hay mejor señal que ésta. Ponen rumbo a la mesa, la cuchara está esperando.

La vivienda que, durante la serie, se transformó en la casa rural que Carlitos, Josete y Luis abrieron. ALBA VIGARAY


Como buen municipio de montaña, no faltan las casas rurales donde desconectar. Eusebia es una de las propietarias. “La heredé y, tras repensar qué uso darle, decidí montar este negocio”, expone. Clientes no le faltan, pues los fines de semana suele colgar el cartel de alquilado. “Los hay que vienen por la serie. Y otros se sorprenden al descubrir que aquí se rodó. Me encanta mostrarles los lugares más famosos. Es algo exclusivo nuestro. Y creo que, para darle la importancia que merece, deberíamos poner en marcha un museo con fotografías, decorados, rutas…”. Es mencionar el proyecto y, de inmediato, ruborizarse. Cuéntame ha significado tanto para ella que se siente casi en deuda: “Mis padres salieron al inicio. Les hacía una ilusión tremenda. Con 80 años, ya me dirás. Ha sido uno de los instantes más emotivos de mi vida”.

En estas calles se organizaban los mercadillos a los que, en las primeras temporadas, acudían Merche y Herminia. ALBA VIGARAY


Como ellos, personajes y actores han crecido al albur de la democracia. Adelantados a cada tiempo, han abordado realidades laberínticas como el abuso de poder, el despertar homosexual, la muerte con dignidad, el empoderamiento femenino o el desconcierto del terrorismo con la libertad que dan los años. Pesan más los huesos, es cierto. Pero las verdades aún más. Por ello, no han dejado de plantear preguntas a un país que, si bien ha vivido lo mismo, a veces no se ha cuestionado lo suficiente. Aprender a envejecer no sólo consiste en aceptar las arrugas, sino también entender en que no todo fue bonito ni fácil. Cuéntame le ha ofrecido a España la posibilidad afrontar la historia con el ojo del presente. Quizá, para reconocerse. Pero, por seguro, para perdonarse. “Lo normal era una mierda”, sentenció Herminia hace cinco capítulos sobre un pasado que cuestionaba pero no verbalizaba. Llamar a las cosas por su nombre le hizo crecer. Y, con ella, nosotros ahora.  

En estas calles se organizaban los mercadillos a los que, en las primeras temporadas, acudían Merche y Herminia. ALBA VIGARAY