Al frente de esta escuela rural están Cristina Asensio Román y Yéssica López Ruiz, quienes desde hace años acompañan a los niños del municipio en sus primeras palabras y sus primeros pasos, algunos de los grandes acontecimientos que ocurren en la vida de estos pequeños desde que entran al centro con edades desde los cuatro meses a los tres años.

Una cabaña para crecer


Este año, a pesar de ser gratuita, la escuela Colorín Colorado está a la mitad de su capacidad, y en sus dos aulas aún queda espacio para quince niños más que, recuerdan, pueden llegar de otros pueblos o incluso de la ciudad, como es el caso de uno de los bebés cuyos padres han decidido enviarlo a Villaralbo en vez de a uno de los centros de Zamora, donde residen. La buena noticia es que para la llegada del nuevo año podrían recibir nuevos escolares.

Una cabaña para crecer


Los niños, que llegan aun siendo bebés en muchos casos, no se marchan hasta los tres años, cuando dan el paso al colegio con las mochilas cargadas de aprendizajes a pesar de su pequeña edad. Prueba de ello es que es fácil reconocer a Lucas, Aarón y Noa, los mayores de la clase, además de por la altura, por el desparpajo y habilidad que los tres demuestran a la hora de trabajar y desenvolverse en el aula, lo que delata el empeño de las dos educadoras, que día a día, repiten pacientemente las rutinas con todos ellos.

Una cabaña para crecer


Descalzarse, colocar los abrigos, recoger los juguetes y sentarse en la asamblea para escuchar, atentos, las nuevas lecciones que aprenden, es el proceso que cada día se repite en esta cabaña de madera a las afueras del pueblo. Por ahora, el otoño y una canción con los días de la semana son algunas de las tareas que los mantiene ocupados estas jornadas. «Adquieren muchos aprendizajes gracias a la rutina», explican las educadoras mientras recorren las aulas decoradas con cariño: un espantapájaros hecho a mano, fotografías de las familias de los niños y guirnaldas se entremezclan a lo largo de la escuela.

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Alejandro, Mario, Adrián, Sergio, Irea e Isabel aún aprenden estos rituales que componen la jornada escolar, que en algunos casos empieza a las 7:30 horas y no acaba hasta pasadas las tres, todo en función de lo que los padres necesiten. Como sus compañeros, en la escuela trabajan la psicomotricidad, además de en el papel, también con sus propios cuerpos, con los que recorren a gatas las líneas de cinta sobre el suelo de la clase para mejorar «su control del espacio». Y es que «no hay una edad para empezar con la psicomotricidad», resumen las dos educadoras sobre unos ejercicios que los niños practican «desde que gatean». Para ello, bien sea en el aula o en el patio, recorren circuitos con obstáculos, «les encanta subir y bajar, cada vez que lo repiten lo hacen mejor», explican. Coger el lápiz y dibujar sobre el papel es el siguiente paso. Desde sus cunitas, Álvaro y Olivia, que tan solo cuentan con unos meses, contemplan los avances de sus compañeros, a los que replicarán dentro de no mucho tiempo.

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Los once de Villaralbo son “muy sociables” y demuestran autonomía a cada paso: aprenden a controlar los esfínteres, se ponen y quitan solos los zapatos, reconocen su mochila, aguantan sentados, distinguen su nombre en la silla y saben dónde tienen que sentarse a trabajar. “Son capaces de hacer una fila”, cuentan orgullosas las educadoras sobre hábitos que acompañaran a sus niños durante la siguiente etapa del colegio, que esperan, también pasen en Villaralbo.

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