El 016 presta servicio en 53 idiomas y también es accesible para personas sordas. El resto de teléfonos de atención de emergencia (112, 091…) presentan una situación similar. Ninguno de ellos está al alcance de las mujeres con grandes necesidades de apoyo comunicativo. Pero, aunque se trate de una realidad invisible y desgarradora, ellas también son víctimas de violencia sexual y en la mayoría de los casos sus agresores están en su círculo más próximo. Son aquellos que las acompañan al médico, al despacho del trabajador social, son los que las atienden y asean. Aquellos que hablan por ellas y, en muchas ocasiones, deciden por ellas.
Desde 2020, la Confederación Española de Asociaciones de Atención a las Personas con Parálisis Cerebral (Aspace) ha tenido constancia de 64 casos. Han sido las propias víctimas las que han demandado una herramienta específica de actuación al que se pudieran acoger aquellas que enfrentan grandes barreras de comunicación. Tras un trabajo que ha nacido de sus experiencias, este martes ha sido presentado este protocolo en la sede de la Fundación Once, en Madrid.
«Es una realidad dolorosa, pero es un gran paso. Vamos a dar voz a aquellas mujeres que tradicionalmente no la han tenido», afirma Ángeles Blanco, delegada de derechos humanos y coordinadora de incidencia de Aspace. Con un discurso reivindicativo se muestra orgullosa de lo conseguido, pero no olvida el largo camino que queda por recorrer. Recuerda la urgencia de hacer accesibles los centros de acogida, de formar al personal sanitario, de normalizar los exámenes ginecológicos, tantas veces olvidados en los chequeos a las mujeres con grandes discapacidades. También de no olvidar su sexualidad.
El protocolo está formado por pictogramas que buscan ayudar a expresar la manera en la que la víctima ha sido violentada. Los hay encaminados a señalar al autor, a identificar el lugar donde se ha producido la agresión, pero también la forma (tocar, besar, masturbación, violación grupal…) o la zona del cuerpo. Ana Pedrosa, técnica de derechos de Aspace y autora del proyecto, explicó que el fin último es evitar la revictimización de las mujeres y garantizar su tutela judicial efectiva. Entre otras cosas, incluye también recomendaciones básicas como el deber de dirigirse directamente a ella y cómo hacerlo.
Según estimaciones de la confederación, esta forma de comunicación aumentativa y alternativa haría posible la inclusión de 650.000 personas con discapacidad en España. Y es que no solo beneficiaría a las mujeres con parálisis cerebral, sino también a personas con autismo, síndromes neuromusculares o párkinson.
La historia de María
En último término, el objetivo de la jornada organizada por Aspace ha sido crear un lugar para escuchar a las mujeres con parálisis cerebral. Fernanda Arrojo, activista y presidenta de la confederación en Lugo, tomó la palabra para contar la historia de María, una historia real de una mujer con grandes necesidades de apoyo y muchas dificultades para comunicarse.
«María desea desesperadamente que le den una plaza en un centro residencial para escapar de su vivienda familiar. Allí debe sentirse protegida y querida, pero no es así», afirma, y comienza un relato estremecedor: «Desde que su cuerpo se formó como mujer, sintió la lasciva mirada de su tío. Le provocaba un miedo, un temor que se transformó en auténtico terror. De babosos besos en la mejilla pasó a toqueteos, caricias y a forzarla sexualmente cuando se quedaban a solas».
Estos actos minaron la autoestima de María, que comenzó a sentirse avergonzada y culpable. Al mismo tiempo, presentaba síntomas de una incipiente depresión. «Sentía asco de sí misma por despertar tan bajos instintos», subraya Fernanda Arrojo, que enfatiza la dificultad que implica para ellas reconocer estas acciones. Porque, recuerda, la sexualidad les es negada desde el mismo momento de su nacimiento. «Fuimos niñas, somos niñas y seremos niñas», lamenta.
La situación de María dio un giro cuando consiguió esa ansiada plaza en una residencia especializada. «Por fin fue atendida y escuchada. Alguien le preguntaba y esperaba a que respondiera. Por eso decidió denunciar las violaciones que había sufrido. Por primera vez se reconoció como víctima y a su tío como violador habitual».