«Soy consciente de que por trabajar en un barco como éste en Italia me van a detener, pero no me preocupa. A todo el que me encuentre en el mar que necesite ayuda se la voy a dar». El gallego Jesús Raúl Epifanio, conocido como Epi, asume que su labor como capitán del buque ‘Thebacklash’, antes llamado ‘Open Arms Uno’, le traerá problemas con las autoridades. La legislación vigente en países como Italia obligan a los barcos de ayuda humanitaria a dirigirse inmediatamente a puerto, teóricamente al más cercano, en cuanto rescaten inmigrantes en apuros de una embarcación. “Pero, ¿qué sucede si por el camino me encuentro a otros?, ¿los dejo que se mueran? Tengo claro que no, lo haría mil veces, no tengo miedo”, manifiesta.

Epifanio se retiró de la Guardia Civil a principios de este año tras cumplir los 56 años y optar voluntariamente por la salida del cuerpo a la alternativa de continuar hasta los 65. En su decisión pesó la oportunidad de prestar ayuda humanitaria desde una óptica diferente a la que había imperado a largo de su trayectoria profesional en el Servicio Marítimo de la Guardia Civil y participando en misiones del Frontex, la agencia europea de guardia de fronteras y costas. “Decidí verlo desde el lado que no es el del gobierno, que decide qué barcos se cogen, sino desde el lado un señor que se llama Óscar Camps (fundador de la ONG Open Arms), que dice que tenemos coger a todos los que podamos porque se están muriendo”.

Por eso desechó propuestas más jugosas económicamente, como capitanear un buque ‘supply’ en una plataforma petrolífera, y se decantó por la oferta de la organización catalana de ayuda humanitaria de ser el patrón del remolcador “Open Arms Uno”, un barco de sesenta metros de eslora habilitado para albergar un mínimo de trescientas personas a bordo con comodidad. Sus conocimientos técnicos, que le capacitan para comandar una embarcación de hélices azimutales (que giran 360 grados) y su experiencia en rescates en el mar le convirtieron en el candidato idóneo para ese puesto.

A mediados de año Epifanio se embarcó por unos meses en el buque humanitario pero no llegó a participar en ningún rescate. Por cuestiones burocráticas, el barco ha tenido que cambiar de bandera y ahora operará, gestionado por sus propietarios, con enseña de Panamá para realizar tareas de ayuda humanitaria a nivel global, tanto en rescate de inmigrantes como en apoyo a población en catástrofes y guerras. Su nuevo nombre, ‘Thebacklash’ (la reacción), alude al “tortazo de vuelta” hacia los países desarrollados que han se han olvidado de África después de haberle exprimido durante siglos, según nos explica Epifanio desde Malta, donde actualmente se encuentra el buque a la espera de entrar en operaciones.

Nacido en Marín y formado como patrón en la Escuela Náutica de Vigo, Epifanio tenía muy claro desde niño que su futuro iba a estar relacionado con el mar y a medida que fue adquiriendo conocimientos supo que su destino era un trabajo que le permitiese “subsistir y poder ayudar en la medida de lo posible a aquellas personas que se arman de valor para realizar tan vastas travesías sin más seguridad que su esperanza por llegar a la tierra de sus sueños”.

Cuando se creó el Servicio Marítimo de la Guardia Civil, que contempla entre sus cometidos prestar ayuda humanitaria, además de controlar que todos los buques que pasan por aguas territoriales, Jesús Epifanio ingresó en el cuerpo y obtuvo el título específico de patrón. Aunque la gran mayor parte de su carrera la realizó con el destino fijado en Pontevedra, desde que el Frontex formó parte activa en el control de fronteras exteriores de España, no lo dudó ni un instante y comenzó una serie de comisiones marítimas como patrón de embarcaciones cuya labor principal era el rescate de personas. Los primeros años navegó en aguas del Estrecho de Gibraltar y el Mar de Alborán y desde principios del año 2000, en Canarias, que a partir de 2018 se convirtió en su destino fijo.

La llegada de pateras con personas procedentes principalmente del Sáhara era un goteo constante en los primeros años del siglo XXI. “Llegaban con la mirada perdida, extremadamente cansados, mojados y necesitando una mano amiga que les dijese que estaban a salvo”, relata Epifanio, quien recuerda una ocasión en que coincidieron cinco pateras con una veintena de tripulantes cada una. “Había muy mala mar. Yo estaba en una embarcación muy limitada, de 17 metros. Desde la radio me decían que eran muchas personas, me pregunté: ¿qué hago?, ¿les dejó que se queden en el agua y se mueran? Decidí embarcar a todos. Eran noventa. Llegamos bien a puerto”, recuerda.

Experiencias como esa le reafirmaron en sus convicciones y en el año 2006 decide formar parte de la tripulación de la patrullera Río Duero que estuvo durante un año en el puerto de Nouadhibou (Mauritania) a través de un convenio del Frontex con ese país y Senegal. El episodio más extremo que vivió en esa etapa fue recogido en la prensa por el periodista Fernando Quintela, quien se infiltró en una tripulación para investigar cómo operaban las mafias que traen inmigrantes ilegales a España y lo publicó en el diario El Mundo y en un documental para la televisión autonómica canaria bajo el título “El cayuco del infierno”. “Tardamos cinco horas en rescatar a los 48 tripulantes de un cayuco debido al mal estado de la mar. Usamos la embarcación de goma pequeña porque si nos acercábamos con la patrullera grande podíamos hundir el cayuco con un golpe de mar. Cuando ya nos íbamos se me ocurrió ver debajo de unos plásticos y vi a un crío de unos catorce años semiconsciente, se me agarró y le dije: “Tranquilo, ya estas a salvo”. La mala suerte fue al subir a la patrullera que me caí al mar justo debajo del barco, menos mal que la hélice en una propulsión me proyectó hacia afuera, a unos 60 metros, en lugar de absorberme y matarme. Inflé manualmente el chaleco salvavidas – gracias a Dios no se activó automáticamente al contacto con el agua– y esperé pacientemente hora y media hasta que por fin me rescataron”, relata.

Las vivencias dramáticas como la muerte de inmigrantes, sobre todo de niños, lejos de hacerle tirar la toalla y buscar otro destino, han hecho que Epifanio persevere en su labor. “No puedes evitar involucrarte personalmente, hay cosas que no superas, solo sigues porque sabes que estás haciendo algo bueno; para mi la mayor satisfacción es la gente a la que logro ayudar”.

Desesperación y agradecimiento son las dos palabras que escoge este capitán gallego para definir las emociones que ha visto en las caras de los inmigrantes ilegales a los que ha rescatado. La desesperación por no haber logrado ir a un futuro mejor es la que muestran aquellos a los que ha tenido que devolver a puerto en Mauritania. “Desconocen dónde se meten, piensan que es un viaje amable a España y que el mar estará bien; muchos vienen de Mali, del África profunda, no han visto el mar en su vida y cuando caen al agua se hunden a plomo porque no saben nadar”, explica Epifanio, quien aún recuerda lo sucedido con un taxista senegalés que le hacía de chófer cuando estaba en Mauritania. “Siempre lo llamaba por teléfono cuando salía del barco y le necesitaba. Durante un mes dejó de contestarme. Al mes siguiente me lo encuentro en una patera que rescatamos, me quedé a cuadros. Lo que más me afectó en ese momento es que él evitaba mirarme a la cara, para ellos la emigración clandestina está muy mal vista. Le dije: ‘Tranquilo, yo hubiera hecho lo mismo en tu situación, para ti es una oportunidad’. Lo tuve que devolver a Mauritania, desconozco dónde está ahora”.

El agradecimiento se produce cuando saben que los estás salvando de la muerte y, sobre todo, según comenta Epifanio, cuando han llegado a aguas españolas y los atienden en centro de inmigrantes donde algunos, los más afortunados, encuentran la posibilidad de regularizar su situación. “Hay gente en España que está muy equivocada, los que miran para otro lado, los que dicen ‘déjalos que mueran’ o ‘mételos en tu casa’ piensan que vienen aquí a buscar trabajo y no es cierto: huyen del hambre y de la guerra, no tienen nada a lo que agarrarse”, expresa Epifanio, para quien “además de por motivos morales, la ayuda humanitaria está recogida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.

En los meses que lleva formando parte de la tripulación del antiguo “Open Arms Uno”, este activista gallego ha tenido la oportunidad de convivir con personas afines. “Es gente amable, que saben a lo que van: a prestar ayuda incondicional”, dice. Entre las 25 personas que conforman el equipo de voluntarios, de nacionalidades diferentes, se encuentran rescatadores, médicos, enfermeras, ingenieros, … “gente que está cansada del sistema y quiere sentirse útil”, resume Epi.

La vida a bordo transcurre entre las tareas que conforman el horario laboral “que se cumple a rajatabla” , las reuniones en el salón, donde “nunca hablamos de política”, y los ejercicios de salvamento, hombre al agua o contra incendios que no descuidan. Cada uno cobra un sueldo y tiene su camarote. “Las condiciones del barco son parecidas a las que tenía en el Frontex. La diferencia es que aquí la gente está porque le gusta esto, no porque sea su trabajo”, concluye.