Es miércoles, 8 de noviembre, pero podría ser cualquier otro día desde que estalló la revuelta. Un par de militantes de Falange Española avanzan entre el mogollón hasta ocupar su puesto, a un lado de la valla, frente al cordón policial que protege de las protestas la sede nacional del PSOE, en la madrileña calle de Ferraz. Pertenecen a ese sector que cada noche, cantado con el tono grave de las canciones prohibidas, se arranca con un Cara al sol. «Estos son los que la lían», se susurran entusiasmados a su paso dos adolescentes, chavales bien, normativos, el fenotipo más común, mientras sujetan una lata verde de Mahou y fuman tabaco de liar.
Hay veces que los más moderados pitan a los embozados hasta expulsarlos. Y otras que esos embozados son policías encubiertos entre los manifestantes, que lanzan un «¡policía el que no bote, eh!» para detectar al sapo, cuyo compás delata la falta de comunión con el resto. Son veinteañeros, universitarios en su mayoría, muchos con el valor suficiente para correr delante de los antidisturbios, a menudo enarbolados en una bandera de España.
La moda de la revuelta ha sido agujerearlas para quitarles el escudo, algo que ya hicieron los húngaros para rebelarse contra la Unión Soviética en 1956, y que ilustra que «la nación está por encima del Estado» (una explicación oficial que esconde la tirria de muchos a la Constitución de 1978). Otros han decidido sellarlas con una doble ‘NN’ negra coronada con una cruz, las siglas de Noviembre Nacional, como se ha denominado la explosión tuitera contra Pedro Sánchez. También hay quienes combinan ambas cosas.
[El escudo roto de Miguel Frontera: el ‘Capitán América’ de Ferraz al que tachan de ‘chivato’ policial]
Sólo el presidente del Gobierno ha sido capaz de aglutinar a toda la derecha en torno a una causa en los últimos años. Desde el pasado 3 de noviembre, el día después de rubricarse el acuerdo entre el PSOE y ERC y se empezara a vislumbrar la Ley de Amnistía, el barrio de Argüelles ha sido un terrario de la derecha española.
Con predominio de votantes de Vox —el partido que más ha arengado y tratado de capitalizar la protesta—, a Ferraz han acudido muchos ciudadanos descontentos, pero también se ha levantado como un lugar de peregrinación para falangistas, franquistas, carlistas, neonazis, militantes de Democracia Nacional, miembros de grupos ultras como Ultras Sur o Frente Atlético, viejos cabreados o los conocidos como basados de Twitter.
El humor cocinado en las redes sociales ha terminado por dinamitar, en parte, la gravedad con la que se afrontó la protesta. Todo parecía serio hasta que se alzaba la cabeza y se reparaba en ciertas figuras. Ferraz ha despixelado a personajes excéntricos que parecen sacados de un frenopático. Y de lo más variopinto, aristas cada uno de ellos de una causa poliédrica. Desde un joven chileno que, con un morrión calado, muestra el crucifijo a los antidisturbios como un exorcista; a Miguel Frontera, el ‘Capitán América’, acusado de chivato policial por el resto de sus compañeros sin motivo aparente.
Quizás fue Esperanza Aguirre el primer rostro pintoresco en abanderar la causa, el segundo día de protestas, cuando invitó a los presentes a cortar el tráfico y ensanchar la manifestación. Una aparición superada con creces la semana pasada por Javier Ortega Smith, el diputado de Vox que marcó a los policías como Dennis Rodman durante toda una jornada. En el bestiario de Ferraz, apartado celebridades, hay que incluir también a Tucker Carlson, periodista estrella de Fox News hasta su despido y muy cercano a Donald Trump, y a quien Vox dedicó un perfecto Bienvenido Mr. Marshall, con media bancada braceando por una foto incluido.
«España ha despertado»
No obstante, el icono íntimo de la protesta ha sido ese hombre que celebró que «España ha despertado» —toda anécdota ha sido grabada, celebrada y elevada a categoría—, sentado en una ambulacia y amarrado a un respirador por el gas pimienta respirado. Fiel todos los días en Ferraz, pronto adoptó un papel de moderador, como de enlace con la Policía, que descuadraba a algunos.
También ha sido importante el papel de ese tuitero que dispara bajo el nick de Españabola, auténtico sursuncorda de los manifestantes más jóvenes. Hablamos de un asesor de Vox en Cataluña denunciado por Macarena Olona y que publica bajo una foto de la ficha policial de Trump. Tal es la fidelidad de sus seguidores que su nombre asomaba en plena reyerta para que se escuchara en los directos de los periódicos. Actualmente, quizás lidere esa facción de X conocida como Team Facha.
Íñigo van Eyck, líder de la ‘Revolución de los Corchopanes’, es el tuitero que ha aprovechado el plató de la manera más original e inteligente. Su performance con las muñecas hinchables, según explicó a EL ESPAÑOL, buscaba «mostrar la amoralidad de un grupo de diputados que están vendiendo España de la manera más visual posible». Apuntaba satíricamente a escándalos protagonizados en prostíbulos por dirigentes socialistas, como sucedió en el marco de los EREs de Andalucía o con el diputado Juan Bernardo Fuentes Curbelo, más conocido como Tito Berni.
Con una careta del exdiputado canario socialista avanzó una comitiva de 25 chavales con las muñecas atadas a un corchopán hasta la cabecera, el pasado 14 de noviembre. Íñigo compró las muñecas hinchables de Ferraz por 376 euros. No ha sido su único espectáculo: también pegó carteles de ‘se vende España’ a los palos.
«Levanto el brazo para que Vox no se haga con las manifestaciones, son unos capitalistas», justificaba también en conversación con este periódico Isabel Peralta, la neonazi más famosa de España. La joven se subió a la marquesina del banco de la esquina de Ferraz, como si se le hubiera embarcado un balón, a saludar con una práctica que ni el Führer, denotando una gran práctica. Lo cierto es que apenas encontró partidarios: fue ampliamente pitada por los presentes en uno de los días con mayor afluencia.
En el soportal de la Iglesia del Sagrado Corazón de María la edad media ha sido superior. Cinco escalones suponen una atalaya cuando todo estalla y los antidisturbios arrancan las cargas. Cerca de esta posición, si bien ya en el asfalto, se han asentado algunos días un grupo de carlistas capitaneados por Javier Carrasco, presidente de los Carlistas de Castilla.
[Íñigo van Eyck compró las muñecas hinchables de Ferraz por 376 €: la ‘Revolución de los Corchopanes’ comenzó así]
La boina roja ladeada de un puñado de veteranos manifestantes los hacía fácil de identificar. Se manifiestan contra el sistema democrático actual basado en los partidos y mantienen firme su apuesta por una monarquía tradicional encarnada en la figura de Cristo Rey. Hablamos de una de las reivindicaciones más añejas de todas las encontradas.
Menos complicado en sus peticiones es Alejandro, el joven del morrión antes citado y que acude cada noche enarbolado en una bandera de los tercios. Se trata de un chileno veinteañero muy católico y que llegó a Madrid hace poco más de un mes. Se compró el morrión en una feria y ya se ha hecho famoso. Además, como contó a EL ESPAÑOL, el casco lo salvó de un par de porrazos en la cabeza, ahí las muescas que lo demuestran.
Por su parte, la leve cojera de Miguel Frontera marcó el camino en algunas de las primeras protestas frente a la sede nacional del PSOE. Se trata de uno de los asistentes más conocidos. ¿El motivo? Como un personaje de la Marvel, lleva un escudo de Capitán América tuneado con los colores nacionales, rematado su núcleo por un color que podríamos denominar ‘verde Vox’.
Hasta la noche del 15 de noviembre, Frontera tenía cuatro escudos. Que ahora sean tres se debe a que algunos camaradas de trinchera hicieron trizas uno de ellos. Puesto en circulación en los suburbios de la red social antes conocida como Twitter, heraldo único de unos manifestantes que abominan de la prensa tradicional, el rumor de que es un ‘chivato’ de la Policía Nacional corrió como la pólvora días antes. Desde entonces, su presencia en la manifestación genera todo tipo de suspicacias. Y violencia. Los ultras ya no le dejan acercarse a la valla, allí donde se cuece la gresca. Lo llegaron a sacar de la fila a patadas.
Tampoco hay que olvidar a Adán, el autoproclamado primero de los hombres contra la amnistía y que cobró notoriedad cuando emprendió una huelga de hambre frente al Congreso de los Diputados. De profesión funerario, el joven toledano se comió «ocho magdalenas grandes» antes de llegar a Madrid. Su empresa apenas duró 60 horas. Cuando se recuperó, volvió a la capital para debutar en Ferraz, un agujero negro de los perros verdes con devoción a la patria.
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