No ha leído, usted, dos líneas y ya sabe a qué me refiero. El líder nacionalsocialista Adolf Hitler con el apoyo del general Erich Von Ludendorff organizó en Munich un intento de putsch. Tropas del ejército regular alemán lo pararon. En los desórdenes se produjeron 16 muertos. Von Ludendorff terminó arrestado y Hitler se dio a la fuga aunque la captura del mismo se consideraba inminente. Friedrich Ebert, presidente de la República confió el poder ejecutivo al comandante jefe, el general Hans Von Seeckt. Todo empezó con la violenta campaña asumida por Hitler y sus fuerzas paramilitares, las SA, contra la República de Weimar más las duras condiciones de paz impuestas a Alemania por los aliados. El vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos de América, Thomas Woodrow Wilson, había advertido de las consecuencias de tan duras sanciones y de los peligros que conllevaban. Días antes del putsch, Hitler y sus milicias habían asaltado y amedrentado una asamblea derechista celebrada en una cervecería en Munich obligando a sus participantes a respaldar una «proclama sediciosa» según la cual el gobierno de Baviera y el Reich de Weimar quedarían destituidos. Entre los que se vieron forzados estaba el jefe de la policía bavaresa, Hans von Seisser. Los periódicos al día siguiente dieron cobertura a la declaración de Hitler. El responsable policial quiso aclarar que su respaldo «había sido arrancado por la fuerza». La policía se puso en estado de alerta. Aunque apenas contase con el apoyo de las S.A. y de Ludendorff, Hitler decidió seguir adelante con sus planes y organizó una manifestación que tenía como objetivo final apoderarse de la ciudad y zonas limítrofes. Los manifestantes fueron dispersados por el ejército y la policía. Acabaría fracasando lo que Hitler calificaba de «revolución nacional», digamos que se gesticulaba para hacer creer que se volvía al orden, pero la verdad es que las fuerzas paramilitares de Hitler continuarían teniendo un peso considerable en Baviera y las S.A. estarían activas y presentes en todas las partes, significaría el principio de una gran amenaza que se pudo haber aplacado a tiempo.

El incesante alza de precios de los alimentos esenciales era una constante en el día a día. La barra de pan llegó a costar 140 mil millones de marcos. Fracasaba el intento de putsch auspiciado por Hitler, pero era simplemente una batalla, un primer obstáculo, no era la guerra todavía. Cien años más tarde los sismógrafos de la socialdemocracias y las democracias liberales de diferentes países de la Unión Europea todavía registran diferentes y variadas réplicas.