En los albores de la Transición política española, aquel cesáreo presidente de la República Francesa que fue François Miterrand aconsejó a Felipe González que, si quería gobernar y mantenerse en el poder, debía proceder a aniquilar a todo aquel animal político o fauna que se moviera a su izquierda.
Desde entonces, los socialistas españoles han venido cumpliendo a rajatabla esa directriz, impidiendo a toda costa que el Partido Comunista, primero, e Izquierda Unida, después –amén de otros muchos y extintos grupúsculos–, nacieran y crecieran en el espacio situado a su izquierda tanto como para obligarles a desplazarse hacia el centro, estrellarse contra esa pared y ahogarse.
Todo iba bien hasta que apareció Podemos. En muy pocos años, Pablo Iglesias e Irene Montero se situaron a un paso del sorpasso. Incapaz de quitárselos de encima, Pedro Sánchez no tuvo más remedio que nombrar vicepresidente a Pablo, ministra a Irene, y darles además medio gobierno. Súbitamente, ¡oh sorpresa!, Iglesias dimitió y poco después abandonaba la política. A partir de ahí, don Pedro tuvo cada más fácil aplicar el consejo de Miterrand e ir laminando a los podemitas con la colaboración de Yolanda Díaz y la de ese equipo suyo especializado en «operaciones quirúrgicas». Esos «hombres de cuarenta o cincuenta años que rodean al presidente», a los que tan misteriosamente se refería en su despedida Irene Montero, influyen más que sus ministros. La exministra de Igualdad no dio sus nombres. ¿Por qué? ¿Tanto les teme? ¿O pretendía quizá, al englobarlos en esa oscura y anónima acusación, como miembros de la secta sanchista, a la que todavía espera derribar, que la sigan temiendo a ella?
Para contraatacarles, Montero, Ione Belarra y, en la sombra, Pablo Iglesias, cuentan con cinco diputados en el Congreso. Son pocos, pero sus cinco votos pueden resultar decisivos para votar cualquier ley (como la de amnistía), presupuestos, incluso una moción de censura que se le ocurriese presentar a Feijóo… ¿Cómo se comportarán esos diputados de Unidas Podemos, mantendrán su fidelidad al PSOE y a Sumar o pasarán a recibir instrucciones de una más que dolida Irene Montero, a la que se ha expulsado del gobierno?
Ojo no le griten a Sánchez: ¡No se puede!