Cuatro cuerpos, el de un padre, una madre y sus dos hijos. Los cuatro, ahorcados, balanceándose durante minutos en el escenario de un teatro, el de Conde Duque, en cuyo patio de butacas se vivió uno de los silencios más sobrecogedores que se recuerdan. Su autor, Milo Rau, llevó a escena en una obra llamada Familie la historia real de los Demeester, una familia francesa de clase media, normalísima y sin problemas financieros o psicológicos, cuyos miembros decidieron suicidarse en 2007. Dejaron una nota en la que escribieron: «nos hemos equivocado demasiado». Después, se ahorcaron en el porche. ¿Por qué? La respuesta sigue siendo un misterio. Un año después, Milo Rau vuelve al Festival de Otoño de Madrid con una nueva pieza llamada Antigone in the Amazon en la que el director artístico del Teatro Nacional de Gante (NTGent) y nuevo director del Wiener Festwochen (Festival de Viena) revisita la tragedia de Antígona y finaliza su Trilogía de la Antigüedad tras Orestes en Mosul y la película The New Gospel. En enero de 2024, Rau volverá a Madrid, al Centro Dramático Nacional, con una obra llamada Everywoman, una historia en torno a la muerte a partir de la conversación entre dos mujeres, una actriz de éxito y una mujer con una enfermedad terminal cuyo último deseo es actuar en una obra de teatro.

Rau, director, dramaturgo, cineasta y periodista suizo, se dio a conocer en España en 2013 con Hate Radio, un montaje sobre el genocidio de Ruanda en el que reconstruía con actores tutsis una emisión de la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas, conocida como ‘la radio del odio’ por su papel al servicio de la guerra. Desde 2007, año en que crea el International Institute of Political Murder, su productora de cine y teatro, Rau ha llevado a escena más de 50 películas, libros, exposiciones, acciones y producciones teatrales, entre ellas el juicio a los Ceausescu o a las Pussy Riot, las atrocidades de Marc Dutroux o la guerra civil en el Congo. El teatro de Milo Rau, uno de los grandes directores de escena europeos, suma a su dimensión artística una clara vocación política que fija su mirada en la violencia estructural de la sociedad occidental. Pero Rau no pretende inundar de retórica activista el escenario y aligerar el sentimiento de culpa del espectador de clase media. Lo que persigue el artista suizo es un cambio, una transformación, y que eso que sucede en escena desborde los límites de lo puramente teatral.

Nada es más monstruoso que el hombre

En esta relectura del texto de Sófocles, Antígona es interpretada por la activista indígena amazónica Kay Sara, a quien veremos en pantalla junto con un coro griego formado por los sobrevivientes de la masacre del 17 de abril 1996 en el estado amazónico de Pará, cuando la policía militar brasileña abrió fuego contra un grupo de campesinos y campesinas del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) que marchaban por la reforma agraria. Fueron asesinadas 19 personas y Rau recrea en escena esa matanza que para él representa un “choque sangriento entre la sabiduría tradicional y el turbocapitalismo global, una epopeya de la lucha de la humanidad contra su caída autoinfligida en la codicia, la ceguera y la arrogancia”. En su puesta en escena, Rau intercala secuencias de vídeo con escenas en vivo en las que los intérpretes hablan del proceso de creación de la obra, de su experiencia con los supervivientes de la masacre o de cómo “hay muchos monstruos, pero nada es más monstruoso que el hombre”, dice Antígona en una obra que su director concibe como “la lucha del pueblo contra la dictadura».

Milo Rau, director artístico de NTGent. MICHIEL DEVIJVER


En 2018, Rau se encontraba en Brasil representando La reprise, una pieza en la que reconstruía el asesinato en Lieja, en abril de 2012, de un joven llamado Ihsane Jarfi, musulmán y gay, cuando se le acercaron miembros del MST y le plantearon la posibilidad de trabajar juntos en una obra teatral. “Fueron ellos los que tuvieron la idea de Antígona y decidimos hacerlo juntos porque es una historia sobre la disidencia, sobre una sociedad tradicional que se enfrenta al capitalismo moderno”, explica a este diario en una conversación por zoom. El hermano de Antígona es asesinado y Creonte prohíbe que lo entierren, y eso, sostiene Rau, “es un poco parecido a lo que ocurre también en Brasil, donde hay personas desaparecidas, personas a las que no se puede enterrar”.

En esta pieza, el compromiso de Milo Rau con el Movimiento Sin Tierra no se limita a su participación en el proceso creativo o a su presencia en escena, va más allá y tiene que ver con la forma de concebir una producción de este tipo: “Desde el principio, decidimos que los derechos que íbamos a conseguir en la gira fueran para el MST y firmamos un contrato con ellos, pero no solo con los actores, también con las organizaciones. Además, hicimos una campaña con muchos intelectuales de Europa y de Estados Unidos como VaroufakisAngela Davis o Noam Chomsky y conseguimos su apoyo al MST. Ellos son los mayores productores de arroz de Latinoamérica, pero sus productos no son distribuidos porque la red está en manos de compañías europeas como Nestlé, así que también empezamos a distribuir sus productos en Europa, en supermercados biológicos”.

Es difícil estar a la altura de la militancia y el activismo de un director como Rau, cuyo trabajo artístico busca modificar las reglas del juego no solo en el terreno económico y de producción, sino también en un plano político y diplomático. El director suizo sostiene que “el MST es el movimiento social más fuerte de Brasil y del planeta, pero no son muy conocidos en Europa, por lo menos en el norte, así que para ellos esta obra es también una herramienta para que se les conozca mejor. Por ejemplo, en Austria les presenté al presidente y en Avignon, al ministro de Cultura francés. Lo que intento realmente es darles apoyo diplomático porque en Brasil se les percibe, no con Lula pero sí antes, con Bolsonaro, como medio ilegales, y yo intento contribuir a su legalización, de alguna manera, y eso lo podemos hacer a través de este vínculo con la obra”.

“Lo que hemos aprendido” a lo largo de todo este proceso, explica Rau, “es que están mucho más adelantados que los movimientos sociales europeos por cómo aúnan políticas clásicas marxistas con políticas de identidad, cómo vinculan los derechos LGTBI o el Black Lives Matter con la lucha clásica por recuperar su tierra. En Brasil perdura la misma distribución de la tierra que en la colonización y eso es una locura, no ha habido una reforma, y eso solo puede hacerse con el apoyo de Europa. Creo que hay muchas cosas que los activistas y los artistas europeos podemos aprender de ellos porque están generaciones por delante de nosotros. Y eso es sumamente impresionante”.

Tomar las instituciones

Sobre esa contradicción inherente al hecho de crear obras críticas con un sistema que, para empezar, las financia y, finalmente, acaba absorbiendo, Rau apela al filósofo Adorno, “que dijo que no se puede vivir una vida justa en un sistema falso, así que es cierto que hay una contradicción performativa cuando haces un teatro político contra el capitalismo dentro del sistema capitalista, pero también creo que hay formas de hacerlo, y una de ellas es crear lo que yo llamo solidaridades invencibles o grupos invencibles de personas”.

El pasado mes de enero, Rau fue nombrado nuevo director artístico del Festival de Viena, al que se incorporará en julio de este año y durante los próximos cinco años. Entonces, declaró que su intención es “crear un festival de teatro mítico, enorme y controvertido, un festival con todos y para todos, polifacético, formalmente diverso, apasionado y combativo”.

¿Cómo de combativo se puede ser al frente de un gran festival como el de Viena en un país, además, que está sufriendo un importante avance de la ultraderecha? “Por supuesto que sabemos que la ultraderecha está llegando y debemos estar preparados para las elecciones del próximo año. En Europa teníamos un sistema democrático bastante estable, pero este sistema está fallando, así que haremos del festival un espacio utópico. Yo tomé la decisión, hace algunos años, de entrar en las instituciones cuando asumí la dirección del Teatro Nacional de Gante y cuando me convertí en parte de una institución entendí lo difícil que es cambiarlas y abrirlas. Pero creo que eso es súper importante, somos la generación que nació para criticar cada acto, cada institución, cada historia, cada punto de vista moral, y ahora es el momento de tomar las instituciones, construir lo que creemos que podría ser una alternativa mejor y cambiar las formas de producir, representar y distribuir. Y, por supuesto, los teatros de la ciudad y los grandes festivales son el lugar para hacerlo”.