Son las doce de la mañana y la salida al recreo de dos docenas de niños rompe la tranquilidad que se percibe en el pueblo. Un silencio que solo había interrumpido un vecino haciendo arreglos en su casa hasta que las responsables de los menores dan por finalizada la clase y deciden que es la hora de que empiecen a jugar. Podría ser la imagen de muchos de los pequeños municipios que hay repartidos por Aragón, pero la percepción cambia por completo cuando uno recuerda que está en Caneto (Huesca), los profesores no son profesores y la escuela, O Chinebro, está oficialmente clausurada por el Gobierno de Aragón. Una decisión tomada hace tres semanas y que ha levantado una polvareda que contrasta con la paz con la que los niños siguen asistiendo a sus clases ajenos a la polémica que se está viviendo a su alrededor.
Porque, aunque esa orden de cerrar las aulas fue comunicada de manera oficial, desde luego no se ha llevado a la práctica. Los 21 niños de Caneto deberían estar dando clases ya en Tierrantona, pero eso, ni ha pasado, ni va a pasar. Por una razón muy simple, porque sus padres se niegan en rotundo. «Eso está completamente descartado. Lo que han hecho es un atentado contra los niños y lo que proponen va contra su calidad de vida», afirma tajante Eduard Jubert, portavoz de las familias de Caneto. «No vamos a dar nuestro brazo a torcer porque se están vulnerando los derechos de la infancia», añade lanzando un aviso a navegantes.
«Lo que han hecho es un atentado contra los niños»
Aprovechando el ratito de descanso de los pequeños, Jubert ofrece a este diario la posibilidad de adentrarnos en las aulas donde los niños dan clase. Son dos coquetas casetas de madera en medio de la naturaleza que podrían pasar por el alojamiento de algún lujoso hotel rural ahora que están tan de moda.
Pero por dentro no hay camas y lo que hay son mesas y sillas, además de pinturas, batas, pegatinas, un esqueleto, pegatinas, juegos…y una estufa de leña, uno de los elementos clave y que desde la consejería de Educación del Gobierno de Aragón ve más problemático, al estar prohibido este método de calefacción en los centros escolares. Además, la luz no llega a las casetas, al igual que no lo hace al resto del pueblo, que se autoabastece gracias a numerosas placas solares. Por lo demás, se percibe a simple vista el mimo y el cariño con el que está cuidada una escuela que apuesta por el aprendizaje por proyectos y por una filosofía que prioriza las emociones antes que los contenidos.
Conciliar
Antes de que los niños vuelvan a clase, Lucía, vecina de Caneto y también profesora improvisada, reafirma ese compromiso por mantener viva la ahora escuela ilegal. «Nos estamos organizando como podemos. Cada una aporta lo que sabe en función de sus conocimientos», explica. «Esperamos que sea algo temporal, porque este tiempo se lo estamos quitando a nuestros trabajos», lamenta Lucía, que asegura que ya se están buscando alternativas para que la docencia no pare en Caneto. Desde voluntarios, profesores jubilados, o incluso hacer un crowdfunding para pagar un profesor privado, muchas opciones se están estudiando. «Hay mucha gente que quiere ayudar y nos pregunta qué pueden hacer. Vamos a encontrar la forma, pero desde luego la del traslado es inviable. Nos negamos», reitera Lucía justo antes de ordenar la vuelta de los niños a las aulas tras el recreo.
Precisamente ese recorrido de 50 minutos hasta Tierrantona es otro de los puntos críticos para los padres. Ya no solo por el tiempo, que también, y por el cambio de estilo de vida que provocaría en sus hijos, sino sobre todo por la peligrosidad. «La carretera es la que es. Nosotros intentamos salir lo menos posible y no vamos a permitir que ahora nuestros hijos tengan que hacer ese recorrido dos veces al día. Es peligroso», explica Jubert. Una preocupación y un miedo entendible porque, para llegar a Caneto, las pendientes y las curvas impresionan a la par que marean por una estrecha carretera que entrañará más peligro cuando las temperaturas bajen y lleguen las heladas.
Otra de las cuestiones que han provocado el cierre de la escuela de Caneto es su ubicación, en una zona que se consideraba potencialmente inundable, «aunque la Confederación Hidrográfica del Ebro ahora nos ha dado un informe firmado y por escrito en el que dicen que este terreno es urbanizable y esa es su potestad», asegura Jubert. «Ahora darán más importancia a otra cosa», advierte el de Caneto visiblemente molesto.
Colegio ¿fantasma?
Porque él mismo ya sabe que hay otros muchos aspectos en los que la ley no se cumple y no tiene problemas en reconocerlo, pero no entiende el porqué de la clausura ahora cuando las aulas de Caneto llevan cinco años en funcionamiento. «Ahora dicen que O Chinebro nunca ha existido, pero desde Educación nos han estado mandando profesores. Dicen que las instalaciones no cumplen unas mínimas condiciones cuando por ejemplo la DPH ha subvencionado su contrucción y dicen que no tenemos medios y las instituciones son las que no pagan internet», defiende Jubert la que para él es una situación cargada de «incongruencias». Tanto es asó que los padres no descartan que acabe en los tribunales.
Para los habitantes de Caneto, hace años abandonado y donde ahora viven 54 personas (en su mayoría menores de edad), los prejuicios han tenido mucho que ver en el cierre y creen que ahora que han comprobado lo que somos no saben bien cómo actuar: «Deberían rectificar, pero eso en España no pasa. Esto es una bomba que les va a explotar. Queremos que se sepa la verdad de lo que hay aquí. No tenemos nada que perder y vamos a defendernos. Somos un ejemplo de repoblación y quieren que se nos perciba como los malos. No podemos renunciar a esta lucha».
A pesar de la vehemencia de sus protestas, el representante de los padres de Caneto se sigue mostrando abierto al diálogo para encontrar una solución a corto plazo. «Que arreglen lo que haga falta para acondicionar esta escuela. Nunca nos vamos a oponer a que arreglen lo que consideren, pero pido que tengan un poco de sensibilidad y no digan que no hay manera de conseguirlo porque ya se ha visto que las leyes se interpretan de diferente manera según el que las incumpla», se lamenta, haciendo referencia al no cierre de El Alcoraz.
Conforme termina la visita se va haciendo la hora del final de la jornada escolar. Los niños salen de O Chinebro corriendo para comer a toda prisa en sus casas y volver a jugar por la tarde con sus amigos en plena naturaleza. «Esto es lo que les quieren arrebatar a nuestros hijos», lamenta Eduard Jubert. Porque Caneto ni necesita ni quiere grandes instalaciones, pero reclama que no le quiten lo poco que tiene. Y va a seguir peleando por ello.