Me pregunto qué hará ahora Irene Montero, si se hará influencer, o mocatriz, o poetisa millennial, o montará una consulta, o se irá de eurodiputada, a hacer como de sueca inversa por Europa, como tantos políticos de aquí. Irene Montero no sólo deja de ser ministra, sino que deja de serlo todo, como cuando termina su breve reinado la reina de la cabalgata. Montero estaba en su ministerio o en su carroza lila, con señoritas y racimos del pueblo, con patrocinio de mercerías, con un séquito de concejales alpestres, majorettes enfermizas y banda de tubas gordos, y de repente se acaba todo. Irene Montero se despidió vestida un poco como una mendiga, que despojada del ministerio, de la carroza, de la tiara que le ha puesto el economato, lo que queda es la cajera o la administrativa, la muchacha corriente y guapa a la que el reinado sorprendió con el chóped o la carpetilla en la mano. Me pregunto qué será de ella, si vivirá del Canal Red de su santo, como la que vive de sus cumpleaños en el ¡Hola!, o sólo será historia cutre de España en los programas de refritos, como Las Ketchup.

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