Lo primero que hay que hacer es borrar de la cabeza cualquier experiencia previa con el 3D, olvidarse de las antediluvianas gafas bicolor y de otras ocurrencias (fallidas) amontonadas en el tren de la historia, y prepararse para el ‘shock’. El impacto, tan pronto te colocas las gafas inmersivas, es importante, como un desafío a los sentidos, y a medida que te vas habituando, cuestión de segundos o de minutos, te puedes sentir (peligrosamente) tentado de perder de vista el mundo real. Si es que podemos seguir llamándolo así.