Crónica musical del concierto de la Sinfónica de Galicia el viernes 17 de noviembre de 2023 en el Palacio de la Ópera. Concierto para viola de W. Walton  y 2ª sinfonía de Rachmaninov. Katharina Kang, viola. Andrew Litton, director.

Tras una semana movida, un repleto Palacio de la Ópera, entiéndase sin la zona cerrada por goteras, buscaba en la música un aliciente para esa ansiada convivencia. Concierto dedicado, merecidísimamente, a Amigos de la Casa de las Ciencias, que dicho sea de paso más que reconocimientos, nuestros museos y lo que no son museos, necesitan unos urgentes mantenimientos, a la vista está la Domus “enredada” por ejemplo. Concierto de los que crean afición, sobre todo la segunda parte. El concierto de Walton es una obra maravillosa, pero la violista Kang se vio “enredada” en ocasiones por una orquesta apabullante, y que no pudo sobresalir como seguramente sí lo haría si hubiera tocado su instrumento principal, el violín, que por cierto utilizó para ese endiablado Corigliano que tocó como bis. No me encandiló su versión, y no podría justificar el porqué, ya que todo fue correcto, pero cuando prestas más atención a orquesta y director, es que algo no acaba de engancharte. No fue así la segunda parte, esos casi 60 minutos de música se me pasaron volando. El maestro norteamericano Andrew Litton nos mostró a una OSG diferente. De gran sonido, apabullante, grandes metales y desgarradores bajos. Maestro del “palito”, que mueve como el pincel de un Picasso inspirado delante de la tela. De memoria y sin tonterías de ningún tipo, las cosas claras y siempre trabajando frente a la melodía perfilando con su batuta, con un discurso musical claro y conciso para músicos y oyentes. No fue de perfilar planos, dejando a los músicos y diferentes secciones que se autoregulen, obviamente con alguna que otra orquesta sería un batiburrillo, pero la OSG está a una altura tal que ese supuesto “autogobierno indepe” bajo una batuta firme, fiel e invariable a la constitución de lo escrito en la partitura lo maneja a su antojo, como así siempre ha sido. Es una maravilla observar el gesto de Litton ya sea con la batuta o con su mano izquierda, es como un base de la NBA repartiendo asistencias, te lleva por un discurso que se le queda pequeño creando una línea melódica infinita y esa sensación de que lo que suena te arrolla. Lo más de la noche fue ese tercer movimiento. ¿Qué como fue? Pues Littón se puso en versión música de cámara, y como si la orquesta fuese su piano, le dejó los mandos a J. Ferrer que con su clarinete nos envolvió en su magia. El valenciano, nacionalizado ya en Monte Alto, nos puso al límite de la emoción, con un sonido emotivo y creativo, dominando tiempos, sensaciones y poniéndonos en trance durante los dos minutos de su solo, lo demás es simplemente fruto de ese hechizo que produjo el efecto esperado, el contagio que lleva a hacer mejores músicos a los que uno rodea. Si en el tercer movimiento el Maestro hizo cantar a la orquesta dejando la batuta en el atril, en el cuarto los puso a bailar y cantar a la vez provocando una ola de bravos y aplausos en un público que reconoció una gran noche de música y convivencia de la de verdad.