El catalán Enrique Roig emigró a Gran Canaria durante la Guerra Civil para encontrar un remanso de paz de la beligerante región peninsular. Canarias no era una excepción de la guerra, pero el conflicto no había escalado como en la península. De esta forma, Roig hizo toda su vida en Canarias incluso fundó un negocio, que hoy mantiene su hijo Carlos Roig. El quiosco La Prensa, en el Parque Santa Catalina fue fundado en 1957 y ha perdurado hasta el día de hoy hasta convertirse en uno de los símbolos de un parque con mucha historia. 

Roig comenzó a trabajar con sus hermanos en una industria de pescado en La Cícer, pero con cinco hijos a su cargo, el trabajo no le aportaba beneficios suficientes. Por ello, decidió abrir un quiosco en el parque, el primero que vendía exclusivamente prensa. «Había otro quiosco que vendía, creo que colchonetas para la playa y cremas», recuerda el dueño. Y también algunas novelas muy conocidas como las del oeste de Marcial Antonio Lafuente Estefanía. Los clientes pedían los libros del escritor y cuando publicaba uno nuevo llevaban el antiguo para intercambiarlo.

Los comienzos fueron una época «maravillosa», el negocio iba viento en popa, sobre todo con la llegada de turistas, que no fue desaprovechada por el fundador. A Roig le ofrecieron ser el representante de la distribución de periódicos escandinavos y de esta forma empezó a vender prensa de una gran variedad de nacionalidades. Comenzó con prensa del norte de Europa, pero llegó a tener periódicos chinos, rusos, argentinos, estadounidense, y más. Llegó a tener prensa de 15 países diferentes durante todos los días, su puesto bien podría haber sido una conferencia de Naciones Unidas. Esa cifra, sin embargo, se ha reducido en la actualidad, ya que ahora cuentan con prensa inglesa, alemana y durante el invierno con ejemplares de medios noruegos. 

El dueño del quiosco La Prensa, Carlos Roig. José Carlos Guerra


Sin embargo, no todo fue color de rosa, Carlos Roig recuerda que la ciudad en los 80 no vivía su mejor momento, y afectó al negocio. «Hubo una debacle aquí tremenda en la ciudad, surgió el tema de la droga, empezó un poco la heroína y fue una época un poco oscurilla», comenta. 

El quiosco llegó a vender ejemplares de medios de hasta 15 países diferentes, como chinos y rusos




Pero el principal escollo fue durante la remodelación del Parque Santa Catalina. Los quiosqueros tuvieron que ser reubicados en una zona cercana, pero poco transitada durante un año y medio que duraron las obras y pudieron volver a su sitio. En ese período de tiempo las ventas cayeron drásticamente. En la edición de 1991 del periódico La Provincia Diario de Las Palmas, Carlos Roig detallaba cómo el volumen de beneficios había caído y aseguraba que era la primera vez que se quedaban con periódicos por vender al finalizar el día. «Hasta tal punto vamos mal que las ventas han bajado, desde que estamos aquí, más de una tercera parte. Ahora sólo vendemos el diez por ciento de la mercancía», lamentaba por aquel entonces.

Una vez de vuelta al parque tras su remodelación, todo volvió a la normalidad y las ventas comenzaron a despegar de nuevo. Hasta que durante 2010 experimentó un nuevo descenso, pero en esta ocasión por la proliferación de los teléfonos inteligentes, y por lo tanto, de internet. La transformación digital de muchos periódicos y revistas provocó que parte de los lectores habituales escogieran el soporte electrónico. En la actualidad, la venta de prensa se ha reducido ante el aumento de suscripciones digitales, por lo que Roig ha optado por añadir souvenirs para los turistas, y de esta forma, diversificar. 

Carlos Roig estaba acostumbrado a trabajar en el negocio familiar. Desde que era adolescente, además de estudiar dedicaba algunas horas al quiosco para ganar su propio dinero, o para ayudar a su padre cuando los empleados estaban de vacaciones. A pesar de ello, cuando era joven nunca imaginó continuar la herencia familiar, porque sabía que era un trabajo sacrificado en el que le tocaría abrir todos los días sin excepción.

Tres décadas al frente 

Pero tras el fallecimiento de su padre le apenó que el quiosco cerrara. «Me daba mucha pena porque a través de este quiosco mi familia empezamos a tener vidilla, y porque yo sabía que era un muy buen negocio también», refleja. En un primer momento, el comercio lo heredó su madre, pero después de un tiempo decidieron ponerlo a nombre de Roig. El resto de sus hermanos ya tenían sus trabajos y carreras hechas, por lo que el único que podía encargarse era él. De tal manera que lleva ya 30 años al frente. 

A lo largo de esas tres décadas ha enfocado el negocio esencialmente al turismo. «Soy intermediador turístico también, me dedico a ofrecer las actividades que tienen en la Isla, como excursiones, si quieren montar a caballo, hacer snorkel, ir a un barco para ver los delfines, es una actividad que he introducido también», destaca. «Ahora prácticamente dependemos el 80% del turismo, y el día que no hay crucero no vendemos», añade. Roig ya potenció una vez el sector terciario para tener otra fuente de ingresos además de la prensa, y ahora está dándole vueltas a la cabeza para volver a hacer una reforma de mercancía, que termine por diversificar el quiosco con una mayor variedad de productos.