Yolanda Cárdenas, directora del instituto Montserrat Roig de Sant Andreu de la Barca, lo tiene claro: «Es la mejor decisión que hemos tomado en años». En su caso, como en todos los centros de secundaria que han emprendido medidas para prohibir el uso del móvil en sus instalaciones, la decisión de vetar los dispositivos fue largamente meditada y aprobada en consejo escolar. «Pensábamos que sería difícil, pero ha ido mejor de lo que esperábamos», explica la directora, quien destaca el trabajo previo de concienciación tanto con los docentes -quienes tampoco lo pueden llevar encima- como con el alumnado. Lo más positivo de su balance –compartido por muchos otros colegas que han tomado una decisión similar– es que el patio vuelve a ser un espacio en el que se escuchan las risas, los juegos y las conversaciones cara a cara y, además, han caído en picado las interrupciones permanentes en clase y los incidentes vinculados a las redes sociales. Como mínimo en horario lectivo.
Los centros, que han aplicado el veto ante la incapacidad de gestionar el aula, no renuncian a la educación digital y reclaman la implicación de las familias
Según las cifras hechas públicas la semana pasada por el Departament d’Educació, en el tercer trimestre del curso pasado [cuando se realizó la encuesta], un 53% de los centros educativos catalanes tenía regulado el uso de los móviles en sus Normas de Funcionamiento de Centro (NOFC). Una regulación que el curso que viene tendrán que tener todos las escuelas e institutos siguiendo el marco regulador que estos días se está debatiendo en distintas sesiones extraordinarias del Consell Escolar de Catalunya. Unos cambios en la escuela que llegan en paralelo a la movilización por parte de las familias para rebajar la presión social que lleva a que, hoy por hoy, los 12 años sea considerada la edad «normal» para acceder al primer ‘smartphone’.
Los institutos reclaman que el Govern regule el uso del móvil y no lo deje al criterio de cada centro
«Lo peor de gestionar eran las horas entre clase y clase, los ratos en los que estaban solos en el aula, sin profe. Que pudieran tener móvil nos generaba muchos más problemas que beneficios, ya que aprovechaban para hacer vídeos que colgaban en las redes y era todo un sufrimiento –recuerda Cárdenas–. Si no se hace pedagogía en casa, cuesta después que los alumnos, que son menores, hagan un buen uso». La directora alude a problemas tan dispares como generalizados. Por ejemplo, grabar a alumnos o docentes sin su consentimiento y compartirlo en redes; chatear en el aula; hacer directos de TikTok desde el mismo pupitre; interrumpir la clase con el sonido de un audio que se dispara sin querer, o incluso pedir ir al lavabo y tardar una eternidad en volver.
Medida flexible
«Estamos contentos, la medida está funcionado y, si hay algún docente que en alguna materia lo necesita, manda un correo para avisar de que ese día sus alumnos llevarán el móvil para hacer alguna actividad y no hay ningún problema», concluye la directora del Montserrat Roig.
Àlex Salleras es director del instituto Pla Marcell, en Cardedeu, pueblo cuyas escuelas se declararon al inicio de este curso ‘libres de móviles’. Y aunque su valoración es muy positiva, el docente se muestra un punto menos optimista.
«Luchar contra un gigante»
«Lo nuestro es una medida excepcional. Lo que hace falta es una regulación por parte de Salud», señala Salleras, quien admite que, en su caso, se tomó la decisión de prohibir el ‘smartphone’ porque había llegado un momento en el que la gestión del aula se les había ido de las manos. «Llegaban al instituto con muchas horas de pantalla; en primaria, las familias han estado derivando a la pantalla la distracción y las horas libres de las tardes y los fines de semana; era luchar contra un gigante«, admite el director del Pla Marcell [centro que siempre había sido ‘promóviles’], convencido de que lo que hay que hacer es acompañarles. «Como sociedad es necesario algo más que un marco regulador del Departament d’Educació«, insiste el docente, quien afirma tener más preguntas que respuestas.
Prohibir el móvil en el instituto es una medida fácil de implementar, lo complicado es que haya una gestión por parte de las familias fuera del centro
«Hay un currículum que se está desplegando que recoge la competencia digital como una competencia a trabajar y a alcanzar. Y las competencias digitales son ordenadores, pero también móviles. La cosa es: ¿cómo lo hacemos? ¿En qué momento tenemos que empezar a dar herramientas? Nosotros ahora mismo nos veíamos incapaces, con el peso que tienen las redes sociales en la vida de los jóvenes, de poder trabajarlo. Antes de la pandemia, sí, pero tras el confinamiento se produjo un cambio«, subraya.
La preocupación de Salleras es lo que sucede más allá de los muros del colegio. «Prohibir el móvil en el instituto es una medida fácil de implementar, lo complicado es que haya una gestión por parte de las familias fuera del centro«, considera Salleras, en cuyo centro, antes de la pandemia, los alumnos podían tener el teléfono encima de la mesa, ya que era una herramienta de trabajo más.
Un mundo nuevo
Desde que vetaron los móviles –tras comprobar que los riesgos que implicaban se habían comido todo el terreno a las oportunidades que ofrecían– han comprobado como los jóvenes «están descubriendo otras maneras de ocupar los espacios, de participar». Los patios son más ruidosos, los críos se mueven. Están presentes. Una observación compartida por todos los centros que han prohibido su uso en las horas de recreo (solo el 12% de los institutos que ya regulan el uso del ‘smartphone’ lo dejan consultar en el patio).
Cuando se pregunta al alumnado, la respuesta es la misma. A su corta edad, son muy conscientes de que el móvil es más fuerte que ellos y que es muy difícil concentrarse en clase si sabes que tienes una notificación pendiente; y que cuando entra en escena un ‘smartphone’ desaparecen los juegos y la socialización cara a cara. Al final, también se reconocen afortunados de disponer de espacios ‘libres de móviles’ en los que relacionarse distinto.
«Un cambio de chip»
«Los jóvenes han hecho un cambio de chip«, coinciden docentes de varios centros que en los últimos tiempos han puesto coto al uso del móvil. También destacan que hay menos conflictos digitales, «aunque las personas acosadas siguen estándolo«, apunta Salleras. Y coinciden en algo más: «La llave del posible éxito de este paréntesis sin móviles la tienen las familias«. Lo tiene muy claro Marta Caño, directora del instituto Maria Espinalt de Poblenou, barrio en el que nació el movimiento ‘Adolescencia libre de móviles’.
La normativa de este centro consiste en requisar los móviles y depositarlos en una cajita cerrada con llave en conserjería hasta que acaba el día. Si reinciden tres veces, deben dejarlo en el centro toda una semana, desde que llegan hasta que se van. «Y está funcionando. Hoy no había demasiados móviles, por ejemplo, en la cajita, mientras que al principio había muchos», apunta Caño, quien se ha ofrecido a ir como directora a la próxima reunión del afa para aprovechar el runrún y remar juntas. «Darles recursos para hacer ese acompañamiento con el móvil o quizá organizar alguna charla consensuada –apunta–. Debemos establecer complicidades para mejorar el uso del móvil que hace el alumnado, que es lo que queremos todos».