Hace sol en un Tel Aviv alejado de la guerra. Es mediodía en la capital israelí. En esta terraza del centro de la ciudad, la música dificulta cualquier conversación. Pero no importa. Decenas de jóvenes, bronceados y de ojos claros, se reúnen para ayudar a sus amigos. Aunque lleven una copa en la mano, su labor también es un esfuerzo de guerra. Mientras sus compañeros están desplegados en el Ejército desde hace semanas, ellos venden su arte y su talento y donan sus beneficios para proveer comidas a los soldados y las familias desplazadas en todo el país. «Todos parecen felices y relajados, pero cada una de estas personas ha perdido a alguien que conoce o tiene a un ser querido en el Ejército en este momento», explica Julia Mann, la documentalista que ha organizado este mercado benéfico. 

«Nunca pediré perdón por ser israelí», afirma una popular camiseta entre los asistentes a la feria de arte autogestionada. La mayoría de los artistas, y también de los asistentes, son olim. En hebreo, este término hace referencia a los inmigrantes judíos que han hecho aliyá y han obtenido la nacionalidad israelí. A sus 29 años, Eden Bachar es una olah. Vivió hasta los 17 años en Estados Unidos. Luego, vino a Israel e hizo el servicio militar. «Fui soldado de combate en artillería durante dos años y medio», cuenta a este diario. «Fue una experiencia increíble y lo volvería a hacer», afirma con convicción. Pese a contar con un pasaporte estadounidense, no deja terminar la pregunta cuando se le cuestiona si ha pensado en volver. «Me siento más segura aquí que en EEUU o en Europa», confiesa.

Mientras ofrece sesiones de reflexología facial, Bachar comparte su miedo. «Miro lo que pasa en televisión y pienso que allí, no sabes quiénes son tus vecinos, ni con quién vas a la escuela, ni quién está detrás de ti cuando vas a comprar café», plantea esta joven. «Podrían ser pro-Palestina y no lo sabes«, expresa, muy alarmada. Hace dos semanas, la organización a la que ella pertenece, junto a las familias del kibbutz Beeri, atacado el 7 de octubre, recibió 15.000 shekels, unos 3.700 euros, recaudados en el primer mercado benéfico organizado por los olim. Desde hace nueve años, Bachar es parte de el grupo Parejas de los Soldados Caídos de las Fuerzas de Defensa de Israel tras perder a su novio durante la guerra contra Gaza de 2014. «Ofrecemos apoyo psicológico a los y las compañeras no casadas que han perdido a su pareja en combate, ahora 140 novias se han unido a nuestro grupo», lamenta.

Camisetas a la venta en el mercadillo benéfico organizado en Tel Aviv para recaudar fondos para los soldados israelíes. ANDREA LÓPEZ-TOMÀS


«Fácil y divertido»

Nia Shtai no es ni judía ni israelí, pero hace nueve años que vive en Tel Aviv. Esta artista ucraniana dedica sus horas a dibujar a la ciudad que la ha acogido, de donde es su pareja. «Tengo varios amigos que están sirviendo en el Ejército y me cuentan que es fácil y divertido, que obtienen su comida de diferentes restaurantes, y que no hacen nada la mayor parte del tiempo«, cuenta esta artista de 33 años. «Pero no lo sé, tal vez ese sea un mecanismo de defensa», afirma. Oriunda de una ciudad fronteriza de Ucrania con Rusia, Shtai confiesa que algunos de los cohetes que han impactado contra Tel Aviv han despertado su trastorno de estrés postraumático. «La peor parte ha sido que la semana pasada murió mi perro de cáncer», confiesa.

«Eso ha sido lo más difícil para mí, porque el hecho de que Israel siempre esté iniciando guerras es algo a lo que ya me he acostumbrado y no hay nada que puedas hacer; creo en el Ejército israelí, sé que siempre gana», explica, en un sentimiento compartido entre la juventud israelí. «Es doloroso ver lo que está sucediendo en Gaza, son civiles los que están muriendo y lo que pasa aquí no es nada, pero, ¿qué podemos hacer? Simplemente disfrutar, divertirnos, ver a nuestros amigos y hacer arte, seguir adelante», defiende. En una ciudad como Tel Aviv, donde siempre es verano, resulta fácil olvidarse también de que gente como ellos se prepara para empuñar las armas. 

Pero, de vez en cuando, caen cohetes en la capital israelí, y la guerra, o, al menos, un signo de ella, vuelve a sus calles. «Cuando algo muy dramático ocurre, lo superamos muy rápido, esto es algo muy exclusivo de la población israelí«, constata Bashar. «Sabemos cómo lidiar con cosas muy estresantes y muy trágicas, siempre decimos que todo estará bien, es algo muy recurrente que sucede y cuando lo dices lo suficiente y lo escuchas lo suficiente, se aplica a toda la población», cuenta esta reflexóloga facial. Acostumbrados a guerras y ataques, los israelíes presumen de no instalarse en el desgarro. «No estamos bien, pero todo el país nos necesita; tenemos la estabilidad para acostumbrarnos muy rápido a cosas que dan miedo, pero eso es lo que hace que la unión en este país sea traumática», explica a El Periódico de Catalunya, del Grupo Prensa Ibérica.

Lucha por su existencia

La elevada música, pinchada por un DJ en directo, y las rondas de cervezas opacan los motivos reales que llevan a estos jóvenes a estar aquí. Dan apoyo a los 360.000 reservistas que han sido llamados a filas mientras Israel escala su guerra en Gaza. Seis semanas después de aquel trágico 7 de octubre, el ambiente festivo y los reencuentros se distinguen de los del principio del conflicto, que mató a 1.200 de sus conciudadanos y ha segado la vida a más de 11.000 personas en la Franja de Gaza. «Mi pueblo, mi familia, están resultando heridos en esta terrible guerra», constata la joyera Naama Deutsch. Además de venir a «hacer algunas cosas buenas y donarlo a las personas que lo necesitan», esta joven israelí también intenta «ganarse la vida» con sus joyas. «Ahora, en Israel, la gente, si tiene dinero, lo ahorra, no lo van a gastar porque no sabemos qué va a pasar ni cómo será mañana», lamenta Deutsch, entre cliente y cliente.

«Mis hermanos y hermanas me necesitan así que no puedo dejarlos solos porque tengo un poco de miedo, necesito estar aquí», cuenta Bachar. «Tampoco pensé ni por un segundo en irme, es que para mí era obvio«, constata. A los pies de la cabina del DJ, jóvenes en mallas de yoga le ofrecen sus rostros para que les relaje las facciones en estos tiempos difíciles. En esta azotea de una famosa discoteca en la avenida Rothschild de la capital israelí, los shekels corren sin pensarlo demasiado. Camisetas, joyas, pasteles o masajes son formas de decirle a sus amigos que no están solos, que les piensan y les alimentan. Gran parte de la sociedad comparte la posición de su Gobierno y creen que esta guerra es una lucha por su propia existencia.