«Me ha matado, me ha pegado un tiro… Estoy muerta». Fueron las últimas palabras de Alicia antes de morir. Madrugada del 14 de febrero de 2021, San Valentín. Su hija, en la calle, la apretaba entre sus brazos. Junto a ellas, un vecino que, alertado por lo que parecía una discusión, salió a ayudar cuando vio tirada en el suelo a la mujer. En camisón, y con una herida de bala, Alicia, 52 años, de origen portugués, luchaba contra la muerte: «Aguanta, mamá. No te vas a morir».
Murió minutos después. Lo hizo en la puerta de su casa, en la Calle Oeste de Majadahonda, una zona residencial de chalets. Dentro de la vivienda permanecía J.A.F.D, su marido, chatarrero de profesión. Encerrado, según describen, «seminconsciente» y, por momentos alterado, tuvieron que sacarle de allí los agentes de la Unidad de Seguridad Ciudadana (USECIC) de la Guardia Civil.
Está acusado de cuatro delitos: asesinato, tentativa de homicidio, amenazas y tenencia ilícita de armas, en el juicio con jurado popular que se está celebrando desde el 6 de noviembre en la Sección 27 de la Audiencia de Madrid. En la primera fase ya se han escuchado a los primeros testigos. También a él. La acusación particular, la Fiscalía, y la Comunidad de Madrid consideran probado que aquel 14 de febrero el chatarrero disparó y mató a su mujer, y lo intentó con su hija. Que, en semanas anteriores, había amenazado con esa misma pistola a su mujer. La fiscal pide para él 40 años de prisión.
Violencia y terror
13 de febrero de 2021. Alicia, que se ha operado de la vista el día antes, recibe la visita de todos sus hijos en el chalet. Tiene cinco, pero con el matrimonio solo viven dos. Comieron todos juntos, avanzó la tarde y fue creciendo la tensión. «Mi padre estaba nervioso, muy alterado», han declarado cuatro de los cinco hijos del matrimonio en la primera fase del juicio. Nada más terminar de comer, llegaron los insultos, las amenazas: «esto va a llegar a su fin, aquí se acaba ya».
Una amenaza más, aseguran todos. Las palabras «miedo», «violencia» y «terror» protagonizan el ambiente en casa durante años. Alicia les tranquilizó: «no me va a hacer nada estando recién operada». A las 18:30 horas, empiezan a abandonar el domicilio. Todos se van menos A. (prefiere no publicar su nombre). Es testigo directo de la muerte de su madre y víctima de lo que ocurrió aquella fatídica noche de San Valentín.
Un cuchillo
A. declaró a puerta cerrada en la segunda sesión de juicio. Según ha podido saber CASO ABIERTO, portal de sucesos e investigación de Prensa Ibérica, su testimonio fue desgarrador. Describió la escena. Contó cómo su padre estaba buscando iniciar una discusión que su madre no quería. Cómo este disparó a su madre y cómo fue la secuencia de lucha en la que ella misma se vio implicada.
Según ha podido saber este medio, los agentes del Grupo de Homicidios de la Guardia Civil de Madrid recogieron el día de los hechos que, alertada por la discusión, A., la hija de ambos, rompió el pestillo de la puerta del dormitorio, trató de auxiliar a su madre y peleó con su padre. Al entrar, los encontró «en la cama forcejeando». La joven se abalanzó sobre su padre, que tenía un brazo estirado debajo de su madre. Este le dijo que se quitase, que «ya la iba a soltar». No lo hizo. Disparó.
De acuerdo con el relato de la Fiscalía, el acusado disparó a su esposa. Madre e hija intentaron arrebatarle la pistola y el arma cayó al suelo. Alicia, herida, fue a la cocina a por un cuchillo, mientras, el acusado «intentó estrangular a su hija con las dos manos, golpeó su cabeza contra la pared repetidas veces, le desgarró la mano izquierda con un cuchillo y le pegó un tiro en el muslo izquierdo con la misma pistola«. Madre e hija consiguieron zafarse hiriendo al acusado. Salieron corriendo de casa. Alicia fallecería en la calle poco después.
«Si hubiera querido, la habría dejado seca»
Alicia murió y A. entró en shock. Él, 62 años, permaneció encerrado en el chalet. La joven fue atendida en el hospital. El documento gráfico de sus heridas, al que ha accedido CASO ABIERTO, deja poca duda de la agresión. Su padre ingresaría fuera de peligro, pero en estado grave, también en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid. Presentaba dos heridas de bala y siete puñaladas. Se habló de heridas autoinflingidas, de intento de suicidio tras matar a su mujer, él dice que no. Veinte días después le dieron el alta, entró en prisión provisional.
Acusado de asesinato, declaró ser víctima. Aseguró que «estando en la cama, él le preguntó a Alicia que cuando iba a sacar a su hijo de la droga». Que cogió un arma que había sacado del trastero, «me loqueé y pegué un tiro en la pared para que tuviera miedo«. Aseguró que entre su hija y su mujer le quitaron la pistola y que su mujer «se puso de pie y le disparó» estando acostado él.
«Si yo la hubiera querido matar, la habría dejado seca». Los agentes le preguntaron por los disparos que recibieron las dos. «Que me lo enseñen», se limitó a decir. J.A.F.D declaró la semana pasada en sede judicial. Solo respondió a preguntas de su abogada. Negó los hechos, otra vez.
Una vida de violencia
«Sometida». Todos aseguran que Alicia no podía ni estar con sus hijos, disfrutar de sus nietos -tiene 7- con tranquilidad. «Puta», «zorra», «te voy a matar». La relación descrita por sus hijos está marcada por el horror. Tanto que, cinco años antes, Alicia -hoy asesinada- se marchó a su Portugal natal con todos ellos tras romper su relación. Volvió «bajo amenaza», cuentan ante la jueza y el jurado popular. «Menos mal que has vuelto porque tenía munición suficiente para mataros a todos», aseguran que dijo él.
«Cada vez que íbamos a Portugal, la condición al venir era parar en el monte, atar a mi madre, pegarla, y nosotros verlo desde el coche»
Miedo, amenazas, terror. De todo lo oído en sala, desgarra el testimonio de una de sus hijas mayores. «Tenía unos 12 años… después de haberle dado una paliza a mi madre, fue a la furgoneta y cogió la pistola. Me apuntó con ella en la cabeza a mí. Se le disparó el arma, por accidente, y le dio en el muslo a él».
Crecieron bajo amenaza constante y no denunciaron nunca por miedo, afirman. «Cada vez que íbamos a Portugal de vacaciones, la condición al venir», hace una pausa una de sus hijas, «era parar en el monte, atar a mi madre y pegarla, y nosotros verlo desde el coche«, rompe a llorar durante su declaración.
Hablan de celos enfermizos, obsesión. «No podíamos tener ninguna muestra de cariño con mi madre». Con el único hijo, varón, era peor. «Era hombre». Dado que su padre alegó que la discusión vino por su consumo, el joven declaró bajo juramento: «nunca me he drogado. Fumar, tomar café o ver la televisión era una droga para él».
«Me iba a la cama y escuché ruidos», ha declarado un vecino que intentó auxiliar a Alicia antes de fallecer. «Estaba tumbada en el suelo. Vi que era nuestra vecina y salí. A instancias de los servicios de emergencia, le taponé la herida». Alicia repetía que se iba a morir, que le había disparado él. «Cuando llegó la Guardia Civil establecieron un perímetro de seguridad». Él seguía dentro de la vivienda. «Suelte el arma, vamos a entrar». Los agentes han explicado que, por teléfono, practicaron las negociones para poder acceder. «Entró la unidad especial y le sacaron en volandas», reconstruye el vecino. «Me dio la sensación de que estaba inconsciente, pero no lo sé».
J.A.F.D asegura a que, por miedo a que le robaran en casa, se hizo con la pistola. «Es una zona tranquila», concluye este vecino a preguntas de la fiscal. La compró en el mercado negro. Es del tamaño de la palma de una mano y tiene el numero de serie borrado. Sus hijos, aseguran, que la ha tenido siempre. Crecieron viendo el arma en sus manos. «La usaba contra nosotros para atemorizar».
El juicio continúa. Criminalística, forenses, agentes, peritos y miembros de la Unidad de Seguridad Ciudadana (USECIC) están declarando esta semana para explicar las pruebas periciales que hay contra el chatarrero. A la espera de sentencia, rotos y sin palabras, sesión tras sesión, sus hijos acuden a la Audiencia Provincial.