Jacopo Galli y Mattia Bertin son dos investigadores italianos expertos en destrucción urbana: la que se produce cuando hay una guerra o pasa un huracán. Su opinión es que, por distintos que parezcan, ambos tipos de eventos estarán cada vez más ligados debido al cambio climático y la falta de recursos para adaptarnos a él. Por extensión, también estudian la reconstrucción. ¿Merece la pena reconstruir zonas en las que cada vez que llueve se producen daños materiales? ¿Se pueden construir ciudades hoy con la lógica del pasado? ¿Estamos invirtiendo bien los fondos europeos?

Galli y Bertin atienden a El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, tras acudir a un debate en torno a sus dos libros —Cities Under Pressure: una estrategia para la reconstrucción urbana y El impacto del covid en las ciudades— en la Universidad Politécnica de Madrid.

¿Qué es un evento destructivo? ¿Es una catástrofe natural, una guerra o también puede ser el turismo, que destruye ciudades a su manera?

Mattia Bertin: Buena pregunta. En primer lugar, no creo que existan las catástrofes naturales: las catástrofes son una condena a cómo construimos. Ahora tenemos muchos más eventos extremos. Otras destrucciones, como las guerras y los conflictos violentos, tienen origen sociopolítico y religioso. El turismo es un fenómeno más lento. Tiene que ver con el impacto de la industria en las ciudades desde mediados del siglo XIX. Es un conflicto que degenera la ciudad, pero por causas de evolución económica más que de catástrofe.

Hemos visto la destrucción de ciudades ucranianas en directo; ahora vemos la de la franja de Gaza. ¿Cuáles serán las fases de reconstrucción? ¿Cómo cambiará respecto a las reconstrucciones hechas tras la Segunda Guerra Mundial?

Jacopo Galli: La destrucción actual no es la misma que la de la Segunda Guerra Mundial. Pensamos en las imágenes de Guernica y Stalingrado, pero su dimensión ahora es muchísimo mayor. Lo que pretendemos decir con el libro es que hay que pensar soluciones nuevas, porque las que se usaron tras la Segunda Guerra Mundial no van a funcionar: se hicieron sobre ciudades pequeñas que eran, sobre todo, cascos históricos. Ahora la destrucción se da sobre ciudades con una calidad urbana muy baja. Tendrán un grado de transformación mayor. En Ucrania se están destruyendo edificios soviéticos de diez plantas que no van a reconstruirse. Hay que pensar soluciones diferentes.

¿Por ejemplo? ¿Cómo se reconstruye una ciudad cuando el país sigue en guerra?

J.G: Podemos aprender de la historia. El plano de reconstrucción de Londres se hizo en 1943. La guerra estaba a la mitad. Se puede empezar inmediatamente. La arquitectura y la planificación llevan tiempo, pero puedes empezar por un plano abierto y por la reconstrucción de elementos de pequeñas dimensiones. Hay partes alrededor de Kiev totalmente destruidas que ya se pueden reconstruir.

Grafitti en un edificio de Kiev destruido por los ataques rusos. SERGEI CHUZAVKOV / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO


M. B: Y no podemos pensar que la tecnología solucionará todos los problemas. Habrá que tener en cuenta los efectos de la geología, hidrología y de la transformación natural de la Tierra acelerada por el cambio climático. No puedes mover un río de sitio por necesidades industriales.

En España hay cientos de miles de viviendas construidas sobre zonas inundables, demasiado cerca o sobre el cauce de los ríos. ¿Habría que destruirlas? ¿A nivel político, es factible decir: o destruimos esto, o cada vez que llueva se va a inundar y la gente se va a quedar sin casa?

M. B: Absolutamente sí. Es sencillo: no vamos a tener dinero para renovar tan a menudo el patrimonio dañado. Si hay casas en ríos, como pasa en todo el Mediterráneo, y la frecuencia y la intensidad de las inundaciones va a ser mayor, no tendremos recursos para gestionarlo.

J. G: El control del cambio climático no puede ser solo defensivo. En algunos sitios será disruptivo, cambiará todo el territorio. Hay climatólogos que dicen que ciertas zonas no serán habitables. Muchas áreas de Italia y España serán diferentes porque no se van a mantener las condiciones actuales. El tiempo entre un desastre y otro se reduce: reconstruir no tiene sentido.

Los eventos extremos son cada vez más recurrentes. En Madrid el viento provocó recientemente la caída de cientos de árboles, uno de los cuales mató a una joven. ¿Hay alguna estrategia interesante que se esté aplicando en ciudades europeas? Creo recordar que en París van a quitar hasta un 40% del asfalto.

M. B: El cambio climático no será un problema para la naturaleza, sino para la humanidad. Este planeta ha sobrevivido a muchos cambios. El problema lo tiene la vida humana tal como la entendemos ahora. Hay un conflicto entre un sistema natural que va en una dirección —por culpa de los humanos— y la vida humana.

Imagen del árbol caído que mató a una joven en Madrid, tomada desde un edificio cercano. IMAGEN CEDIDA | @DRAGONEGIGI


Si el punto de partida es que nos importa la vida, porque nos preocupa más que muera una chica a que caigan 200 árboles, tenemos que transformar los espacios donde vivimos, porque estos fenómenos irán en aumento. El riesgo se compone de la peligrosidad (el cambio climático), la vulnerabilidad (cómo construimos) y la exposición (el valor que le damos a las personas y a las cosas). Le damos mucho valor a las personas y a las cosas y la peligrosidad crece, así que debe bajar la vulnerabilidad.

¿Hay algo que pueda hacerse y no se esté haciendo? Más allá de quitar asfalto y poner vegetación…

J. G: No es fácil. La forma de gestionar el calor de la ciudad actual es errónea. La ciudad antigua no tenía materiales avanzados y sostenibles y su gestión del calor era mucho mejor. Lo primero que hay que cambiar son las reglas de construcción. Si ahora quisiéramos hacer una ciudad con el Plan Cerdá, no podríamos porque las reglas no lo permiten. Esos modelos tienen valor, ¿por qué las reglas los permiten? Es un gran problema urbano.

M. B: Hay que apoyarse en normas menos rígidas. Poner objetivos y dejar que arquitecto, urbanista y político discutan la visión, más que agarrarse a unas normas fijas.

Comentábamos antes que la destrucción también puede ser social. A veces termina en guerra, pero ¿la desigualdad es otro ejemplo de destrucción?

J. G: La desigualdad es destrucción. Hay muchos estudios que dicen que, a partir de cierto nivel de desigualdad, la sociedad no existe: es solo un grupo de gente. La desigualdad aumenta en todo el mundo y el desarrollo de la ciudad tiene mucho impacto sobre ella. Sabemos que la destrucción de una guerra y un terremoto son muy parecidas. Pero la destrucción de nivel social es diferente. Por nuestra parte, podemos trabajar en herramientas de tipo espacial. En muchos lugares, la reconstrucción ha facilitado el conflicto. Hay zonas del mundo donde hay conflicto cada veinte o treinta años. Y cada vez que se destruye, se reconstruye y hay otro conflicto. Significa que la reconstrucción no permitió la paz.

M. B: El conflicto entre Israel y Palestina está alimentado por la organización del territorio. La transformación física de un espacio puede derivar en la incapacidad de moverse, relacionarse o trabajar, lo cual provoca conflictos con efectos destructivos, no solo en la comunidad contra la que te enfrentas, sino en tu propia comunidad. Si pensamos en las ‘banlieu’ de París, encontramos trazas de la misma gestión. La exclusión es socio-administrativa.

Banlieu en París. EPE


En España se habla mucho de fronteras urbanas y de cómo ciertas infraestructuras crean barreras de renta. ¿Hasta qué punto son estas barreras intencionales? ¿Hay gente interesada en la segregación?

M. B: Un profesor decía que el trabajo del urbanista es tirar una línea: a un lado la gente se hace más rica; al otro, más pobre. Así que con la línea puedes generar más igualdad o desigualdad.

J. G: Hay veces que la segregación es intencional. Otras no. Pero el cambio climático la va a aumentar. Hay quien dice que el conflicto de Siria es ya un conflicto de agua y recursos naturales. Cada vez es más difícil decidir dónde poner la línea, porque la posibilidad de que segregue es cada vez más grande.

Mattia, su libro es sobre el covid. En aquel momento se hablaba de cómo todo iba a cambiar; sin embargo, mi sensación es que no hubo tal destrucción y hemos vuelto a lo mismo de antes…

M. B: De hecho, mi capítulo se titula No hemos entendido nada. La pandemia trajo soluciones muy interesantes que se pueden usar ante el cambio climático o conflictos. Pero creo que, pese a los fondos europeos Next Generation como los planes nacionales, seguimos igual frente al cambio climático. Vamos a solucionar situaciones pequeñas y vamos a acabar aún peor, porque tendremos problemas iguales o peores con menos recursos. Habremos gastado muchísimo dinero público en obras que consideran lo que existe como hecho objetivo y eterno. Las casas en ríos, la forma de la propiedad privada… Fracasaremos en la preparación, nos enfrentaremos con menor dinero y menor disposición a cambiar.

¿A qué se refiere con la propiedad privada?

M. B: Imagine una manzana de Madrid donde la propiedad está dividida entre cuarenta vecinos. Hace falta reducir el impacto del calor, el hídrico o aumentar los espacios comunes… Y no se puede hacer si todos los vecinos no están dispuestos. La propiedad privada es un problema.

¿Y ante eso, se le ocurre alguna solución más? Porque expropiar es muy lento.

M. B: Soy fatalista porque creo que no vamos a tener recursos; optimista porque creo que, cuando los efectos del cambio sean tan graves, la humanidad solucionará el problema, aunque sea con daños. Hemos tenido tiempo para hacerlo de manera democrática y no hemos hecho prácticamente nada. Lo solucionaremos, pero no exactamente con democracia.

J. G: En el covid se hicieron cosas muy drásticas que nadie pensaba que fueran posibles. Las soluciones radicales son posibles. La conciencia de que el clima está cambiando ha crecido muchísimo, así que se puede ir más rápido. Putin aceleró el proceso de descarbonización de Europa en una noche, cuando atacó Ucrania. Todo el mundo pensaba que no podíamos vivir sin el gas de Putin y pronto se vio que podíamos vivir sin problemas. La energía renovable y la construcción de redes aceleraron.

M. B: El caso de Putin era una posición ideológica. Que los coches tengan que pasar sí o sí por todas las calles también es una posición ideológica. En Estados Unidos hay una ley federal que dice que cada casa tiene que tener enfrente dos árboles. Eso transformaría las ciudades europeas y tendría un efecto potentísimo en el impacto del cambio climático. ¿Por qué no se hace? Por una cuestión ideológica. ¿Cuándo vamos a cambiar los valores percibidos como universales y absolutos?