Una extraña señal sonora registrada hace menos de un mes por el equipo del físico Avi Loeb generó desconcierto en los científicos: al no poder ser identificada con ninguna fuente natural o humana, se la relacionó con algún tipo de fenómeno anómalo no identificado. Posteriormente, se logró determinar que se había originado por la lluvia de meteoritos de las Oriónidas, que tuvo su punto de mayor intensidad en el momento del registro.

El viernes 20 de octubre de 2023, el conjunto avanzado de micrófonos del observatorio del Proyecto Galileo, dirigido por Avi Loeb en la Universidad de Harvard, Estados Unidos, registró un sonido extraño. La señal no se parecía a ningún sonido natural o de aeronaves conocidas. Las cámaras ópticas e infrarrojas no identificaron ninguna fuente relacionada. ¿De dónde provenía el sonido? ¿Era en realidad un fenómeno anómalo no identificado (UAP)?

Los sonidos profundos del cielo

El sistema omnidireccional de monitoreo acústico (AMOS) del Proyecto Galileo es una serie de micrófonos pasivos multibanda, diseñados para ayudar en la detección y caracterización de fenómenos aéreos. El monitoreo acústico complementa a las imágenes del cielo y brinda una señal independiente con la cual validar la identificación de fenómenos conocidos y desconocidos. El sistema AMOS abarca frecuencias infrasónicas, todas las frecuencias audibles por el ser humano y frecuencias ultrasónicas.

Según explicó el propio Loeb en un artículo publicado en Medium, la información recibida de AMOS y de numerosas personas que lograron registrar el fenómeno indicó una detección casi simultánea entre la ubicación de la Universidad de Harvard y New Hampshire, lo que sugería una fuente muy distante, al menos a decenas de kilómetros de distancia. Teniendo en cuenta la misión del Proyecto Galileo, que intenta revelar la actividad tecnológica de posibles civilizaciones extraterrestres, Loeb se preguntó si la señal provenía de un fenómeno anómalo no identificado. En ese caso, los extraterrestres podrían estar utilizando tecnologías avanzadas cerca de la Tierra.

Para poder resolver el misterio, el científico estudió al detalle las características de la onda sonora. La corta duración de la señal sugirió una fuente de energía impulsiva, una liberación repentina de energía dentro de un pequeño volumen que envía una onda expansiva a través de la atmósfera terrestre. En esos casos, la fuerza de la onda de presión depende de la energía liberada y de la distancia de la explosión. Vale recordar que la caracterización de las ondas explosivas de esta naturaleza fue crucial cuando se desarrolló la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial.

Carta manuscrita con el análisis de Loeb sobre el fenómeno. Crédito: Avi Loeb.


La música de una lluvia de meteoritos

Ahora, Loeb acudió a la teoría de Taylor-von Neumann-Sedov, que indica que la onda expansiva en este tipo de explosiones se configura como una capa esférica centrada en el lugar de la explosión. En esos casos, la presión cae a la mitad de su valor máximo, en un ancho de capa igual a aproximadamente una décima parte del radio de la capa.

Cuando la misteriosa onda de presión llegó al detector AMOS, era débil y se movía a la velocidad del sonido, a unos 340 metros por segundo. Loeb multiplicó esta velocidad por la duración del pulso y determinó el ancho de capa para la onda expansiva, que sería de 4 kilómetros. Esto implica una distancia de unos 40 kilómetros desde la explosión hasta el lugar de detección. A esa distancia, la perturbación de presión medida sugirió una liberación de energía explosiva de 2,4 kilotones de TNT. Tanto la energía y la distancia inferidas recuerdan a los meteoros, que tienen su propia música en el cielo: debido a esto, Loeb se preguntó si se había registrado una lluvia de meteoritos en ese momento.

Finalmente, el científico confirmó que la lluvia de meteoritos de las Oriónidas alcanzó su punto máximo en Massachusetts, el 21 de octubre de 2023. Dada la velocidad característica de los meteoros de este tipo, Loeb calculó que el meteoro que generó la onda sonora debió tener aproximadamente un metro de diámetro para producir la energía inferida de la explosión. El misterio estaba resuelto, aunque la curiosidad de Loeb por confirmar la presencia de vida extraterrestre en el cosmos sigue intacta.