El buen momento y expansión que afrontan los productos agroalimentarios de Asturias es inversamente proporcional a la crisis y caída que sufre el campo, el lugar de donde salen. Leche, carne, frutas y verduras son la base de esos quesos, vinos, sidras y embutidos que amparados bajo la marca Alimentos del Paraíso o con solo poner que están producidos en Asturias convencen de forma automática al consumidor para llevárselos a casa. Además, el reciente surgimiento de enfermedades como la fiebre del ganado o la lengua azul complica más la situación.

Las cifras no mienten: el sector agroalimentario ronda el 20% del PIB regional y aspira en 2030 a llegar al 30, con unos 10.000 puestos más y un aumento de esas 700 empresas, en su mayoría pymes, que lo conforman actualmente. Pero todo esto se asienta en un sector primario que debe producir la materia y que desde 1980 hasta la actualidad ha sufrido en el Principado una media de descenso por década de actividad del 0,3%: si en 1980 eran más de 77.000 los puestos de trabajo que generaba el medio rural, a principios de esta década no llegaba ya a los 13.000. Cierran, por otra parte, una media de 100 explotaciones lecheras al año y este 2023, según las organizaciones agrarias, puede que la cifra se supere. Sin olvidar la carne, para la que se anuncia un encarecimiento sin precedentes que ya ha empezado por su escasez.

El campo español está en crisis y el asturiano no es una excepción. Al contrario. La comunidad es una de las más envejecidas y eso se acusa en los pueblos, donde se asienta un tejido productivo fundamental para el que cada vez hay menos trabajadores. El relevo generacional del sector es uno de los grandes problemas, alimentado por ese «divorcio» del que se habla entre campo y ciudad, entre población rural y «urbanitas»: los primeros, que ocupan la mayor parte de la comunidad (el 84% de la región es territorio rural) se sienten abandonados, incomprendidos («normativa sin sentido hecha en los despachos»), vapuleados, insultados (nadie olvida las acusaciones de «incendiarios» tras los fuegos de la pasada primavera) y nada respetados por los segundos. Así las cosas, pocos motivos necesitan los jóvenes para irse a la ciudad y dar la espalda a la ganadería familiar, cuya rentabilidad no está asegurada, sacarla adelante será un esfuerzo ímprobo y, además, deberán enfrentarse a una ingente burocracia y una maraña de normativas y restricciones difíciles de asumir apoyadas en las nuevas directrices verdes que emanan de la UE.

Es el cóctel perfecto para que el campo estalle. Se empezó a gestar, según los analistas, a principios de siglo y el empujón definitivo llegó hace un par de años con una crisis mundial de materias primas que tiró al alza de los precios, agravada por si fuera poco por la guerra de Ucrania, con un encarecimiento cada vez más inasumible de los costes de producción.

Así las cosas no es de extrañar que la pasada legislatura se despidiera en Asturias con una gran movilización del sector rural en las calles de Oviedo (que unió históricamente a las cinco organizaciones agrarias –Asaja, COAG, UCA, USAGA Y URA–, además de empresas y otras asociaciones) y empezara con otra protesta delante de las puertas de la Consejería de Medio Rural, cuando a su titular, Marcelino Marcos Líndez, apenas le había dado tiempo a ocupar el despacho y presentar a su equipo. Trató éste, no obstante, de dejar claro desde el principio, pese a estar en pleno agosto, de su disposición a trabajar desde el minuto cero, lo que ejemplificó con reuniones con las organizaciones, a las que escuchó y dio promesas. Unas, las más veteranas, como Asaja y COAGA, le creyeron o más bien, por lo pronto, optaron por darle margen. Pero el resto sostuvo que el campo no podía esperar más -por entonces, la sequía no había sino empeorado las maltrechas cuentas corrientes de los ganaderos, que muchos han tenido que comprar forraje al irse a pique los cultivos- y así las cosas, UCA, USAGA y URA plantaron los tractores de nuevo en Oviedo.

El Principado ha respondido con ayudas –será la única comunidad que complete con fondos propios las ayudas nacionales por los estragos de la sequía– y presume de estar del lado de los ganaderos con su oposición a la protección del lobo por parte del Gobierno central, decisión que ha recurrido en los tribunales. Porque es el lobo el problema particular que tiene, además de los generales, el sector rural asturiano. Los ganaderos han llegado a dejar restos de reses muertas delante de la sede de la Presidencia del Principado para dar visibilidad a lo que tienen que sufrir día a día en los pastos, con continuos ataques a los que piden poner freno con batidas de lobos. La respuesta regional, además de los tribunales, ha sido agilizar las indemnizaciones por daños e igualar baremos.

El Principado trata de contener y encarrilar el sector. Pero lo intenta con un éxito desigual y, por qué no decirlo, mala suerte. Porque cuando tapa una fuga y parece que el barco deja de hundirse, sale otra inesperada. Ahí está la enfermedad hemorrágica epizoótica (EHE), la llamada «fiebre del ganado», que irrumpió a principios de septiembre y ha ido a más con decenas de reses afectadas (algunas muertas) por toda la región; y, sorpresivamente, el regreso de la temida «lengua azul» con dos casos en Gijón, una «pesadilla» que se pensaba ya superada.

Sobre la mesa COAG y ASAJA acaban de poner la propuesta de un acuerdo global en Asturias para «buscar soluciones y alcanzar compromisos que contribuyan a la sostenibilidad de agricultores y ganaderos asturianos poniendo en valor su trabajo y contribución al medio rural asturiano». El documento, de varias páginas, es un compendio de todos los males que afectan al campo, pero también de una serie de propuestas que el sector cree justas, necesarias y, lo más importante, urgentes: una PAC justa, adaptada a la realidad; puesta en valor de los productos; reconocimiento al trabajador agrario con medidas fiscales y simplificación burocrática; formación y educación desde la infancia sobre el medio rural; y otra gestión del lobo.

Lo que es un hecho es que el medio rural asturiano no atraviesa su mejor momento. Con propuestas de planes de acción o los tractores en la calle, clama por ayuda y soluciones. Tarde o temprano tendrán que llegar, porque no queda otra. Ganaderos y agricultores -recuerdan ellos mismos siempre que pueden y con razón- son los que nos dan de comer, ahí estuvieron en primera fila cuando la pandemia irrumpió y el mundo parecía pararse. El escenario futuro que se dibuja sin un sector primario fuerte y ordenado nadie quiere imaginárselo.