Cuando los policías de la UDEV Central y la Comisaría de Jerez de la Frontera fueron a detener a aquel anciano por matar, descuartizar y tirar a un pozo a una mujer, ya sabían que tras la inocente apariencia del agricultor jubilado de 78 años se escondía un asesino reincidente. Los agentes que llevaban casi dos meses buscando a Buran Forouzan, una ciudadana iraní desaparecida, habían escarbado en el pasado de Miguel, la última persona que estuvo con ella. Habían descubierto que, antes de instalarse en Jerez, en 2019, había pasado 22 años en la cárcel por intentar acabar dos veces con la vida de su exesposa y por matar a un inmigrante en Almería.
«Hay alguien en mi cama»
Por eso, cuando el pasado 27 de agosto Miguel les abrió casi sin ropa la puerta de su casa y les dijo: «hay alguien en mi cama», los agentes se temieron lo peor. En la habitación del hombre, también desnuda, metida entre las sábanas y en una postura sugerente, los policías encontraron a su acompañante: una exuberante muñeca «sexual hiperrealista», de tez morena, cuyo precio ronda los 2.500 euros.
El jubilado incluso había presentado a su muñeca a algunos vecinos, que bromeaban con su «pareja» y la llamaban «la muda»
Los investigadores descubrieron la estrecha relación que el asesino mantenía con su muñeca. El hombre se la había presentado incluso a algunos vecinos que, entre ellos, bromeaban con la «pareja» de Miguel y la llamaban «la muda». Las pesquisas de los agentes también revelaron la fijación del jubilado por mantener relaciones sexuales con mujeres, algunas de ellas prostitutas, en las que prefería que estuviera presente su muñeca.
Una de esas mujeres acudió a Miguel poco después de la desaparición de su amiga Buran, apenada y preocupada por su paradero. La mujer sabía que, meses atrás, Miguel había conocido en un bar a la iraní, de 64 años, cuando tras una mala racha, ella había quedado en situación de vulnerabilidad y decidió instalarse en un albergue de Jerez.
«Mucha gente desaparece y no vuelve»
Lejos de consolar a su amiga, el jubilado le respondió: «Hay mucha gente que desaparece y no vuelve». Las conversaciones de Miguel con esa mujer hicieron que la policía estrechara el cerco sobre él, sobre todo después de escuchar cómo el hombre, sospechosamente seguro de sí mismo, le decía a su amiga que la mujer «no ha aparecido, no va a aparecer».
Para entonces, los agentes habían averiguado que el 6 de julio, el día que se perdió el rastro, la mujer había salido del albergue para ir a casa de Miguel. Ambos habían mantenido encuentros esporádicos y, según contó Buran a su hermana, tras una de sus citas la mujer llegó a temer por su vida.
«Me voy a ver con este hombre»
Por eso, antes de quedar con Miguel aquel día de verano decidió enviarle un mensaje de audio para avisarla: «Me voy a ver con este hombre. Es el que te conté que una vez mató a su mujer y ha salido de la cárcel. Yo ya me escapé una vez de él, que me intentó matar. Cuando salga, en una hora como máximo, te llamo». Le mandó también una foto de Miguel y la dirección de su casa.
La policía descubrió que Buran no salió de aquella casa con vida. Y su teléfono móvil tampoco. En un principio, Miguel reconoció a los agentes que Buran y él estuvieron juntos aquel día, pero aseguró que la había dejado, sana y salva, junto a El Corte Inglés de Jerez porque la mujer quería hacer unas compras. Las cámaras de seguridad desmintieron su versión. No había rastro de la mujer desaparecida en esas calles.
Un jubilado en forma
Con la esperanza de que el sospechoso diera un paso en falso y les llevara hasta donde tenía a la mujer, los policías vigilaron de cerca al hombre, que apenas hablaba con nadie y disfrutaba de la jubilación cultivando su huerto, a las afueras de la ciudad. Los agentes que siguieron sus pasos descubrieron que, pese a su edad, Miguel estaba en forma. Cada día se desplazaba en bicicleta hasta sus tierras y pasaba horas trabajando en ellas. Durante semanas, se sintió tranquilo y a salvo del radar de la policía, hasta que en agosto los investigadores encargados del caso intensificaron la búsqueda de Buran en terrenos y pozos de la localidad.
Entonces Miguel se inquietó y decidió ir a comprobar el estado del cadáver. Sin saberlo, acabó llevando a los policías hasta la mujer. Los agentes lo siguieron hasta un camino que rodea el Cortijo de Ducha, al norte de la ciudad y muy cerca del enlace con la carretera de acceso al aeropuerto. Lo vieron merodear frente a un pozo seco, semioculto por la maleza, y luego observaron cómo lanzaba varias piedras a su interior. Poco después, los agentes recuperarían de ese pozo los restos de la mujer desaparecida, que Miguel había desmembrado, repartido en cuatro bolsas y tapado con escombros.
Sangre en la azotea
En la casa de Miguel, la policía encontró sangre en la azotea. También la machota (maza), el cuchillo y la sierra que, según acabó confesando él mismo a varios curtidos policías de la UDEV Central desplazados desde Madrid que lograron que derrotara, utilizó para quitar la vida a la mujer y trocear su cuerpo. «Cuando ella vino a mi casa, le pagué 50 euros para tener sexo con ella, pero después de hacer el acto me dijo que o le daba 500 euros o me denunciaba por violación. Yo le contesté: ‘Mal vas conmigo así’ y le pedí que subiera al ático a fumar», declaró. Con una tranquilidad pasmosa, Miguel añadió ante los agentes: «entonces yo ya tenía claro que la iba a matar«.
Metódico y ordenado, Miguel construyó el montacargas con el que se movía por las dos plantas de su casa. Guardaba en un armario un montón de botellas de whisky, según su versión, «por si volvía el covid». Mientras tanto, cada noche se tomaba «media copita» para dormir tranquilo. También le gustaba guardar zapatos de mujer. Entre los que recuperó la policía había unas botas del mismo número que utilizaba su última víctima.
Reconstrucción del crimen
Tras su detención, el asesino de Buran aceptó reconstruir su crimen acompañado de la jueza del caso, su abogado y varios policías. En la azotea de su casa les reprodujo cómo acabó con la vida de la mujer: «Ella estaba ahí sentada, yo cogí la machota y le pegué por detrás en la cabeza cuatro o cinco veces. Entonces, ella cayó al suelo, pero como no se moría, le metí con el cuchillo en el pecho, cerca del corazón».
Miguel les explicó con todo lujo de detalles cómo había descuartizado el cuerpo de su víctima: «Tardé treinta o cuarenta minutos, no más. Si sabes cortar, pues… Yo la tumbé, le metí el tablón ahí debajo y empecé a cortar por los tendones. Metía un poco y cortaba, metía y cortaba… y así hasta el final».
Cuando le preguntaron si alguien le había visto meter el cadáver de la mujer en el maletero de su coche, Miguel respondió «¿Quién va a sospechar de un viejo?»
Durante el tiempo que estuvo recreando el crimen, el hombre solo se alteraba cuando los policías o la jueza le preguntaban por algo que él consideraba evidente, como: «¿Por qué sabía usted que estaba muerta?». Él responde, visiblemente enfadado: «vamos a ver, porque no se movía». También se irrita cuando la magistrada le pregunta por qué se deshizo del cuerpo de la mujer en aquel pozo: «Hombre, no lo iba a dejar en mi casa…». Incluso se permite ironizar cuando tiene que explicar por qué, tras el crimen, volvió al pozo donde había escondido el cadáver: «Fui allí a pasear. ¿No pensaréis que volví por si (ella) había vuelto a vivir, no?».
El resto del tiempo en que está explicando su último crimen, Miguel está sereno, solo se queja cuando tiene que repetir o puntualizar cuestiones que le pide la jueza, que continúa, firme, su interrogatorio: «¿No le vio ningún vecino meter las bolsas en el maletero de su coche?». Miguel la mira, cansado, y responde: «En verano, a las cuatro de la tarde, no hay nadie en la calle. Y además, ¿Quién va a sospechar que un viejo lleva ahí metido un cuerpo? ¿Quién va a parar a un viejo?».
Tres años en la calle
Aquella fue la última vez que el asesino de Buran accedió a hablar. Ya había pasado 22 años en la cárcel, entre 1997 y 2019, por matar a un vecino, un inmigrante con el que discutió en un bar, y tratar de acabar dos veces con la vida de su ex mujer.
De regreso a prisión, apenas tres años después de recuperar la libertad y de iniciar una nueva vida con los «40 o 50 mil euros» que ahorró los más de veinte años que estuvo entre rejas, no ha vuelto a colaborar con los investigadores. Antes de que se lo llevaran detenido, sí que hizo una última petición a los policías que registraron su habitación: «por favor, cuidad de mi muñeca«.