La primera hipótesis apuntó al suicidio, pero la única pista que se tiene de ella es la imagen de un cajero donde sacó 20 euros antes de desaparecer
«Tranquila, quien dice que va a suicidarse luego no lo hace, tu madre puede estar en cualquier sitio con una nueva identidad». Es una de las frases que escuchó Nadia cuando arrancó la investigación. Llegarían más. Mariela del Valle Bertola, 46 años. Desapareció el 26 de mayo de 2018 en Almacelles (Lleida). Aquella mañana, la última, habló con su hija por teléfono. No estaba bien. Diagnosticada de depresión desde hacía diez años, le perseguía una deuda que no sabía cómo afrontar: «Nadia, no sé como salir de esta situación, no puedo más«.
Poco más tarde escribiría una carta, pedía perdón. Compartió en Facebook fotos con las personas que más quería, sonrisas, momentos felices de años atrás, y escribió un mensaje para su hija: «perdóname, por favor, estoy y estaré orgullosa siempre de vos». Salió de casa, nunca regresó.
Han pasado cinco años. Sobre la mesa, muchas hipótesis, ninguna manda. «Si me buscáis, me encontraréis muerta», escribió. Todo parecía indicar que Mariela, cansada de luchar, había puesto fin a su vida. «Mi madre estaba muy mal».
Se marchó con teléfono, documentación y su medicación. Hubo un movimiento bancario, sacó dinero antes de desaparecer. La escena despista. «En todo este tiempo no se ha hallado nada», explica su hija, rota. «¿Realmente se buscó?». No ha habido ningún avance que dibuje qué pasó, qué hizo, dónde está. Ninguna pista, ninguna señal.
26 de mayo de 2018. Nadia retrocede cinco años junto a CASO ABIERTO, portal de sucesos de Prensa Ibérica. «Sábado…Yo tenía examen en la Universidad». Afincada en Brasil, primero de forma intermitente y permanente después, Nadia llevaba fuera de España desde 2015. «Iba una vez al año con mi madre, normalmente en Navidad«. Ese año, 2018, «pensaba ir en mayo, aunque por los exámenes lo movimos a agosto».
«Me levanté temprano y vi muchas llamadas de mi madre». Mariela no estaba bien. «Mamá, tranquila, todo se va a solucionar…». Abatida, triste, agobiada, Mariela no veía luz. «Estaba esperando a que vinieras, pero es que no aguanto más«.
La conversación duró una hora. «Mi madre había cogido varios préstamos y debía 5.000 euros. Hoy es una deuda asumible, pero en ese momento, estudiando, no tenía esa cantidad». Nadia no pudo hablar más. «Le dije que me iba al examen, que hablábamos después: quédate tranquila, el dinero lo sacamos de cualquier lugar». Cuando salió de clase, una lista interminable de llamadas perdidas en su teléfono dieron la voz de alerta: «tu madre no está».
La alarma saltó pronto. «Su novio llegó a casa y ella no estaba, no era normal». Llamaría sin éxito a su móvil. Escribiría, sin contestación. Encontró una nota en casa. Mariela pedía perdón si había algo que no hubiera hecho bien.
«Salió a buscarla», recuerda Nadia, que esperaba noticias desde Brasil. «Yo, mientras tanto, la llamaba y la llamaba». El teléfono daba señal. «Pensé: no llamo más. No quiero que se gaste la batería. Con el teléfono encendido será más fácil que la policía la localice». Acudieron esa mima tarde a interponer la denuncia por desaparición.
«Dijeron que no, que volvieran a las 48 horas para poder buscar». Insistieron. Eran las 19:45 horas del 26 de mayo cuando la pareja de Mariela explicó que la mujer desaparecida tenía diagnosticada depresión y un 50% de discapacidad mental. Explicaron, según ha comprobado CASO ABIERTO, que la situación no pintaba bien: «ha dejado una nota en la que se despedía». En la carta, añadió el hombre, «pone que en caso de encontrarla, la encontraremos muerta». Nada se activó en el momento. «Era una marcha voluntaria, de una persona adulta, no tuvieron en cuenta más».
El cajero
«Nadia, eres mi vida entera. Te amoooo hija. Perdóname, por favor, estoy y estaré orgullosa siempre de vos. Siempre luché por vos mi vida. Mi amor, te amoooo tanto». A la publicación le siguen emoticonos con corazones, y un enlace a una reflexión: ‘Cuando yo me vaya’. Antes de salir, cambió también su foto de perfil. Escogió una con su hija. «Fue la despedida que me dejó», repasa, rota de dolor, Nadia.
Se reconstruyeron sus primeros pasos. Mariela salió de casa en torno a las dos de la tarde, mandó un mensaje a su novio diciendo que iba a salir. No se fue con lo puesto, llevaba su teléfono, pasaporte, documentación, una mochila con, posiblemente, algo de ropa, y parte de su medicación. Se iniciaron las primeras pesquisas. Su cuenta bancaria mostró un movimiento: «sacó los 20 euros que tenía en la cuenta en un banco cerca de casa». No es una escena típica de suicidio, pese a lo que dibujó.
«La verdad, no veo a mi madre capaz de suicidarse. Puede haberse ido para buscarse una vida mejor, pero quitarse la vida… Llegar a ese punto…». Nadia pregunta con dolor: «y si llegó a ese punto, ¿por qué no encontraron nada? ¿El bolso, la mochila, la ropa? ¿Por qué ella no está?».
Cinco días después
«Tu madre puede estar en cualquier sitio, hasta en China, viviendo bien con una nueva identidad«. La frase se la dijo un agente nada más aterrizar. Aún le duele. «Mi madre desaparece un sábado y la búsqueda arranca un miércoles, porque el martes llovía. En eso tiene razón, cuando empezaron podía estar en cualquier sitio, sí».
«¿Se buscó? Yo llegué tres días días después, no vi el inicio, pero los mossos llegaron al cajero y nada más. Había dos paradas de autobús en Almacelles. Una estaba frente a un bazar chino y tienen cámaras. Ni siquiera se tomaron la molestia de mirarlas. Si ella cogió un autobús, que en ese horario salían para Lleida… No miraron salidas en aeropuertos, al menos en el de Barcelona. No miraron fronteras…», lamenta su hija. «¿La buscan hoy?».
Depresión y electroshock
«Su cabeza dijo basta», explica Nadia. El diagnóstico llegó cuando ella tenía 15 años. «Depresión mayor, la peor que hay, cuando el cerebro no produce serotonina, las hormonas suficientes para estar bien». La joven, con dolor, repasa los años vividos desde que se confirmó la enfermedad. «El proceso fue horrible, una vez por año o dos la tenían que ingresar. Probó todos los medicamentos. Le hicieron hasta electroshok en el cerebro para ver si lo despertaban, para ver si funcionaba». No funcionó.
«Puede estar en cualquier sitio», repite Nadia, «las mismas palabras que otro agente le dijo a mi abuela: ‘si no quieren que la encuentren… Ella se fue voluntariamente, señora«, reproduce con dolor.
«Hablar de marcha voluntaria… Mi madre no estaba bien. Una persona deja esa nota y ¿no salen a buscar? Tienes que buscar aunque sea un cuerpo. No hicieron caso. Para ellos fue una persona que se quiso ir, por mérito propio, porque le dio la gana y ya está».
Sin datos, sin hipótesis, desde hace cinco años la vida se paró para Nadia. Amigas, confidentes, «podría faltarme cualquier persona, cualquiera, pero ella no». Visualiza el rencuentro, aunque no sabe si llegará.
Su mente no se detiene. «Si se mató, ¿por qué no está? ¿Se fue? Los agentes dicen que si la encuentran y no quiere que sepamos, como se fue voluntariamente, nos diran que el caso se ha cerrado y ya está». Obvian, que estaba enferma, una vez más.
«¿Y si no está en su sano juicio? ¿Y si no sabe quién es? Podría estar como una indigente en las calles, sin recordar. Mi madre tenía problemas de memoria por las descargas eléctricas en el cerebro del electroshock».
Mariela, luchadora, amante de las conversaciones, los paseos, el café. Camuflaba su dolor con el color de sus dibujos, pintaba mandalas antes de desaparecer. El amor de su vida, siempre lo ha dicho, se llama Nadia. Su hija. La misma que lucha contra viento y marea por saber.