Está en Corea del Sur el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, para fortalecer sus alianzas en un mundo en combustión. En Tokio había liderado la «voz única y firme» del G7 sobre Oriente Próximo, que resultó muy parecida a la de Washington, y en Seúl ha reafirmado los compromisos con su anfitrión frente a una amenaza norcoreana agravada por sus vínculos con Rusia. No sorprende que dos países en la nómina de enemigos de Estados Unidos y castigados por las sanciones internacionales se hayan acercado y abierto otro frente, por si no le sobraban ya, a la Casa Blanca.
Estados Unidos y Corea del Sur comparten su «profunda preocupación por la creciente y peligrosa» cooperación entre Pionyang y Moscú, ha dicho Blinken en rueda de prensa. «Vemos que Corea del Norte suministra equipo militar a Rusia para que cometa sus agresiones en Ucrania y vemos también que Rusia suministra tecnología a Corea del Norte y apoya sus programas militares», ha añadido. Washington y Seúl sostienen que Pionyang ha enviado proyectiles y variada munición a Moscú, lo que niegan ambos. Corea del Norte recibiría a cambio la asistencia rusa en materia espacial para colocar su primer satélite espía en órbita. No lo ha conseguido tras varios intentos y Corea del Sur lanzará el suyo a finales de mes desde una base estadounidense. No es un asunto menor para un país tan orgulloso adelantarse a su vecino del sur.
La cumbre de septiembre de Vladímir Putin y Kim Jong-un en el extremo oriental de Rusia certificó la sintonía. Moscú ha sido una muleta económica y diplomática de Pionyang durante décadas. Estados Unidos, por su parte, ha sufrido la piedra norcoreana en el zapato desde que terminó la guerra en la península. Sus pleitos con un pequeño y empobrecido país de un rincón asiático se han extendido en los últimos meses a su agenda geopolítica, tanto en Ucrania como en Oriente Próximo. Pionyang culpa a Estados Unidos e Israel del desaguisado y ha enviado armas con regularidad a Hamás. Los lanzagranadas usados en su ataque del 7 de octubre que dejó 1.400 muertos en Israel eran norcoreanos, según Seúl.
Línea dura
A Estados Unidos, al menos, le reconforta la armonía con Corea del Sur desde que los conservadores recuperaron la Casa Azul. Yoon Suk Yeol carece de la admirable paciencia de su predecesor, Moon Jae-in, con los desmanes norcoreanos, ni de su voluntad férrea por pacificar la península. Ha regresado la línea dura a Seúl y el terco alineamiento con Estados Unidos en la zona, también frente al auge de China. Blinken ha aterrizado en Corea del Sur en otro momento tenso, antes cíclicos y ahora estructurales, al que contribuyen tanto los lanzamientos de misiles de Pionyang como las maniobras militares conjuntas de Estados Unidos y Corea del Sur.
A Blinken le habían apretado la agenda. En su breve visita a Corea el Sur se ha reunido con el presidente, Yoon Suk Yeol, con el ministro de Exteriores, Park Jin, y con el asesor de Seguridad Nacional, Cho Tae-yong. A Washington le frustra que Corea del Sur, aliado fiel y uno de los mayores exportadores de armas del mundo, siga con su política de no enviarlas a las zonas en conflicto. Se desconoce cuánto tiempo podrá resistir Seúl las presiones estadounidenses.
La KCNA, agencia oficial norcoreana, ha criticado la visita de Blinken y la inminente del secretario de Defensa, Lloyd Austin, a los que ha calificado de «instigadores bélicos» que traen «nubarrones de nuevas guerras» a Asia.