«Las criaturas marinas ahora nadan entre algo más que comida y se topan con algo nuevo en el planeta gracias a nosotros. Hemos sido tan inteligentes como para crear algo nuevo en este planeta llamado basura. No hay basura en la naturaleza, es una invención nuestra». Esta fue una de las reflexiones que expuso anoche la bióloga marina Sylvia Earle ante el privilegiado aforo que pudo escucharla en Ibiza.
Con 88 años, exploradora durante décadas para National Geographic y premio Princesa de Asturias de la Concordia (entre otros muchos galardones) dio en pie, desde el atril y durante media hora, la primera de las ponencias de la quinta edición del Foro Marino, que inició ayer su andadura en la sala de actos de la Estación Marítima de es Botafoc.
Con una energía insospechada en la mujer menuda y ligeramente encorvada que se alzaba en el escenario ante la concurrencia, Earle expuso la importancia de proteger todo aquello que ahora conocemos y, sobre todo, tener en cuenta lo que no conocemos y el daño que podemos causar por el «egoísmo del ser humano».
«Imaginemos el conocimiento que tenemos ahora y poder regresar a hace cincuenta, cien o incluso mil años. Con este conocimiento, ¿qué decisiones habríamos tomado que aseguraran un mundo sano en el siglo XXI con ecosistemas intactos? Pero aquí estamos y tenemos ahora la mejor oportunidad de cambiar la trayectoria de un planeta en problemas«, advertía, vistiendo de esperanza la alerta que plantea la situación actual del planeta.
Una nueva vida
Sylvia Earle tuvo ayer un día ajetreado, pero estaba contenta. Se sentía privilegiada. Arrancó su ponencia trasladando a los asistentes a la playa de El Saler de Valencia, donde asistió por la mañana a la liberación de una tortuga a la que se había tenido que amputar una aleta y habían rehabilitado para liberarla en el mar miembros de la Fundación Oceanogràfic.
El nombre de la tortuga es Hope (Esperanza) y Earle resaltaba la importancia de este acto como muestra del poder de la voluntad humana para influir en la naturaleza. «Nunca antes habíamos entendido tan bien como funciona la vida en nuestro planeta», señalaba.
Es por ello que podemos elegir cómo actuar. En un momento en el que el hombre sueña con viajar a Marte para que en un futuro se establezca el ser humano, «la Tierra sigue siendo la mayor oportunidad que tendremos para un futuro próspero», señaló la bióloga. Un planeta dañado por el hecho de «no ser conscientes de cuáles son los límites. ¿Cuánto dióxido de carbono, metano, óxido nitroso podemos emitir a la atmósfera antes de llegar demasiado lejos?». La ignorancia nos hace atrevidos y «estamos en la senda de perder un millón de especies de seres vivos antes de final de siglo», sin saber las consecuencias o lo que estamos perdiendo, alertaba.
La bióloga marina subrayó la importancia del conocimiento que hemos adquirido gracias a la exploración. Del mismo modo que el siglo XX fue el inicio de la carrera espacial, también lo fue para la exploración de los mares. «Gracias a todos aquellos científicos, ingenieros y gente curiosa que se ha sumergido en el mar para entender que allí es donde la mayor parte de los seres vivos de la Tierra habitan», reconocía.
Unos descubrimientos en ingeniería que han permitido incluso establecer laboratorios bajo el mar que permiten estudiar durante días los hábitats marinos e intercambiar ideas con otros profesionales. Earle es una de las científicas que ha podido investigar en estos laboratorios.
Entender la vida de otro modo
El «regalo del tiempo» que han otorgado estos espacios subacuáticos ha posibilitado conocer a las criaturas marinas como individuos, pero en una proporción minúscula. Earle comparaba estas investigaciones con las realizadas en la jungla por Jane Goodal sobre los chimpancés, «ha descubierto tanto sobre estas criaturas y sin embargo queda tanto por descubrir. Pensemos en la infinidad de especies que hay en el fondo del mar que apenas conocemos».
Para ejemplificar esto puso un par de videos de la exploración del fondo marino que hizo en Ecuador con el ministro de Medio Ambiente. Alcanzaron una profundidad en la que la luz solar ya no llega. Allí, les sorprendió la presencia de un pez luna, en una zona casi desconocida para el ser humano. «Hasta hace pocos años pensábamos que la mayor parte de las criaturas marinas se movían por la parte superficial, ahora sabemos que bucean hasta lo más profundo. Cuál es la magnitud de nuestra ignorancia. Hay tanto que debemos entender. Hacemos políticas basadas en una información tan limitada», advertía.
«Debemos tomar precauciones respecto a lo que no sabemos, tener en cuenta la destrucción que podemos provocar por desconocimiento». En este sentido alertaba del futuro de la minería en los fondos marinos, «algo que pasará dependiendo de las decisiones que tomemos ahora. Hay criaturas extraordinarias ahí abajo que no sabemos ni cómo clasificar», dijo mostrando imágenes tomadas en el fondo marino en las que se podían ver criaturas de apariencia alienígena.
«Se están estudiando yacimientos de gases y minerales en el fondo marino, ¿pero merece la pena esa riqueza a cambio del sacrificio de una inmensa cantidad de vida, de auténticos ecosistemas biogeoquímicos?», se preguntaba, mostrando rocas que se han encontrado en lo más profundo de los océanos en los que cohabitan micro y macroorganismos.
¿Qué se cuentan las ballenas?
«¿Qué ha visto este pez? ¿Qué siente? ¿Qué percibe con sus sentidos? Somos tan limitados en el conocimiento de lo que ven o perciben otras criaturas», planteaba la ponente mostrando una criatura marina. «Ahora extraemos recursos y vida del mar a una escala que nunca se había visto en la Tierra«, indicaba señalando los 8.000 millones de personas que habitan el planeta.
Si bien anotó que siguen existiendo comunidades en las que se extrae del mar lo que se necesita, para la industria de los países desarrollados «la explotación comercial de los recursos marinos es una opción, difícilmente se puede asegurar que sea una necesidad».
Ahí están las ballenas, «podríamos haber sido la generación que viera la última ballena», apuntó Earle, «pero empezamos a ver a estas criaturas desde una diferente perspectiva más allá de la explotación de su carne y su aceite. Hemos descubierto una civilización con su lenguaje, sus comunidades, sus sentimientos, que todavía estamos trabajando en entender para apreciar o incluso incorporar en nuestra civilización».
Indicó que los cachalotes tienen el mayor cerebro que existe sobre la faz de la tierra, «una criatura a la que podíamos haber exterminado, pero decidimos no hacerlo».
Proteger los mares y dejar de mercantilizarlos es una decisión. Actuar para evitar el calentamiento producido por la actividad humana «que está acabando con tantas vidas en nuestros mares y océanos» también lo es. «Una parte enorme de la absorción de carbono en la atmósfera se produce bajo el agua […], gracias al conocimento adquirido tenemos la mejor oportunidad para restaurar la vida de los océanos«.