Cuando ‘The New York Times’ publicó este fin de semana un sondeo realizado junto al Sienna College mirando a las presidenciales de 2024, los titulares, y las alarmas entre demócratas, se centraron en la superioridad que Donald Trump exhibía frente a Joe Biden en cinco de seis estados bisagra clave, con ventajas de cuatro puntos en Pensilvania, cinco en Arizona y Michigan, seis en Georgia y 10 en Nevada. Pero en esa encuesta había otros números extremadamente significativos: los de Nikki Haley.
La exgobernadora de Carolina del Sur, que fue en la Administración de Trump embajadora ante Naciones Unidas y que ahora aspira a arrebatar a su antiguo jefe la nominación del Partido Republicano, tiene en cuatro de los cinco estados aún mejores números que el expresidente en ese escenario hipotético de un duelo frente a Biden. Incluso superaba al demócrata, y por 13 puntos, en Wisconsin, el único lugar donde Biden ganaba (por un mero 2%) a Trump.
Esos porcentajes sirven de poco en este momento, a un año de las elecciones y cuando parece irremediable la nominación de Trump, que lleva una ventaja en la lucha intestina de más de 40 puntos sobre sus principales rivales, y de una media de 30 en los primeros duelos de las primarias. Pero muestran el potencial, y el momento, que vive Haley.
La única mujer entre los aspirantes conservadores pisa los talones ya a Ron DeSantis, el gobernador de Florida que durante unos meses pareció destinado a coger el relevo de Trump pero cuya campaña ha ido perdiendo lustre y fuelle. Gana adeptos, atención y donantes, especialmente los que con donaciones de más de 200 dólares han hecho que las arcas de su campaña tengan casi 19 millones de dólares. Y en Iowa, cuyos caucus abren la carrera de primarias, ha subido 10 puntos en la encuesta local más respetada para igualar a DeSantis.
Los debates
Parte del aire que ha cogido Haley ha llegado en los debates. Trump ha decidido estratégicamente no participar en los dos celebrados hasta ahora ni en el tercero, que tiene lugar este martes por la noche en Miami, donde solo estarán ella y DeSantis, Vivek Ramaswamy, Tim Scott y Chris Christie tras el abandono de la carrera del exvicepresidente Mike Pence y la incapacidad del gobernador de Dakota del Norte, Doug Burgum, de cumplir los requisitos.
Aunque sin el favorito el impacto de estas discusiones es más que relativo, esa pizca de oxígeno que ha liberado ante las cámaras ha permitido a Haley elevar su perfil y fortalecer su imagen, su mensaje y su propuesta. Y este miércoles todo apuntaba a que centrará sus ataques en DeSantis, su principal rival para asentarse como la mejor del resto que no son Trump.
La candidata
Sobre los escenarios, como en los actos de campaña, Haley exhibe su experiencia ejecutiva tras pasar seis años como gobernadora y suma la acumulada en política exterior en sus dos años en la ONU. En ese último terreno mantiene con firmeza posturas que la sitúan inequívocamente en el lado de los más fieros halcones, ya sea con duros ataques a Rusia o a China o mostrando un apoyo inquebrantable a Israel.
En cuestiones sociales, mientras, envuelve sus credenciales profundamente conservadoras en un mensaje que en la superficie se aleja de la radicalidad dominante entre los candidatos republicanos. Y en el primero de los debates, por ejemplo, apeló a la necesidad de buscar «consenso» sobre el aborto (aunque como gobernadora firmó un veto tras 20 semanas de gestación que no incluía excepciones ni en caso de violación o incesto).
‘The New Republic’ la ha llamado una «talentosa ideóloga vestida con disfraz de moderada» y no cuesta encontrar posturas que ratifican su conservadurismo: del apoyo a dar derechos civiles a los fetos a la oposición a medidas de control de armas o decir que la polémica ley ‘no digas gay’ de DeSantis en Florida «no va suficientemente lejos».
A los 51 años Haley, que huye de apoyarse en cuestiones identitarias, de género o por el color de su piel, se presenta también como perfecta para el relevo generacional que ansían tantos, en la derecha y en la izquierda. En un Partido Republicano que ha ido derivando hacia el extremismo poniéndose en formas y fondo a los pies de Trump, consigue sonar como una moderada tradicional y más de uno en los debates la ha descrito como «la adulta en la habitación«. Y en la candidatura de esta hija de inmigrantes de la India, madre de dos hijos veinteañeros y con un esposo desplegado desde verano y por un año con la Guardia Nacional en África, se ven opciones de recuperar en las urnas a votantes que huyen de Trump, como independientes y mujeres que viven en las localidades residenciales vecinas a las grandes metrópolis, los determinantes ‘suburbs‘.
Miedo en el campo de Trump
El potencial de Haley queda demostrado por los temores que despierta no solo entre estrategas demócratas, sino en el campo de Trump. Porque el expresidente la insulta asegurando que tiene «un cerebro de pájaro«, denuncia que está «enormemente sobrevalorada» y suele recordar que se ha presentado contra él cuando dijo que no lo haría, pero en el segundo debate, por ejemplo, su campaña solo envió un correo: centrado en atacarla a ella.
Haley, por su parte, anda con pies de plomo para no perder a las bases de Trump pero tampoco elude cuestionarlo, ya sea por los déficits y la deuda disparados en su mandato, porque le «tiemblan las rodillas» frente a Rusia pese a la guerra de Ucrania, por haber alabado recientemente a Hizbulá o asegurando que «con todo lo que está en juego no podemos tener cuatro años de caos, vendettas y drama«. Pero aún sigue definiendo el 6 de enero de 2021, cuando se produjo el asalto al Capitolio, tanto como un «día terrible» como un «día precioso».