Inicio International Legitimar la amnistía es deslegitimar una democracia sólida pero muy joven

Legitimar la amnistía es deslegitimar una democracia sólida pero muy joven

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Javier Gomá (Bilbao, 1965) definió a Jorge Freire (Madrid, 1985) como «el más joven de nuestros clásicos» y Freire considera a Gomá uno de sus referentes. Los dos filósofos españoles pertenecen a generaciones distintas y se leen y escuchan en paralelo con hambre y ganas de saber qué tiene que decir el otro. Ahora, Freire acaba de presentar La banalidad del bien (Páginas de espuma), un ensayo sobre la bondad, los valores y cómo nos mostramos llenos pero estamos vacíos; y el director de la Fundación Juan March, Universal concreto (Taurus), donde la ejemplaridad vuelve a ser la protagonista.

Comparten ideas sobre la necesidad de bajar la Filosofía a la calle, de convertirla en algo común en la barra del bar. También están de acuerdo en la importancia de la infancia y la adolescencia aunque cada uno se decanta por una época. Discuten sobre redes sociales y es Gomá el que más las defiende. También sobre el porqué del descontento de la sociedad actual aunque están en sintonía en la mayoría de los porqués de nuestro país.

Hablamos con los dos en el despacho de Javier Gomá, en el que Freire amenaza con acampar. Para que la conversación sea más de dos que de tres, usamos sus reflexiones en casi todas las preguntas y empezamos por la política actual.

Pregunta.- Escribió Javier Gomá que «el Partido Socialista no debería en ningún caso aprobar una amnistía» y añadió que él coincidía «con el PSOE anterior al 23 de julio».

Javier Gomá.- Así es. No me gusta el lenguaje muy taxativo y menos sugerir que con esto se ha eliminado el Estado de Derecho o que entramos en una degeneración, pero la amnistía está mal. Creo que los indultos son medidas de gracia individuales y un engrandecimiento del Estado de Derecho, pero la amnistía es una condonación colectiva de comportamientos que han dado como consecuencia delitos. No digo que la ideología sea delictiva, digo que esa ideología ha producido comportamientos delictivos, condenados en el Tribunal Supremo. El indulto es perdonar al pecador, la amnistía es perdonar el pecado.

Se ha utilizado en ocasiones en términos de transición de una dictadura a una democracia o también en procesos de descolonización, porque cuando esto ocurre el régimen es entendido como ilegítimo y es precisamente la utilización del derecho punitivo lo que se olvida, lo que se amnistía. Esto tiene un sentido de refuerzo, de perdón de una ideología pecaminosa para implantar colectivamente una ideología virtuosa. Pero esto es distinto, se trata de un sistema democrático plenamente consolidado en el que ya has indultado a algunos de los pecadores delictivos y en el que ahora lo que se amnistía son ideologías en cuanto causantes de delito. Esto contribuye a deslegitimar el ideario democrático y constitucional. El ideario constitucional que da indultos puede fortalecerse, pero el que da amnistías se deslegitima porque legitima a aquellos que son contrarios.

No olvidemos que ellos (los independentistas) sostienen que España es una dictadura, que es un país colonizador, que es una democracia corrupta. Legitimar eso es deslegitimar una democracia que aunque es sólida es muy joven. Además, digo que estoy de acuerdo con el PSOE de antes del 23 de julio porque nadie hablaba de amnistía. Hasta he visto vídeos en los que el propio presidente del Gobierno decía que no cabía en la Constitución sólo dos días antes de las elecciones. ¿Qué ha pasado? Que necesitan siete votos, no tiene nada que ver con la alta política, sino con el poder. Y eso comprendo que satisfaga a sus partidarios pero no favorece a la democracia.

Jorge Freire.- Suscribo punto por punto lo que dice Javier, la diferencia entre los indultos, que apoyé efusivamente, y la amnistía. El indulto en aras de mejorar la convivencia, desinflar ese momento tan peligroso y acabar con el victimismo del procés fue una buena medida. Sin embargo, la amnistía es casi lo opuesto porque en este caso el Estado pide perdón a los que han cometido un delito y se deslegitima. Que el Estado corra presto a renunciar a su autoridad por tan poca cosa pone en entredicho que seamos una democracia plena.

«Antes de que gobiernen los malos vamos a tener que tragar con cualquier cosa y las tragaderas son susceptibles de volverse infinitas»

JORGE FREIRE

Pero tienen el argumento perfecto. Mientras exista Vox, el Gobierno puede hacer cualquier desafuero que no se va a poder hacer ni la mínima crítica porque, como leí en un tuit, «antes de que gobiernen los nazis vale cualquier cosa». Es una falacia estupenda, porque antes de que gobiernen los malos vamos a tener que tragar con cualquier cosa y las tragaderas son susceptibles de volverse infinitas. Se deberían poder reconocer las maldades del oponente y a la vez tener un poquito de autocrítica.

Javier Gomá-. A día de hoy, Vox está en el sistema. No le voto y la mayoría de la gente no le vota, pero le votan más que a Sumar. Mientras que Junts está fuera del sistema, ellos así se declaran porque consideran que la democracia española es corrupta, falsa.

P.- Freire aseguró en una entrevista que «Sumar tiene una agenda liberal que nos habría parecido de derecha capitalista hace treinta años», pero son nuestra izquierda «radical».

Jorge Freire.- Me hace mucha gracia que precisamente nuestros anticapitalistas sigan todavía lanzando dardos con ese concepto de los obreros con hollín, que es una cosa que ya no existe. Hay que reconocer que un partido como Sumar, que es una especie de ‘podemismo aseado’, pulcro, bien presentado, que tiene una imagen agradable; puede permitirse llevar a cabo medidas que habría firmado la derecha liberal de los 90. Como la de que a los 18 años te den no sé cuánto dinero… Es muy sorprendente que eso lo haga un partido de izquierdas. ¿Por qué puede hacerlo y al mismo tiempo mantener esa imagen casi incorruptible de izquierda y casi de izquierda radical? Pues en buena medida porque tenemos unos opinadores de derechas que siguen instalados en el marco de la Guerra Fría y que se piensan que hay una especie de izquierda comunista que todavía se ahorma a una realidad que no existe.

Javier Gomá.- A mí me parece que en una democracia como la nuestra, y como las europeas, las diferencias reales entre Sumar y el PP son pequeñísimas porque en la alternancia de los partidos en el poder está ya un altísimo porcentaje del presupuesto comprometido de antemano. Ya el PP no va a quitar la Sanidad ni la Educación ni a los funcionarios ni las obras públicas… Está todo comprometido, quedará un margen mínimo para poner unas medidas aquí y unas medidas allá pero hay un gigantesco pacto social sobre el 95% del gasto real. ¿Sumar va a suprimir el ejército o el PP va a privatizar toda la Sanidad? No. Como ya no hay prácticamente un contenido sustantivo de la derecha o la izquierda que repercuta en los presupuestos se desarrollan políticas de identidad, que son muy baratas, como la ley trans o cosas así.

La alternancia en la política real entre unos y otros es mínima y mucho más desde que pertenecemos a la Unión Europea. Entonces, ¿dónde se ven las diferencias? En el discurso. El discurso es totalmente distinto. Pero no atiendo mucho al discurso ni me lo creo ni me persuade ni me llama mucho la atención.

P.- En una entrevista a este periódico, Gomá aseguró que «si el poder pudiera, nos dominaría. La chapuza política es una garantía de la libertad individual».

Javier Gomá.- Uno de los problemas que ha tenido el poder es que a lo largo de la Historia siempre se ha hablado de lo que debe ser. Si coges los grandes tratados te dicen cómo debe ser el príncipe, el sistema político, la aristocracia, el Senado… Pero de pronto llega Maquiavelo, que escribe un libro que todavía hoy se puede leer bien, y hace algo que en su momento debió ser prodigioso y es que te dice no cómo debe ser sino cómo es. Curioso. ¿Y cómo es? Pues el poder es el instrumento para obtener la obediencia y por su propia naturaleza quien tiene el poder que suscita obediencia tiende a querer un poder absoluto.

Pero hay cosas que tienden a limitar esa tendencia. En política, claramente, la separación de poderes. Existe un Tribunal Constitucional, unas comunidades autónomas o una Unión Europea que fragmentan ese poder. Pero, pese a eso, el poder lo va a intentar de manera directa o indirecta: ocupar el poder legislativo, el poder ejecutivo, las corporaciones, dominar la prensa… Lo está intentando ahora y lo estaba intentado en época de Pericles, pero a nuestro favor contamos que para que el poder se convierta en absoluto necesita la coalición de todos los poderes y afortunadamente la naturaleza humana es chapucera. Es estructuralmente imperfecta y eso hace que no se pongan de acuerdo todos los poderes y que el resultado sea una chapuza como una casa. Esa chapuza me parece garantía de libertad.

Jorge Freire.- Hay una distinción de Gustavo Bueno entre mitos luminosos y mitos confusionarios. Es decir, algunos que nos ayudan a iluminar la realidad, como el mito de la caverna o de la mente, y otros oscurantistas que son aquellos que no sólo no nos ayudan a conocer el mundo sino que nos lo disfrazan de aquello que no es.

«Uno se lleva las manos a la cabeza pensando cómo el país no implosiona constantemente teniendo en cuenta las decisiones estúpidas que se toman»

JORGE FREIRE

Uno de ellos es el de la eficacia gerencial, lo que se puede llamar la tecnocracia, que es pensar que dejando las decisiones que en principio deberían ser de los ciudadanos en manos de unos expertos todo va a ir como la seda. Una de sus variantes es lo que se está llamando eficracia, que se hace en referencia al autoritarismo chino, y que postula entre otras cosas que cuando tú pones en la cúspide de un sistema político la eficacia todo va bien aunque eso suponga contravenir derechos fundamentales y libertades básicas. Eso es mentira. China ha demostrado no ser tan eficaz como se nos decía durante el confinamiento, había una grandísima tarea propagandística para convencernos de que al fin y al cabo había una serie de libertades y derechos que si los arrumbas temporalmente el gobierno va a ir como la seda.

La idea de chapuza me gusta muchísimo y efectivamente toda aquella persona que ha observado de cerca el funcionamiento del poder, ya sea en una administración o en un grupo parlamentario, se da cuenta de que las cosas salen adelante a despecho de las ideas de las personas. Uno se lleva las manos a la cabeza pensando cómo el país no implosiona constantemente teniendo en cuenta las decisiones estúpidas que se toman.

Pero tenemos otro problema. En La banalidad del bien propongo la palabra tecnodicea, que es pensar que en el fondo la tecnología lo va a resolver todo y aquello que no resuelva es porque no tenía solución. En estos tiempos de tecnodicea se nos impera a ser unos máquinas y yo defiendo que es mejor ser un chapuzas porque cuando eres un máquina al final la máquina lo hace mejor que tú.

P.-¿Quien nace en democracia es como un niño consentido que cree que tiene derecho a todo?

Javier Gomá.- Vivimos entre la esfera pública y la esfera privada. En la esfera pública se ha consumado el gran acontecimiento de la modernidad, a mi juicio, que es el paso del ‘yo’ al ‘nosotros’. La primera forma de la modernidad fue el ‘yo’, se aspiraba a una libertad absoluta, y el segundo paso de la modernidad era la educación de una primera subjetividad centrada en la libertad absoluta, una educación de la libertad para vivir de tal manera que podamos vivir juntos. Ese paso del ‘yo’ al ‘nosotros’ se ha perfeccionado con la implantación de la democracia.

Entonces, en el ámbito de la esfera pública, parecerá duro lo que voy a decir, ya prácticamente no podemos mejorar. No puede haber una evolución, puede haber cambios dentro del sistema, reformas… Pero ya no podemos esperar un cambio de sistema porque la democracia es el lugar a donde teníamos que llegar en nuestra posición destino, es el final del viaje.

«Madrid se compone de cuatro millones de genios no suficientemente comprendidos o reconocidos y si no son genios es que la sociedad ‘no les ha permitido desarrollarse»

JAVIER GOMÁ

Pero aunque ya se ha consumado ese paso del ‘yo’ a ‘nosotros’ en la esfera pública, en la privada vivimos en la vulgaridad, que es una espontaneidad no educada y se ha producido por la convivencia de la libertad y la igualdad. Lo que ocurre es que no se ha creado una antropología, es decir, una consideración de lo humano acorde al progreso de la democracia, al ‘nosotros’. En el ámbito cultural seguimos viviendo en un ‘yo’ romántico. En la época de la primera modernidad eran una minoría de poetas, artistas, escritores y filósofos los que tenían una consideración de ellos mismos como genios, como creadores. Ahora, se ha producido una generalidad del ‘yo’ romántico excéntrico genialoide a toda la sociedad. Es como si el rey hubiera decretado un título nobiliario para todos los hombres y todas las mujeres, como si estuvieras haciendo la cola para embarcarte en un avión y te dijesen que todo el mundo ha experimentado un upgrade y todos van en primera.

Es decir, Madrid se compone de cuatro millones de genios no suficientemente comprendidos o reconocidos y si no son genios es que la sociedad no les ha permitido desarrollarse y están en conflicto con esa sociedad que no les deja ser geniales. Y esto tiene algo de niños consentidos.

Jorge Freire.- Es muy curioso lo que comentas de este carácter revolucionario en un tiempo en el que la revolución ya nos parece absolutamente impensable. Es curioso porque precisamente cuando la revolución ya es una utopía desechada todo se nos presenta como revolucionario. Si nos ponemos a pensarlo, el peinado de un influencer o el nuevo disco pop o cualquier novela son revolucionarios y la verdad es que yo siempre me acuerdo de esta frase de Ludwig Wittgenstein que decía que «revolucionario es aquello que se revoluciona a sí mismo». Y, ¿qué hay más revolucionario que el capitalismo que va adoptando todas las formas de aquello que toca?

Esto que está comentando Javier acerca del que ‘yo’ excéntrico, el ‘yo’ romántico, se ha democratizado explica el auge de la identidad. Por supuesto que este ‘yo’ excéntrico explica entre otras cosas ese imperativo de autorrealización que nos obliga a todos no a ser solo artistas de nuestra propia vida a la manera bodeleriana sino a tener que hacer de nuestra propia vida una obra de arte, ser sublimes sin interrupción y publicistas de nosotros mismos.

P.- En su último libro, La banalidad del bien, Freire asegura que «nuestro problema radica en que la palabrería vana se impone sobre la praxis, de manera que vale más lucir que obrar».

Jorge Freire.- Me gusta mucho, hablando de exhibicionismo, el caso de una ex política que cuando salió por la puerta de atrás de un partido de la nueva política decidió hacer un peregrinaje y fue el peregrinaje más mediático de la historia. Decidió invitar a todos los followers que quisieran a ir con ella y lo que me pareció el sumun de ese momento fue una foto en la que salía postergada en una Iglesia y en la que ponía: «Sola ante Dios». Sola ante Dios y ante millones de followers que te van a dar like.

Pero estaba comentando esto la semana pasada en La Malagueta con el filósofo José Carlos Ruiz y me hizo una crítica que es muy pertinente y que debería haber metido en el libro de haberlo pensado antes: «Cuando de alguna forma criticas toda suerte de exhibicionismo moral estás metiendo en el mismo saco el hecho de publicitar acciones que son nobles y si no las publicitas pues no cultivas, como nos ha enseñado Javier Gomá, el buen ejemplo». Hay casos en los que la publicidad de las buenas acciones es virtuosa y es pertinente. Aquí debo hacer el matiz que cuando cargo las tintas contra el exhibicionismo moral me refiero a esta hinchazón de la moral. Me gusta mucho este concepto de la sofisticación entendido no como algo sofisticado sino como sophistikés.

Javier Gomá.- Esto lo habíamos hablado, sí

Jorge Freire.- Te lo comenté cuando estaba empezando el libro. Sophistikés es algo que intenta pasar por otra cosa. Me vino leyendo una entrevista a Nabokov en la Paris Review en la que hablaba de poshlost, que es una palabra rusa intraducible que habla de aquello que intenta ser otra cosa, que está hinchado y tumefacto y que quiere pasar por sano… Entonces, eso es la sofisticación, en el fondo eso es la banalidad del bien y el exhibicionismo.

Javier Gomá.- Hace poco he podido escribir una cierta defensa de las herramientas que nos ofrecen las redes sociales y las nuevas tecnologías que tanto han contribuido a la vulgaridad y a un mal exhibicionismo. Las tecnologías multiplican el efecto así que si este es vulgar se multiplica la vulgaridad. Lo que ocurre es que me gustan también, sin negar ese aspecto, y veo algo muy hermoso en las redes sociales. Durante siglos, de hecho durante milenios, solamente un pequeño número de personas que pertenecían a una minoría absolutamente selecta tenía un perfil porque tenían un cronista que describía sus hazañas o una columna de Trajano o un cuadro de Tiziano o de Velázquez y el 99,9% de la población vivía en un sombrío anonimato.

De pronto, gracias a la democracia, a la conciencia de que todo hombre o mujer tiene la misma dignidad y a las nuevas tecnologías; se ha permitido que todos, por lo menos lo que tienen acceso a Internet, puedan confeccionarse un perfil y puedan dar publicidad a su imagen, crear su propio yo. Esto me parece hermosísimo porque la inmensa mayoría de la gente sale de ese injusto anonimato, abstracto e incluso turbio, y de pronto tiene un perfil que ellos mismos crean porque ya no hace falta que nadie te haga la foto.

«Se piensa más en el impacto del ser que en el ser en sí mismo. Una de las grandes dificultades que tienen los hombres y las mujeres ahora es ir despacio»

JAVIER GOMÁ

Es cierto que como la vulgaridad es el estado actual de la cultura, pues ese perfil es vulgar, la foto suele ser vulgar, lo que se dice suele ser vulgar… Pero soy de los que creen que la vulgaridad es un punto de partida pero no de llegada. Ha habido tres grandes momentos en la cultura: uno es la minoría selecta, otro la mayoría vulgar, donde nos encontramos, y otro es la mayoría selecta a la que vamos. Hay que trabajar, no hay que rechazar la vulgaridad siendo nostálgicos de un tiempo pasado, sino asumirla para transformarla en una mayoría selecta.

Pero también es verdad que la identidad verdadera es llegar a la sabiduría y eso requiere trabajo y tiempo. Las nuevas tecnologías te llevan a la rapidez, a hacerlo todo corriendo, que tenga un impacto inmediato y que sea masivo y eso me parece contrario a esa finalidad que sería la de ser rey de ti mismo. No se trata de producir un impacto sin serlo, primero eres y luego produces un impacto. Y ocurre mucho que se piensa más en el impacto del ser que en el ser en sí mismo y es cierto que en el tiempo en el que estamos una de las grandes dificultades que tienen los hombres y las mujeres es ir despacio.

Jorge Freire.- Todos tenemos que decidir si somos girasol o si somos roble. Si eres girasol vas a orientarte al sol que más caliente pero si eres roble tendrás que reconocer que las cosas van lentas, que vas a crecer de manera vigorosa pero que vas a tardar mucho más. Por bajar un poco, aunque tampoco mucho, Curro Romero decía que las prisas no son buenas ni para robar melones y estoy muy de acuerdo con esto en la tauromaquia, en la vida y en la literatura.

Por volver a lo que has dicho antes, creo que hay un punto en el que esta vulgaridad y la democratización coluden que es en esta creencia de que la democracia tenía que suceder sí o sí, que es algo que nos ha venido dado y no nos lo pueden quitar. Realmente un concepto que me gustó mucho de Javier es el de ‘visión culta’, que es la de aquella persona dotada de historicidad que sabe que lo que hay podría no haber sucedido, que hay una contingencia que lo rige todo y que ahora tenemos un sistema democrático que por una serie de azares podría no haberse dado.

Javier Gomá.- La vulgaridad es pensar, como tú estás diciendo, que tiene la necesidad de una ley de gravedad.

Jorge Freire.- Exacto, que no podía no haberse dado. Creo que en el fondo hay que reconocer que muchas veces cuando nos ponemos perejiles y hablamos de la democracia, pues la democracia ha sido una excepción. La griega no llegó a los 200 años.

Javier Gomá.- Y era aristocrática.

Jorge Freire.- Y los filósofos estaban completamente en contra. Reconocer que es una excepción hará que le demos más valor y no la demos por hecha.

P.- Sigo con el exhibicionismo del que habla Freire, ¿no nos importan tanto cómo creemos los niños de Gaza o de Kiev?

Jorge Freire.- Hoy nos conmueve la situación de un pueblo pero al mismo tiempo los despachamos a los cinco minutos. Le pasa mucho a nuestros «abajo firmantes», los que se han encomendado a la tarea de estar siempre firmando manifiestos y capitaneando causas de las que se olvidan rápidamente. Es todo muy frívolo.

Javier Gomá.- Una cosa que me parece interesante destacar es que si tú miras la historia de la humanidad, desde el principio de la civilización hasta ahora, nunca ha habido una época como la nuestra en la que haya tantas causas sociales, nos saturan. Uno dirá: «Una sociedad de personas con mucho sentimiento de solidaridad», pero casi siempre las causas sociales tienen algo de malestar, son una canalización del malestar y muchas veces tienen que ver con la culpa hacia alguien. La superabundancia en el siglo XXI en las sociedades opulentas de causas sociales refleja un sentimiento de malestar culpabilizador. Pienso que la condición moderna es una condición de descontento. Vivimos en el mejor momento de la Historia pero en lugar de reconocerlo nos resistimos a aceptarlo.

Jorge Freire.- Lo que pasa es que nosotros tenemos algo que no sólo habría sido inaudito para un emperador romano sino para alguien en España hace 80 años. Tenemos agua potable, calefacción, alimentos frescos pero aunque no me gusta esta retórica del desencantamiento del mundo es cierto que en ocasiones sí se cumple lo del que el precio del progreso es la pérdida del sentido.

«Si no fuera por Netflix y esos festivales de verano no gozaríamos de la paz social de la que gozamos hoy»

JORGE FREIRE

Hay que reconocer que, en nuestros tiempos, a la vez que aumentan las comodidades se nos ha ido escapando entre los dedos eso que llamamos sentido y cuando la gente no consigue descubrirlo surgen una serie de insatisfacciones. Esto, por supuesto, tiene que ver con nuestra situación actual, que es sobre todo de pérdida de las expectativas, vivimos mejor que nunca pero al mismo tiempo nos habíamos imaginado cosas que no llegan y donde el pasado no termina de cesar y el mundo nuevo no llega a aparecer.

En mi generación eso sí que lo veo, la sensación de ser sustituibles e intercambiables. De no tener un sustrato firme. Nos cuesta mucho, a pesar de una serie de comodidades, encontrar un sentido. Me hizo mucha gracia esto que dijo una tertuliana hace unos meses de que las nuevas generaciones no consiguen comprarse un piso con 30 años porque están un poco atontados con Netflix y los festivales de verano. Oponía a ese argumento la intuición de que probablemente si no fuera por Netflix y esos festivales de verano no gozaríamos de la paz social de la que gozamos hoy.

Javier Gomá.- Para mí, no se produce sólo un progreso en comodidad sino que se ha producido un progreso moral, sobre todo de dignidad. Si quieres ver la dignidad, que es atributo que reluce en los más desfavorecidos, y vas a esos sectores históricamente discriminados: pobres, mujeres, viejos, discapacitados, enfermos, homosexuales, parados, presidiarios, disidentes… Y les preguntas en qué época les gustaría vivir, todos te dirían que en esta.

P.- Vuelvo a las prisas y a la tecnología. Escribe Gomá que no está de acuerdo con que algunos presenten la IA «como el último y quizá definitivo jaque mate de la tecnología a lo humano».

Javier Gomá.- No solamente no me da miedo, sino que me suscita curiosidad por qué da miedo. Este verano escribí sobre esto y decía de manera humorística que me sorprende tanto el miedo a la IA como si me hubieran dicho que existe un comando armado contra la morcilla de Burgos.

La IA produce una admiración culpable, una angustia, un miedo y a veces me acuerdo de las películas de ciencia ficción de los años 60 y 70, de cómo nos imaginaban vestidos y con las orejas puntiagudas, de una manera ridícula. No hay nada más anacrónico que la previsión del futuro.

La IA es una maravilla que va a contribuir al progreso material y moral de la humanidad y que va a multiplicar el bienestar, la eficacia del trabajo, que va a hacer nuestra sociedad mejor… No me cabe ninguna duda. ¿Qué en esas transformaciones se van a producir víctimas que se quedan en el camino? Claramente, pero eso ha ocurrido siempre. Va a producir algunas barbaries e individuos que van a sufrir y que se van a quedar sin trabajo. Va a haber dolor como en toda transformación, pero es un bien en estado puro como todo avance tecnológico. Toda novedad suscita fascinación y angustia.

Jorge Freire.- Ni pánico ni fascinación. El barco de vapor cambió lo que era el mundo pero no eran zarzas ardiendo que vinieran a redimir el género humano. Convendría rebajar ciertas expectativas.

Para empezar, niego la mayor. Niego que la Inteligencia Artificial sea inteligencia. Steve Jobs dijo en los años 80 que el ordenador personal iba a ser una bicicleta para el cerebro y esto es interesante porque en el New Yorker salía un artículo sobre una app que imita los estilos de los escritores y tú le decías: «Escríbeme un texto al estilo de Faulkner», y la app lo hacía.

Javier Gomá.- Víctor Gómez Pin está escribiendo un libro sobre IA y dice que puede hacer unos cuadros idénticos a Zurbarán, como ningún imitador podría hacerlos, pero que nunca podrá hacer otro Zurbarán.

Jorge Freire.- Entraríamos en si puede existir obra de arte sin autor, que eso sería otro melón. Todo indica que a medida que vaya proliferando la IA va a haber dos tipos de arte: un arte elitista que tenga una relación directa con el origen del arte como artesanía y un arte popular que va a ser el industrial, el de la IA.

Javier Gomá.- ¿A eso no lo llamarías decoración?

Jorge Freire.- Sí, seguramente sea decoración. Pero por volver. Si la IA puede entenderse como una motocicleta para el cerebro quizás nos haga ir mucho más rápido, pero no quiere decir que nos elevemos mucho más. Los Tommyknockers, de Stephen King, que me hace mucha gracia, es la historia de una chica que es una escritora frustrada y encuentra en el campo una tecnología alienígena, una fuente inagotable que hace que no te canses, que no tengas que parar. Entonces ella lo engancha a su máquina de escribir y le permite estar escribiendo días y semanas sin cansarse. Piensa que va a ser la nueva Faulkner pero cuando ve que ha escrito en tiempo récord un western, este es mediocre.

Por otro lado, en lo estrictamente filosófico, parte del mito de una inteligencia desencarnada, es el mito pitagórico. Pero toda inteligencia está encarnada en un contexto, en un entorno, en unos sentimientos. Esta idea de una inteligencia que se dé en abstracto y que no tenga ningún tipo de circunstancia creo que no es inteligencia. Convendría evitar la fascinación. «Decir que los ordenadores piensan es decir que los submarinos nadan», dijo Alan Turing.