Como niños rebozándose en el barro, hacía tiempo que los medios de la derecha no se lo pasaban tan bien. Todo está sucediendo como ellos venían profetizando ansiosamente: el futuro de España, ¡¡¡en manos de un fugado de la justicia!!! Mejor, imposible. Pedro felón, Sánchez traidor, Pérez-Castejón vendepatrias. Jueces, fiscales, policías, periodistas y políticos de derechas son unánimes: la amnistía a Puigdemont burla la ley, injuria a la democracia, ofende a los españoles y hunde en la ignominia al Estado más antiguo de Europa. ¿Quién da más?
1. El tono
La derecha no tiene razón en el tono pero sí en el logos. La sobreactuación y el tremendismo a los que es tan aficionada acaban por ocultar aquello en lo que sí tiene razón y que es compartido por buena parte del voto socialista: que la política de alianzas de Sánchez entraña importantes riesgos, pues sabemos qué está dando el presidente al independentismo pero no a la inversa. Las concesiones a cambio de la investidura son explícitas, pero las contrapartidas ‘indepes’ aún no han aparecido; puede, sí, que estén escritas en algún folio, pero permanece ignoto. De ahí tanta gente con el alma en vilo, de ahí la inquietud de quienes simpatizan con el Gobierno: una inquietud enemiga del tono pero no del logos de la derecha.
2. La foto
El encuentro de Carles Puigdemont con el número tres socialista Santos Cerdán en Bruselas bajo la fotografía gigante de una urna del 1-O ha sido cabalmente interpretado como un gol por la escuadra del expresident catalán huido al presidente español en funciones: la reunión misma fue el gol y la urna fue la escuadra, ese ángulo ciego inalcanzable para cualquier portero. Pero el partido no ha terminado, susurran desde Ferraz. La izquierda partidaria de la conllevancia encajó mal que bien el gol, pero sintió revolvérsele las tripas al ver la foto de la dichosa urna, pues en ella se cifran todos los fracasos: el del independentismo al desafiar con su votación ilegal al Estado, puesto que el desafío le salió mal, y el del propio Estado al no haber encontrado en la justicia europea el respaldo, que daba por descontado, a las órdenes judiciales de detención de Puigdemont. Para el independentismo, la urna del 1-O es el emblema de una honrosa derrota; para el Estado español, el lacerante testimonio de una afrenta.
3. La doblez
El ‘procés’ fue un abuso de autoridad. El independentismo perdió estrepitosamente la guerra del 1-O y por eso, en la práctica, ha rectificado el rumbo montaraz de entonces (ERC lo hace desde que preside la Generalitat y Junts desde que se avino a negociar la investidura), pero actúa con la astucia propia de los políticos en trances similares: cuando se ven en la necesidad de rectificar, su principal empeño es demostrar que no lo han hecho. O que lo han hecho no por su propio bien, sino por el de de todos. Es el caso de Pedro Sánchez, aunque con singularidades propias: a él se le nota tanto que ha rectificado que, para no sonrojarse él ni sonrojarnos a nosotros, ha renunciado a todo intento de ocultarlo.
No así Puigdemont: él también ha rectificado en lo sustancial (¿qué fue del “irrenunciable” referéndum de autodeterminación?), pero hasta ahora le está saliendo bien su empeño en ocultarlo. Seguramente, las últimas largas que viene dando se encuadran en esa estrategia de ocultamiento de un volantazo del que no estará orgulloso, pero al que, como Sánchez, se ha visto obligado por las circunstancias. Ambos comparten la divisa, triste en el mejor de los casos y cínica en el peor, de hacer de la necesidad virtud. Chesterton los caló bien a todos ellos: “Antes de las elecciones, el político persuade a los votantes de que él realmente desea lo que ellos desean. Después de las elecciones, el político persuade a los votantes de que ellos realmente desean lo que él desea”.
4. La virtud
La cuestión no es si Pedro ha hecho de la necesidad virtud, pues es obvio que ha sido así. La cuestión es cuánto será de virtuosa su virtud, cuáles serán los efectos reales de la para unos beatífica y para otros diabólica amnistía y si los amnistiados demostrarán haber merecido un perdón que a una mayoría de españoles le incomoda, le disgusta, le irrita, le indigna o, como en el caso concreto de Puigdemont, se le ha hecho bola en la garganta y solo llegarán a aceptar de buen grado si de tal perdón se deriva una normalización efectiva de la política catalana y, en consecuencia, española. Aunque no conviene hacerse demasiadas ilusiones: la normalización definitiva solo llegará y el separatismo catalán solo dejará de ser una amenaza para España el día que la derecha centralista española necesite los votos de la derecha independentista catalana para investir presidente a uno de los suyos. Mientras llega ese momento, el ruido seguirá siendo infernal.
5. El número
Parece seguro que ERC y Junts no volverán a las andadas, sencillamente porque su primer intento se saldó con un fracaso de tal magnitud que será necesaria una medida tan absolutamente excepcional como la amnistía para facilitar a los amotinados el regreso del monte al que se echaron en el fatídico otoño de 2017. Motín: movimiento desordenado de una muchedumbre, por lo común contra la autoridad constituida. El problema de fondo del ‘procés’ no son los delitos cometidos por un puñado de conductores, sino la participación de cientos de ciclistas en tales delitos y la convicción de centenares de miles de peatones de que ni unos ni otros cometieron infracción alguna. Por eso estamos ante un problema político más que penal. En la pieza teatral de Howard Zinn ‘Marx en el Soho’ alguien decía: “Si vas a violar la ley, hazlo con dos mil personas… y Mozart”. Parece que los estrategas del procés habían leído con provecho a Zinn, pues pusieron tanto empeño en que los amotinados fueran muchos como en que resultaran fotogénicos.