Sin unos buenos resultados en Cataluña, llegar a la Moncloa es prácticamente una quimera. No es porque sea una especie de ‘Ohio’ español, es una cuestión aritmética. Se trata de la segunda comunidad autónoma en reparto de escaños, después de Andalucía, y otorga hasta 48 asientos del hemiciclo del Congreso. De hecho, sin Cataluña (y Euskadi) las elecciones del 23-J hubieran sido un paseíllo para PP y Vox, y ahora Alberto Núñez Feijóo sería presidente del Gobierno. Los populares, que venían de su peor debacle en 2019, consiguieron sacar 6 escaños -y se quedaron a las puertas de hacerse con dos más, uno en Tarragona y otro en Girona-, pero fueron unos resultados del todo insuficientes. Se quedaron muy lejos de los 19 escaños que consiguió el PSC y también de sus máximos históricos -12 diputados en el año 2000 y 11 en 2011-.
Por este motivo, hacer fuerte el partido en Cataluña es una de las prioridades de Feijóo. Lo era ya antes del 23-J -de aquí que empezara la campaña en Castelldefels- y lo sigue siendo a día hoy. La gran duda es como puede el PP seducir al electorado catalán y cuál debe ser su discurso. Durante la campaña de las generales, el líder del PP optó por los equilibrios. Por un lado, criticaba la negociación de Pedro Sánchez con los independentistas, mientras que por el otro, rechazaba la confrontación, prometía un «bilingüismo cordial» y reconocía a Cataluña como una «nacionalidad histórica». No todos en el partido avalaban esta estrategia, pero en aquel momento nadie levantó la voz. Ahora, con los resultados en la mano, ya es diferente.
La oposición de Fernández
«En mi partido circula la teoría de que deberíamos copiar al PSC para mejorar en Cataluña. Pero yo no soy socialista ni nacionalista. Daré lo mejor de mí mismo para que el PP jamás lo sea», avisaba el presidente del PP catalán, Alejandro Fernández, el pasado fin de semana. Lo hacía solo cuatro días después de la última visita de Alberto Núñez Feijóo a Barcelona donde reconoció contactos «indirectos» con Puigdemont y apostó por «normalizar las relaciones con el nacionalismo catalán«. La desautorización de Fernández a su líder no se entiende sin tener en cuenta la pugna interna para la dirección de la cúpula catalana, pero el debate es mucho más de fondo.
«Feijóo sabe que sin mejorar resultados en Cataluña le será muy difícil gobernar. Pero está atrapado entre la espada y la pared», explica el politólogo de la UPF Toni Rodon a El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica, que recuerda que hace años los populares usaban -y les funcionaba- «la estrategia del camaleón», que les permitía «parecer de centro para los votantes de centro», de «derechas para los de derecha» y de «extrema derecha para los de extrema derecha». Algo, sin embargo, que ya no les sirve desde que tienen a Vox como competidor. De la misma opinión es la profesora de la UOC Ana Sofía Cardenal, que recuerda que antes tenían el «monopolio» y que hacer un discurso «contra Cataluña» les hacía perder votos en esta comunidad, pero como los ganaba fuera. «El beneficio neto era positivo. Ahora ya no es tan rentable, porque no llegan al Gobierno», añade Cardenal.
¿Cómo ganar peso?
Los dos politólogos consultados consideran que la situación es «endemoniada» y que el dilema está entre: optar por un discurso españolista más duro contra el independentismo y comerse el espacio de Vox, a riesgo de perder votos en esta comunidad -y en el País Vasco-; o escoger un discurso más moderado y comprensivo con las nacionalidades históricas, a riesgo de ceder votos a Vox en el resto del Estado. ¿Cuál es la estrategia más rentable? Para Alejandro Fernández es claramente la primera. Alberto Núñez Feijóo es del segundo equipo.
En cambio, los politólogos consultados coinciden en que no hay una respuesta mágica. Cardenal lo compara con lo que en economía sería un ‘trade-off’ -la balanza coste-beneficio-, pero ve «muy poco margen» para que Feijóo pueda desarrollar su estrategia de moderación. Cree que los «grupos de poder» dentro de su partido -léase aquí nombres como el de Isabel Díaz Ayuso o José María Aznar- no le dejarán hacer un «cambio brusco» de discurso y que, además, tampoco sería «creíble». Una diagnosis que comparte Rodon, que considera que la única salida a este dilema sería aparcar esta cuestión y centrarse más en el «eje izquierda-derecha» y en los temas económicos. Algo que podría servir para equilibrar la balanza, pero difícil de llevar a cabo con un PSOE negociando la amnistía de los líderes del ‘procés’.
La batalla catalana y el «estigma»
Sin embargo, con la investidura de Pedro Sánchez encarrilada -a la espera de Junts-, la próxima batalla serán las elecciones catalanas. Feijóo se harta de decir que en ningún lugar está escrito que el PP no pueda cosechar unos buenos resultados en Cataluña y siempre pone los mismos ejemplos: el alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, y el de Castelldefels, Manu Reyes. Pero la realidad es un poco más compleja: ni Badalona y Castelldefels son Cataluña, ni los resultados de las elecciones municipales se pueden extrapolar a las catalanas o españolas.
Y es que los populares catalanes, tal como apunta Toni Rodon, cuentan con otro problema: «el estigma». Sin ir más lejos. En mayo, Albiol consiguió -escondiendo las siglas- más del 55% de votos; mientras que dos meses más tarde, la misma Badalona se decantó con fuerza por los socialistas (40,68% de los votos) y dejó al PP en segunda posición y a mucha distancia (16,64%).
Pero además de las dudas sobre el discurso o la lucha contra este estigma, está la incógnita de quién será el candidato, a la espera de la convocatoria del congreso del partido. Feijóo hace tiempo que tienen entre sus planes buscar un nuevo líder para Cataluña, pero Fernández también tiene la intención de prestar batalla. El actual presidente del PP catalán se siente fuerte y cree tener el aval de la militancia para evitar su destitución. Los más próximos a la actual cúpula de Génova, en cambio, lo niegan y aseguran que «cuando Feijóo quiera, Alejandro caerá». Pero sea por miedo al rechazo de la militancia -como defienden del lado de Fernández- o porque hay otras prioridades encima de la mesa de Génova -como apuntan los de Feijóo-, lo cierto es que Madrid sigue sin mover ficha.