Cumplidos ya los 60, José María Carrascal se hizo popular gracias a un formato insólito que en realidad veía muy poca gente, el informativo nocturno que presentó a comienzos de los 90 en aquella primera Antena 3 de Manuel Martín Ferrand. Cuando Alfonso Arús incorporó la caricatura de Carrascal a la galería de personajes de su programa cómico Al ataque, la inconfundible dicción del periodista y sobre todo sus coloristas corbatas se convirtieron en un lugar común de nuestra cultura popular. Pero había mucha tela que cortar detrás de las corbatas y del meme, que diríamos hoy.
Carrascal fue de pronto la encarnación del ‘anchorman’, esa tradición de periodistas de televisión inaugurada en Estados Unidos por Walter Cronkite
El suyo fue el primer informativo de autor que se hizo en España, mucho antes de que el concepto deviniera en lo de Sánchez Dragó y su gato en Telemadrid. Al final de cada programa, después de la penúltima noticia, Carrascal aparecía de pronto graciosamente sentado en el borde de la gran mesa del plató para rematar con una información ligera y un apunte editorial. Ahora todos los presentadores tienen piernas –de hecho, siguiendo la escuela de Fox News, algunas tienen las piernas muy largas–, pero entonces nadie se levantaba de aquella mesa detrás de la cual se encontraban los secretos de la televisión, desde los inesperados vaqueros del presentador a un aparatoso teléfono que afloraba en ocasiones excepcionales.
Levantarse de la mesa era una prueba de vida, un gesto de transparencia y de dignidad para quien volvía a España después de más de 30 años, cerca de 25 como corresponsal en Estados Unidos, y no se resignaba a ser otro busto parlante. Carrascal era de pronto la encarnación del anchorman, esa tradición de periodistas de televisión inaugurada por Walter Cronkite, “the most trusted man in America”, alguien de quien poderse fiar en cualquier circunstancia.
Como tantos profesionales de su generación, Carrascal se hizo periodista de manera accidental. Había llegado a Berlín en 1956, con 25 años, tras renunciar a la idea de ser marino mercante. Fue profesor de español, y luego se dedicó a traducir manuales y documentos para la Volkswagen al tiempo que comenzaba a colaborar para Pueblo como corresponsal. Asistió a la construcción del Muro que partió la ciudad definitivamente en dos en agosto de aquel año. Allí vivió la crisis de los misiles entre Estados Unidos y la URSS.
“Aquello podía ser la Tercera Guerra Mundial y todos sabíamos que la capacidad de fuego del ejército soviético era muy superior a la de los tres ejércitos aliados y que en 20 minutos se podían hacer con la ciudad”, recordaba en 2014, coincidiendo con la publicación de su libro El mundo visto a los 80 años –homenaje al homónimo de Santiago Ramón y Cajal– en una entrevista de Fernando Palmero para la revista Leer. “Mucha gente, sobre todo los que se habían pasado del Este, cogió las maletas y se largó. A los que nos quedamos, incluso a los extranjeros, que éramos en cierto modo los rehenes y la garantía de que los rusos no iban a atacar, nos dieron esas Navidades el Premio del temblor, que eran 200 marcos para pasar bien las fiestas”, recordaba.
En 1966 le enviaron a Estados Unidos como corresponsal, de donde regresó a España, curiosamente, coincidiendo con la caída del Muro. Una carrera y una vida marcadas por la Guerra Fría.
Si Juan Luis Cebrián y Pedro J. Ramírez crearon los periódicos españoles de la democracia con el periodismo yanqui y el mito del Watergate como referentes, en Antena 3 Carrascal apelaba al imaginario del informativo norteamericano, que entonces comenzaba a calar en la sensibilidad española gracias a las películas y a la televisión por satélite. No era raro entonces seguir la guerra del Golfo a través de la CNN o echarle un ojo al ABC World News Tonight de Peter Jennings. En ese contexto apareció el cosmopolita Carrascal, pronunciando Kueit cuando decía Kuwait. Un señor de 60 años revolucionando la manera de hacer informativos en España.