El jefe de la diplomacia estadounidense llegó este viernes a Israel para transmitirle a su aliado dos mensajes fundamentales que, de no cumplirse, podrían acabar hundiendo las menguantes posibilidades de Joe Biden para ser reelegido el próximo año. Antony Blinken pidió una “pausa humanitaria” para aliviar la catastrófica situación que se vive en Gaza y dijo que hay que “hacer más para proteger a los civiles palestinos”. Demandas muy comedidas que, no obstante, recibieron como respuesta un sonoro y metafórico corte de mangas. El primer ministro, Binyamin Netanyahu, no solo rechazó la pausa afirmando que Israel seguirá bombardeando Gaza con “todo nuestro poder”, sino que casi en paralelo a que Blinken reclamara un poco clemencia para los civiles, su ejército desató el pandemonio a las puertas de tres hospitales de la Franja donde se refugian decenas de miles de desplazados. Otro aluvión de niños rotos con total impunidad.
En Gaza no solo se está destruyendo a un pueblo, liquidado en horario de máxima audiencia sin que nadie se levante del sofá, sino toda la arquitectura legal levantada tras la Segunda Guerra Mundial para evitar nuevas atrocidades a escala industrial. Porque la guerra tiene normas, por más que casi nadie las respete, pero sus últimos vestigios están siendo enterrados bajo los escombros de Gaza. Todo ello con la complicidad de los mismos europeos y estadounidense que sacaron los cañones en Ucrania para defender los “principios y valores” del orden y el derecho internacional. La propia visita de Blinken tuvo mucho de orwelliano. Le pidió a Netanyahu “protección para los civiles” cuando las armas de Estados Unidos están siendo utilizadas de forma masiva por Israel para barrer Gaza.
El entierro del derecho internacional humanitario, que codifica las leyes de la guerra, puede encapsularse en una imagen. La bandera de la ONU, baluarte que proporciona santuario e inmunidad. “Ya ni siquiera podemos proporcionarles seguridad bajo la bandera de la ONU”, ha dicho este viernes el director de la UNRWA en Gaza, Thomas White. La agencia está devastada. 72 de sus trabajadores han sido asesinados por las bombas israelíes. Al menos 600.000 palestinos siguen en sus colegios e instalaciones. Pero parte han quedado incomunicados, después de que las tropas de Israel consiguieran durante la jornada partir Gaza prácticamente en dos, tomando todo el norte y rodeando la capital de la Franja. En esa zona controlan también buena parte del litoral, según la información transmitida por Ejército.
“Hemos perdido el contacto con muchos de nuestros refugios en el norte”, decía White desesperado. “Tenemos que ser claros: no hay ningún lugar seguro ahora mismo en Gaza”. No solo se están atacando viviendas, colegios, ambulancias o centros sanitarios; utilizándose el hambre como arma de guerra o imponiéndose el castigo colectivo. También parece existir la intención de deliberada de eliminar uno a uno a los periodistas locales que están siendo los ojos del mundo. Este viernes le tocó el turno a Mohammed Abu Hatab, sepultado en un ataque junto a toda su familia.
Antes de llegar a los bombardeos de los hospitales, otra imagen atroz. Bucha en la carretera que atraviesa la playa de Gaza. Vídeos de ‘Al Jazeera’ mostraron durante la jornada un reguero cadáveres tirados como ropa vieja por la carretera. Ni uno ni dos, sino decenas. Las imágenes son tan atroces que la ‘hasbará’ no tardó en actuar. De una cuenta conocida entre los periodistas de palestinos como una plataforma de desinformación israelí, se empezó a decir que los residentes fueron “abatidos por la policía de Hamás mientras trataban de huir hacia el sur”. Nada nuevo sobre el horizonte.
Ataques a las puertas de tres hospitales
Pero no acabó ahí el Halloween de Gaza, donde los muertos superan los 9.000 y los heridos se acercan a los 33.000, un estadio de fútbol de Primera abarrotado de sangre y vísceras. Durante la jornada fueron bombardeadas las inmediaciones de tres hospitales, donde no solo hay centenares de pacientes, sino decenas de miles de civiles arracimados por todos lados. Nada que Israel no hubiera advertido, como les contó hace unos días EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica. En el hospital Al Shifa, el más grande de lo que queda de Gaza, un misil atacó un convoy de ambulancias cuando se disponían a trasladar a heridos hacia Rafah, en la frontera egipcia. Las primeras estimaciones hablan de 13 muertos y 26 heridos, muchos de ellos niños, que se sumarán a los 3.800 menores palestinos que ya han muerto en esta guerra.
Peor fue aparentemente en la periferia del hospital Indonesio, donde habrían muerto al menos 50 personas, según explicó el director del centro. Tampoco se salvó el Al Quds, donde se refugian unas 12.000 personas. La sensación es que los ataques se acercan cada día un poco más. Solo falta el impacto directo. La desesperación y el pánico es notoria. El Al Shifa se habría quedado ya sin combustible para los generadores, de acuerdo con su director. Es decir, sin electricidad. “Hemos estado mandando mensajes de auxilio al mundo”, ha dicho su director Muhammad Abu Silmeyeh. “Si quieren matar lo que queda de nosotros, simplemente díganoslo. Si este hospital colapsa, todo el sistema sanitario se vendrá abajo”, añadió.