Apenas se conocían cuando, la madrugada del pasado 15 de octubre, se montaron en una patera abarrotada en la costa de Argelia. Haber estado juntos al filo de la muerte les ha unido de por vida. Mohamadou O., Ibrahim, Mohamadou G., Mamadou, Mahamadou y Didugouba son seis jóvenes de 20 a 35 años procedentes de Malí que llegaron a España en patera y fueron sido reubicados en Cataluña hace dos semanas. Ellos no vienen de las Islas Canarias, sino que desembarcaron en las Baleares, la otra gran ruta de acceso a Europa. Pero su pesar es el mismo: el miedo les invade al pensar que en dos semanas se tendrán que ir a la calle porque les resulta imposible pedir asilo en Barcelona. Solo les consuela pensar que en su país podrían estarían muertos.

Cataluña no está acogiendo tan solo a migrantes procedentes de las Islas Canarias. Tambien lo hace con los que llegan a Baleares. Este año ya son más de 2.000 los que han llegado a Europa a través de la moral ruta que une Argelia con las islas. No todos los consiguieron, como demostró el cuerpo de la pequeña Lilia, hallado este verano en la playa de Roda de Berà. «La patera es una de las cosas más duras que he vivido: pensé que me moriría», se sincera Momahadiu O. al recordar los tres días em alta mar. No es que no pudiera dormir ni que tuviera miedo de perderse a la deriva. «En menos de 24 horas nos quedamos sin gasoil, sin agua y sin comida. No sé cómo aguanté pero cuando llegamos apenas podía andar», aclara el mismo joven, de 23 años.

Mohamadou O., Ibrahim, Mahamadou G., Mamadou, Mohamadou G y Diougouba, procedentes de Mali, conversando cerca de la playa de Badalona este miércoles. Jordi Cotrina


«No sé muy bien cómo, pero sobrevivimos», añade Ibrahim, nacido en 2001. Los dos chicos abrazan y se miran con sonrisas cómplices cuando recuerdan el barco de Salvamento Marítimo que los interceptó a la deriva y los llevó hasta Palma de Mallorca, una ciudad que muchos de ellos confunden con Las Palmas de Gran Canaria, de ahí la confusión. También inolvidable la primera llamada a casa al pisar tierra europea. Algunos de los jóvenes escaparon de Malí sin explicar que se iban a jugar la vida en el mar. La familia ya los daba por muertos. Otros reconocen que su destino ya estaba escrito. «Al hermano mayor le toca migrar a Europa para ayudar a la familia», dice Mamadou.

Apenas hablan francés, ninguno de ellos ha podido ir a la escuela ni estudiar porque en casa no sobraba el dinero. Desde pequeños trabajan en el campo o en la construcción. Se expresan en ‘soninke‘ y gracias a un compatriota logran hacerse entender en español. El que traduce les escucha con el corazón en un puño. Él tuvo que presenciar la muerte de su mejor amigo en un cayuco camino a Las Canarias hace dos años. Oír ahora otra vez las mismas historias le revuelve el estómago.

Los seis jovenes malienses cruzan las vías del tren en Badalona. Jordi Cotrina


«Nos duele mucho hablar de esto pero es la única forma que tenemos para que alguien nos ayude», insiste Mohamadou G., el mayor del grupo. Es el único que se atrave a explicar su travesía en el desierto del Sahel y del Sáhara. «Nos metían a todos los negros en un autobús: nos robaban y nos decían, que si no hacíamos lo que querían, nos matarían», cuenta el mayor. Hay un recuerdo que le rompe: cuando lo amenazaron con un cuchillo: «Me dijeron que me iban a degollar como a un animal».

Después del drama en el desierto vino el del mar. Pero dice que aquellos miedos ya los ha dejado atrás. Ahora Mohamadou G. tiene otro temor: de quedarse en la calle en Barcelona. «Llevamos dos semanas en Catalunya y no hay manera de conseguir cita para pedir asilo, en dos semanas la Cruz Roja nos echa a la calle y no sé qué puedo hacer. Ya está empezando el frío«. Ninguno de ellos tiene familiares o amigos en Catalunya. Solo se arropan entre ellos, inseparables.

«¿Tú puedes conseguir que no nos quedemos en la calle?», insiste Mohamadou. Didugouba , otro compañero maliense, le mira a los ojos. Su respuesta hiela la sangre. «No pasa nada, yo prefiero dormir en la calle en España que quedarme en Malí. Aquí al menos no nos matarán». El resto del grupo asiente. Todos ellos han escapado del país huyendo del conflicto armado que persiste desde hace años. «Allí no estamos seguros: hay armas, hay guerra. Cuando sales de casa no sabes si vas a volver. Yo sé que aquí no me van a matar, aunque esté en la calle», sigue.

Su historia vuelve a mostrar el doble rasero para los solicitantes de asilo y protección internacional en España. Muy evidente si se compara con las víctimas de la guerra de Ucrania. Entonces, prácticamente todos los refugiados entraron en el proyecto estatal de acogida. Consiguieron permiso de trabajo y de residencia, además de la posibilidad de acceder a un alojamiento y acompañamiento social, educativo y laboral. Ahora, el colapso de la red es enorme y es prácticamente imposible conseguir una plaza, al menos en Barcelona.

Los migrantes conversan en Barcelona. Jordi Cotrina


Los colectivos sociales que acogen a los migrantes de forma informal lo corroboran. La plataforma Obrim Fronteres señala el caso de un joven que ya acumula más de mil llamadas para conseguir una cita en Extranjería. «Desde que implantaron el sistema de cita previa ya no podemos ni quedarnos a dormir delante de las oficinas para conseguir una cita», lamentan desde la entidad, que cuentan que lo mismo ocurre en Girona, Lleida y Tarragona. Los activistas incluso han intentado hacer el mismo trámite en Aragón o Valencia, donde la demanda y el colapso es menor. Pero, dicen, vuelve a ser imposible porque les piden documentación como el empadronamiento en la comunidad autónoma. «Los rescatamos del mar y les decimos que tienen derecho a pedir asilon pero luego las administraciones los dejan colgados: es un sinsentido», reflexionan los activistas.