Hoy se celebra el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar y cada año la estadística pone a la sociedad frente al espejo de una realidad para la que, a la vista de los resultados, parece que no se termina de dar con la fórmula que permita ponerle coto. Al menos en los últimos años se ha conseguido que la Administración no trate estos casos como un asunto menor en la agenda, el bullying son palabras mayores y requiere de un esfuerzo constante y, sobre todo, continuado por parte de todos. Las cifras son escalofriantes y siempre dejan un poso de que no todo lo que ocurre dentro y fuera de las aulas se contabiliza.

Solo el hecho de que en Aragón haya un 27% de esos niños y jóvenes que sufran esta lacra social todavía o que más de la mitad de los adultos reconozcan que cuando eran pequeños también la sufrieron es como para plantearse si las herramientas a disposición de las víctimas son las suficientes, o si el protocolo funciona tan bien como cabía esperar.

En algunos de los casos más mediáticos de los últimos años siempre surgía la reflexión por parte de los expertos y los padres de que quizá en el seno familiar se hacen muchos esfuerzos para evitar que su hijo o hija sea la víctima y no tantos para conseguir que no se convierta en un potencial agresor. O plantearse cómo actuar si se da un caso u otro. Lo cierto es que cuando un drama así cae en el hogar todo cambia alrededor de la familia que lo tiene que gestionar emocionalmente. La estadística ahora dice que el 28% de esos progenitores considera que sus hijos serían capaces de acosar a un compañero o que el 22% afirma que siempre pasa en algún momento de su vida escolar y hay que normalizarlo. El 11%, que tampoco es para tanto. Quizá ahí empieza el problema y también la solución.

Pero las autoridades educativas no pueden mirar para otro lado, lo que ocurre en las aulas también les afecta y las cifras demuestran que el bullying se ha hecho fuerte en los centros, creciendo año a año en una estadística cuyo aumento nunca se sabrá si es porque cada vez hay más violencia o porque cada vez se denuncia más. Pero el protocolo está en sus manos y debe ser todo lo garantista que se pueda para la víctima que se atreve a denunciar y todo lo contundente posible con los agresores.

No hay que esperar a que el final de cada pequeña historia que estalla de puertas para adentro llegue a límites irreversibles. Y debería aumentar la coordinación con quienes tienen autoridad para atajarlo y el apoyo, no solo psicológico, a quienes han caído en las redes del bullying.