La ciencia ha demostrado que la igualdad de oportunidades, que supuestamente lleva a los más talentosos a ocupar los mejores puestos y a estar entre los más ricos, es una falacia. La realidad, comprobada estadísticamente, es que la suerte es el principal factor de la prosperidad personal y que los hijos menos dotados de padres de altos ingresos se gradúan a tasas más altas que los hijos más dotados de padres de bajos ingresos: no tener estudios multiplica por 3 el riesgo de caer en la pobreza. Cuando se es pobre, el dinero no es lo único que escasea. La capacidad cognitiva de la sociedad también disminuye.

 Alicia Domínguez y Eduardo Costas (*)

Inmersos desde que nacemos en una sociedad capitalista, damos por ciertas una serie de ideas que creemos “a pies juntillas” y sobre las que basamos nuestra concepción del mundo.

Una de ellas es que en las sociedades modernas hay suficiente igualdad de oportunidades como para que los más talentosos lleguen a ocupar los mejores puestos y con ello a estar entre los más ricos.

Se supone que la inteligencia y el trabajo duro permiten que cualquiera pueda subirse el ascensor social para llegar, más o menos rápido, hasta la posición que le corresponde en base a su talento, independientemente de cual fuese su origen familiar. Asumimos que vivimos en una meritocracia donde la inteligencia y el esfuerzo predominan y cada cual tiene lo que se merece.

Si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia…

Derek C. Bok

¿Qué dice la ciencia?

Pero ¿qué pasaría si pusiésemos a prueba esta creencia? La ciencia moderna permite hacerlo de una manera extremadamente rigurosa.

Se ha analizado la distribución de la inteligencia en la población humana en cientos de millones de personas en decenas de países.

Tras décadas de estudio se comprobó que la inteligencia sigue una distribución normal (la conocida como “campana de Gauss”). La mayor parte de la gente (en concreto el 68,23% de los seres humanos) tiene una inteligencia normal con un valor de IQ entre 85 y 115 (recordemos que la media del valor de IQ es de 100). El 13,6 % de la población es muy inteligente con valores de IQ entre 115 y 130.

Solo un pequeño porcentaje, el 2,285 %, disfruta de una inteligencia extraordinaria con un IQ mayor de 130. En el otro lado de la curva, que corresponde a las personas menos inteligentes el 13,6% de la población tiene baja inteligencia, mientras que el 2,285% presenta una discapacidad intelectual más o menos severa.

También el esfuerzo

De una manera parecida se ha estimado el grado de esfuerzo que la gente dedica al trabajo, comprobándose que también sigue una distribución normal. La mayoría de la gente trabaja lo razonable, unos pocos trabajan más y solo muy pocos son “adictos al trabajo”. No hay tantos vagos como nos creemos y los rematadamente zánganos son, sorprendentemente, bastante escasos.

Por tanto, si la riqueza de las personas dependiese de la inteligencia y del esfuerzo, también seguiría una distribución normal. La mayoría de la gente tendría rentas medias, unos pocos las tendrían muy altas y los multimillonarios serían escasos. Pero también debería cumplirse que no habría muchos pobres y los absolutamente miserables deberían ser muy pocos.

Hace casi 200 años el gran matemático francés Siméon Denis Poisson (1781-1840) culminó un ingente trabajo que le llevó décadas (“Investigación sobre la probabilidad de los juicios en materias criminales y civiles”) que desvelo que, incluso en temas jurídicos, el azar juega un papel esencial.

Base matemática. Gerd Altmann en Pixabay.


Sucesos raros

Pero el trabajo de Poisson pasaría a la historia, no porque demostrase que los jueces mayoritariamente dictan sentencias con escasa repetibilidad, reproducibilidad y precisión, sino porque descubrió como se distribuyen los sucesos raros, aquellos que ocurren exclusivamente por azar con una baja probabilidad (por ejemplo, que te toque el gordo de la lotería). Estableció así la base matemática para descubrir si ser rico (o pobre) es, ante todo, una cuestión de azar.

A menudo los científicos estudian comparativamente dos modelos extremos como una estrategia que ayuda a comprender la realidad. Hagámoslo aquí:

En uno de los modelos extremos asumimos que uno llega a ser rico gracias tan solo a su talento. Si fuera así y la gente llegase a ser rica solamente por su talento y dedicación, la distribución de ricos en la sociedad se ajustaría a la distribución de la inteligencia y el esfuerzo. Como la inteligencia en la humanidad sigue una distribución normal, e igualmente el esfuerzo que realizan las personas también sigue una distribución normal, entonces la riqueza debería seguir una distribución normal.

En el otro modelo extremo asumimos que ser rico es una cuestión de suerte. Evidentemente ser rico es los que en estadística se llama un suceso raro (hay mucha más gente pobre o de clase media que ricos o extremadamente ricos). Entonces si ser rico solo fuese cuestión de suerte, ocurriría al azar. Los sucesos raros que ocurren al azar siguen una distribución de Poisson.

Riqueza, inteligencia y esfuerzo

Por tanto, cabría preguntarse, ¿cuánto depende la riqueza de la inteligencia y el esfuerzo y cuanto depende de la suerte?

Desde el siglo XVIII miles de economistas han estudiado la distribución de la riqueza en distintas partes del mundo y en diferentes épocas históricas. Pero nunca ninguno de ellos encontró que la riqueza siguiese una distribución normal. Por el contrario, el número de ricos y pobres sigue una distribución más parecida a la distribución de Poisson. Mayoritariamente, la riqueza depende de la suerte.

Durante el siglo XX una serie de genetistas de poblaciones abordaron científicamente una de las preguntas que más interesaron a la humanidad durante milenios: ¿Cuánto de lo que somos se debe a los genes y cuanto se debe al ambiente? Para responder a esto desarrollaron procedimientos matemáticos denominados “técnicas de partición de varianza”.

La riqueza es cuestión de azar

Podemos aplicar estas técnicas para averiguar si ser rico es una cuestión de talento y de esfuerzo o se trata, sobre todo, de una cuestión de azar. Indudablemente ambas cosas cuentan. Hay personas muy inteligentes y trabajadoras que llegaron a ser ricas, pero también hay vagos redomados poco talentosos que alcanzaron su riqueza por azar (por ejemplo, tocándoles el gordo en la lotería).

Los resultados de estos estudios echan por tierra muchas de nuestras creencias. El grado en el que influyen la inteligencia y el azar en la riqueza varía en distintas sociedades y en distintos momentos históricos y lo hace relativamente rápido en el tiempo.

En las sociedades más avanzadas, donde más tiempo funcionó la socialdemocracia (como los países nórdicos de Europa) la riqueza está más asociada al talento que en las sociedades menos avanzadas, más neoliberales o con un grado de capitalismo más duro.

Pero en cualquier sociedad estudiada para ser rico sobre todo hay que tener suerte. No nos engañemos: la riqueza depende principalmente del azar. Como ya intuyeron algunos matemáticos hacia finales del siglo XIX, aproximadamente el 80% de la riqueza depende de la suerte y, como mucho el 20% de la inteligencia, el talento y el esfuerzo.

Querer no siempre es poder. Gerd Altmann en Pixabay.


Trampa en la que estamos

De ahí la trampa en la que empresarios y políticos de determinado signo nos meten cuando insisten en eso de que “si quieres puedes” o apelan a que la meritocracia permite a cualquiera ascender socialmente independientemente de la clase social (justo ahora que se demuestra que el ascensor social se ha parado). Su insistencia no es baladí, sino un intento descarado por demostrar que, si los pobres no llegan, es por su falta de esfuerzo e implicación, y por ello, ¿para qué vamos a invertir el dinero de todo en educarlos?

Padres y educadores nos insistieron en que nos esforzásemos para conseguir progresar. Nos decían que el estudio y el trabajo duro eran la clave, pero nunca nos prepararon para la realidad —probablemente porque la desconocían—: lo más importante es tener suerte.

Es más rentable invertir en párvulos que en bolsa

James Heckman

Importancia de la educación

Pero si el talento y el esfuerzo apenas nos sirven para ser ricos… ¿nos vale al menos para escapar de la pobreza?

Podemos responder a esto gracias a los datos que publica el INE sobre personas que están bajo el umbral de la pobreza. En una de sus estadísticas, el INE relaciona el nivel de estudios con la pobreza. Entre los que solo han cursado estudios primarios y enseñanza secundaria obligatoria, aproximadamente 3 de cada 10 están por debajo del umbral de la pobreza. Es una cantidad elevada, pero podríamos pensar que en entre esta gente con muy pocos estudios están, como media, los menos inteligentes y esforzados de la sociedad.

Por el contrario, entre quienes estudiaron un doctorado universitario indudablemente podemos encontrar a personas más inteligentes y esforzadas que entre quienes no pasaron de la enseñanza obligatoria. Pero los datos del INE son desoladores. En España 1 de cada 10 personas con un doctorado ha caído por debajo del umbral de la pobreza.

No tener estudios multiplica por 3 el riesgo de caer en la pobreza comparado con tener un doctorado. Indudablemente tener talento y esforzarse es importante y puede reducir por 3 nuestra probabilidad de ser pobres. Pero ante todo tener suerte va a determinar nuestra vida. Incluso sabiendo esto nuestra mejor estrategia será prepararnos lo mejor posible y esforzarnos.

Inspiración y trabajo

Picasso decía que la inspiración existía, pero que convenía que nos encontrase trabajando. Como la inspiración, el azar existe (y parece que es más importante que el esfuerzo para hacerse rico), pero para disfrutar de una situación mejor en la vida es mejor que nos encuentre trabajando y preparándonos para una sociedad cada vez más competitiva.

De ahí la importancia de contar con una educación pública de calidad; porque el esfuerzo de la educación no es el mismo si has tenido la suerte de nacer en una familia adinerada que cuando lo has hecho en otra desfavorecida.

Theodore William Schultz, Premio Nobel de Economía en 1979, fue el primer investigador que afirmó que la educación no era un gasto sino una inversión. Sus trabajos demostraron que la educación conduce a las personas a mejorar su nivel de renta y su nivel de bienestar. Por su parte, James Heckman, también Premio Nobel de Economía, concluyó que la rentabilidad de invertir en educación de primera infancia es superior a otros tipos de inversión y que el entorno familiar condiciona mucho los resultados a los que pueden aspirar los niños y niñas en la edad adulta. Él habla del ‘accidente del nacimiento’, una suerte de azar que lleva a que pertenecer a determinada familia suponga una fuente importante de desigualdad.

El estudio publicado en el National Bureau of Economic Research, demuestra que los recursos económicos de los padres son uno de los factores que más influyen en el futuro académico y profesional de sus hijos.

Altos y bajos ingresos

Los economistas Nicholas W. Papageorge y Kevin Thom aseguran que “los hijos menos dotados de padres de altos ingresos se gradúan a tasas más altas que los hijos más dotados de padres de bajos ingresos”. Para llegar a esta conclusión realizaron test genéticos y entrevistaron a unas 20.000 personas para averiguar sus perfil socioeconómico y su nivel de inteligencia.

Según otro estudio realizado por investigadores de universidades de Reino Unido y EEUU, es notoria la diferencia de capacidades entre los niños de familias más desfavorecidas y los de familias acomodadas (podríamos estar hablando de hasta 13 puntos de coeficiente intelectual).

Y no porque los de éstas últimas sean más listos, sino porque un hogar donde no haya carencias, donde no se tenga que utilizar una gran parte de la energía mental para sobrevivir facilita la motivación de los niños por aprender ya que, en teoría, la calidad del contexto familiar y social les predispone a interesarse por el aprendizaje y el emprendimiento. “Nuestros resultados sugieren que cuando se es pobre, el dinero no es lo único que escasea. La capacidad cognitiva también adelgaza” afirma el economista de Harvard Sendhil Mullainathan.

El esfuerzo debe venir acompañado de un entorno social adecuado e integrador. Gerd Altmann en Pixabay.


Oportunidades educativas

Veamos el ejemplo de Michael Langan, “el hombre más inteligente de América” que llegó a tener un coeficiente intelectual medido entre 190 y 210. Lagan, hablaba ya a los 6 meses y aprendió a leer antes de los 4 años. Tuvo una infancia difícil por el continuo maltrato que sufría por parte de sus compañeros de escuela y de su padrastro a quien, según cuenta él mismo, “le molestaba que fuese más inteligente que él”.

Criado en la pobreza por una madre soltera, abandonó dos universidades y trabajó en oficios de baja cualificación y en su escaso tiempo libre ideó una teoría que unificaba la ciencia y la teología, una especie de ‘teoría del todo’ que, lamentablemente, no le ha servido de mucho en actuar como ganadero. Y como Lagan hay millones de personas que no tienen las oportunidades educativas necesarias para poder desarrollar una inteligencia portentosa.

Como decíamos en nuestro artículo No existen diferencias genéticas para la inteligencia entre mujeres y hombres, la inteligencia es el resultado del efecto conjunto de muchos genes, cada uno de los cuales contribuye añadiendo un pequeño valor, pero es un hecho demostrado que poco más del 40% de las diferencias de inteligencia que existen entre las distintas personas se deben a causas genéticas, es decir, el factor biológico no es determinante por sí solo, sino que hay otros factores ambientales muy importantes: la nutrición prenatal e infantil, el entorno de crecimiento (estudios científicos realizados con mellizos separados al nacer demuestran la importancia del ambiente exclusivo en el que se crían en el desarrollo de su inteligencia), etc.

El cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 busca «garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida». Pero, obviamente, alcanzar este objetivo sin invertir en educación es imposible.

Retroceso educacional

Pero la educación no está al alcance de todos y menos, cuando la rebaja de impuestos a los más ricos que se está llevando a cabo en comunidades de derechas donde se ha eliminado, por ejemplo, el Impuesto de Sucesiones —contra lo que opina la propia OCDE que lo considera necesario para evitar la acumulación de riqueza y como fórmula para luchar contra las inequidades—, se está cebando en la calidad de la educación pública o en el reparto de becas a los más desfavorecidos. Y sin ayudas, no hay posibilidades para los más desfavorecidos.

La educación proporciona a las personas las habilidades y los conocimientos necesarios para que la suerte se fije en ellas, pero también contribuye al desarrollo económico de un país: las personas con formación tienen más posibilidades de ser emprendedoras, productivas, innovadoras, de ayudar al crecimiento económico mediante su dedicación a la ciencia, la tecnología, las artes, la enseñanza, etc.

Muchas personas que hoy estarán leyendo este artículo, tal vez no habrían podido estudiar si no hubiera sido porque disfrutaron de becas. Los que lo escribimos representamos dos buenos ejemplos de ello. Puede que el azar nos llevara a donde estamos hoy, pero ¿se habría fijado este en nosotros de no habernos preparado? ¿Y cómo nos habríamos preparado de no haber contado con la educación pública?

Por eso es fundamental invertir en educación para garantizar un futuro próspero y equitativo para todos los miembros de la sociedad. Mientras no se invierta suficientemente en educación pública, el mundo estará perdiendo un importantísimo potencial de hombres, y especialmente de mujeres, ya que ellas arrastran una brecha de género que aún no hemos podido superar, que no nos podemos permitir. Si queremos progresar, la suerte deberá encontrarnos trabajando.

(*) Alicia Domínguez es doctora en Historia y escritora. Eduardo Costas es catedrático de Genética en la UCM y Académico Correspondiente de la Real Academia Nacional de Farmacia.

Referencias

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Gould S J. 1981. The mismeasure of Man. New York: W. W. Norton.

Poisson, Siméon D. (1837). Probabilite des jugements en matière criminelle et en matière civile, précédées des règles générales du calcul des probabilités. Paris, France: Bachelier.

Pareto, Vilfredo, Cours d’Économie Politique: Nouvelle édition par G.-H. Bousquet et G. Busino, Librairie Droz, Ginebra, 1964, pp. 299-345

Zagorsky, J. L. Do you have to be smart to be rich? The impact of IQ on wealth, income and financial distress. Intelligence (2007), doi:10.1016/j.intell.2007.02.003

«Invertir en la educación infantil es la mejor estrategia contra el crimen»: James Heckman, nobel de Economía – BBC News Mundo

LO QUE NOS DICEN LOS PREMIOS NOBEL SOBRE EDUCACIÓN (ined21.com)

Tecnología y educación: 6 avances tecnológicos para mejorar la enseñanza – Azlo

¿Qué es la Agenda 2030? – Azlo

Who has the highest IQ? Here’s what’s know about the smartest people in the world (usatoday.com)

4 científicos explican cómo la pobreza puede afectar nuestro cerebro – BBC News Mundo

La Moncloa. 03/03/2021. La inversión pública en educación en 2019 se incrementó un 4,7% respecto al año anterior, la mayor subida en una década [Prensa/Actualidad/Educación y Formación Profesional]

Factores que determinan la inteligencia | Grupopedia

Los 3 hombres más inteligentes del mundo (según su CI) – trabajemos.cl

Se necesitan científicas | Noticias ONU (un.org)

Función de ingresos de Mincer – Wikiwand

Earnings Over the Lifecycle: The Mincer Earnings Function and Its Applications Solomon W. Polachek State University of New York at Binghamton and IZA – Discussion Paper No. 3181 November 2007 –

Cómo la inteligencia se relaciona con la riqueza – ExoNegocios