En el cementerio de Morille no hay flores ni fotografías. Nadie acude los domingos a limpiar los epitafios. Como tampoco revolotea un aire de solemnidad. En este pueblito de Salamanca, los muertos se celebran. Se viven con tanta exaltación que, para el forastero, dicha algarabía puede resultar hasta ofensiva.

Sin embargo, lo que el recién llegado no sabe es que aquí no se entierran cuerpos… sino textos literarios, piezas plásticas, documentos audiovisuales, instrumentos musicales y bocetos cinematográficos, entre otros objetos que poco tienen que ver con la carne y el hueso. “Es una locura, lo sé”, dice su fundador, Domingo Sánchez, con la habitual risa que le caracteriza. Hace 18 años que organizó el primer sepelio, pero aún hoy, tras más de 200, sigue provocando la misma estupefacción que entonces.

A los enterramientos acuden vecinos, familiares, amigos y admiradores del artista protagonista. CEDIDA


El origen de esta iniciativa se remonta a 2001, cuando Sánchez se alió junto al ya fallecido Javier Utray para desarrollar su idea más ambiciosa: la muerte del pensador Pierre Klossowski fue el detonante. “20 días antes, cogí un coche y me planté en París. Fui a pedirle las cenizas en vida. Es curioso porque, cuando propuse a otros colegas acompañarme, se cagaban pata abajo. Me decían que no sabía a quién me estaba dirigiendo. Yo les contestaba rotundo: es el ‘enfant terrible’ de la filosofía, famoso teólogo y aficionado pornógrafo. Lo tenía todo y, a mí, me interesaba muchísimo”, recuerda.

Su mujer, Denise Morin-Sinclair, fue su nexo de unión. Se cartearon durante meses para decidir qué hacer con los futuros restos de su marido. En unas de estas misivas, surgió un plan de lo más rocambolesco.

La urna de Klossowski fue trasladada en una carroza fúnebre flanqueada por una procesión. CEDIDA


“Le ofrecí bailar durante su funeral mientras tocaba Nick Cave”, dice. Una invitación que, aunque suene a invención deliberada, está repleta de detalles. Según su testimonio, guiado por su instinto, viajó a Londres para reunirse con el cantante. Una vez allí, tras recibirle con suma amabilidad, rechazó la propuesta de inmediato. Se desconocen los motivos, pero esta negativa no le frenó. Por su parte, Utray quería dar sepultura al Pontiac Grand Prix con el que tantos paseos había dado alrededor del Museo del Prado.

Por ello, al contar la odisea a su viejo amigo, y alcalde de Morille, Manolo Ambrosio, llegaron a la conclusión de que el destino perfecto para zanjar su misión se encontraba en este rincón del Campo Charro castellanoleonés: un enclave minero de 230 habitantes particularmente conocido durante la década de los 50.

Los vecinos, en procesión

Estos fueron los dos primeros enterramientos que se realizaron en la parcela de 90.000 metros cuadrados que el Ayuntamiento puso a su disposición. Aquella mañana de 2005, la urna fue trasladada en una carroza fúnebre de época flanqueada por una procesión de vecinos, familiares, amigos y admiradores que no querían perderse semejante acontecimiento. Frente al hoyo, una lápida con la siguiente inscripción: “Tan funesto deseo gasolina, saliva cosas del combustible, el coche, el cuerpo, la conversación”.

Junto al Pontiac, el cofre descansa en una cámara acorazada a escasos metros bajo tierra. “Pasaron un par de años sin que ocurriera nada, pero de repente el interés se disparó. Hasta el punto de tener una lista de espera con 200 peticiones”, sostiene Sánchez, que documenta y cataloga cada una de las piezas que dan el paso hacia una vida mejor.

Vicente del Bosque, durante el enterramiento de la pelota y la camiseta de la selección de fútbol. CEDIDA


En las tumbas ya descansan unos manuscritos del dramaturgo Fernando Arrabal, unos poemas del cantante Germán Copinni, un busto del actor Paul Naschy, una imagen del ayatolá Jomeini del periodista Christian Malard, unos rollos de la película Buried del cineasta Rodrigo Cortés, un piano del compositor Juan Hidalgo, una performance de la creadora Esther Ferrer, una escultura del artista plástico Isidoro Valcárcel y un balón del entrenador de fútbol Vicente del Bosque.

Obras que, a diferencia de las exhibidas en museos, ya nunca volverán a verse, tocarse, escucharse… “Queríamos que fuese un proyecto a futuro. Y, para ello, tuvimos que darle el relato de un mausoleo contemporáneo en un país donde la muerte tiene un gran rigor. Lo curioso fue que, frente a nuestras dudas, se apasionó todo Dios. Y, paso a paso, la localidad fue haciéndolo suyo”, continúa.

Una cúpula y muchas placas

Quien llegue hasta sus puertas no debe esperar una atracción turística. Ni tan siquiera un cementerio al uso. Se trata de un terreno que, salpicado por algún cartel informativo, así como por una cúpula que acaban de levantar a modo de centro de operaciones, sólo acoge placas que indican el punto donde se halla cada difunto. Por lo que el verdadero espectáculo se produce durante las ‘inhumaciones’.

“Los marca cada artista. Son la parte más importante, en especial para la persona que lo va a protagonizar. Pueden ser privados o públicos. Depende del sentimiento que quiera transmitir y cómo lo quiera formalizar”, apunta el artífice. Este vínculo tan fuerte constituye la razón de ser del emplazamiento: dar un lugar a aquellos frutos que han vivido con vigor un proceso creativo para que no se pierdan en el tiempo.

Miguel Herberg, junto a los rollos y fotografías de su filmografía que ya descansan bajo tierra. CEDIDA


Así, como si de un juego se tratase, el visitante deberá imaginar las historias que ahora protegen las rocas. Lo más probable es que, al principio, no entienda nada. Normal, teniendo en cuenta el minimalismo imperante. Pero, conforme vaya avanzando por el sendero, empezará a notar que hay algo más que un simple tesoro bajo sus pies. “No existe un sitio similar en el mundo. Me siento orgulloso de haberlo hecho nosotros”, concluye Sánchez, que está preparando un libro sobre lo que supone llevar a cabo un trabajo de semejante envergadura.

Pues, en este camposanto, tan artístico resulta el contenido como el continente: “No tengo ningún favorito, la verdad. Todos los enterramientos han sido de tal intensidad que apenas los recuerdo. Siempre estoy deseando que terminen pronto para irnos al bar”. Para templar el alma.