Para Dios no importa la fama d euna persona sino su amor a Él y al prójimo. Hoy la Iglesia celebra los méritos de cuantos han muerto en la paz del Señor, y sus nombres no son conocidos oficialmente. Todos ellos nos han precedido con el signo de la Fe y duermen ya el sueño de la vida. Recuerda el Apocalipsis que Vi una multitud inmensa que nadie podría contar, procedentes de toda raza, lengua, pueblo y nación, indicará San Juan en el libro del Apocalipsis. Ellos son los que buscan al Señor.
Los que siempre han temido al Señor y han seguido sus caminos comiendo del fruto de su trabajo. Han sido de fiar en lo poco, por lo que han merecido entrar en el gozo de los hijos de Dios. Han engrosado las listas del Libro de la Vida. Su forma de proceder, siempre se ha adaptado al programa de las Bienaventuranzas, viviendo en pobreza de espíritu, en total mansedumbre y en limpieza de corazón. Su único objetivo ha sido Cristo y a Él le han ofrecido todas sus tareas.
Ellos también nos estimulan con su ejemplo y nos abren el camino hacia la santidad, itinerario que ellos ya recorrieron. Y a ellos, nos encomendamos diariamente pidiendo su intercesión ante el Señor. El origen de esta celebración se remonta al siglo IV. La Iglesia posee gran devoción y da culto, por ello, a todos los Mártires. Dado el extenso número no daba abasto para poner un Santo por día. Pasado algún siglo, el Papa Bonifacio IV consagró el antiguo Panteón Romano a la Virgen y a todos los mártires.
Esto fue el 13 de mayo, fecha en la que se fijó para honrar a todos estos hombres y mujeres que habían derramado su sangre por el Evangelio. Gregorio IV la pasó al 1 de noviembre para combatir supersticiones sobre la reencarnación y la muerte que se desarrollaban entonces. Así quedó la fecha hasta llegar a nuestros días, celebrando no sólo a los mártires, sino a todos aquellos que habían muerto en Santidad. Ellos son la Iglesia Triunfante a la que todos esperamos llegar un día.